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Emilio Campmany

Hedor a tongo

Puede que Eguiguren y Zapatero hayan renunciado a un final negociado y que a Rajoy le convenga creerlo, pero ¿por qué tendríamos que hacerlo los demás?

Hay en el ambiente un ácido olor a tongo. Más que un olor es un tufo, como cantaba Giorgio Gabert en los setenta. El asesinato del viernes ha puesto en evidencia que Zapatero y Rajoy han iniciado un discreto romance de conveniencia, sin amor, pero con intereses familiares comunes. Los dos han decidido presentarse ante la opinión pública hombro con hombro, haciendo frente a ETA. Los más crédulos pueden pensar que todo se debe al pacto que PSOE y PP suscribieron en el País Vasco. El agradable espectáculo de ver a un lehendakari tronando con firmeza contra la banda terrorista parece ser la prueba. No lo sé. Patxi López fue el que puso rostro a la operación de apartar a Nicolás Redondo Terreros de la jefatura del PSOE en el País Vasco. Eguiguren fue el brazo ejecutor. Todo tenía un solo fin, negociar con ETA.

Aquel trapicheo no fue consecuencia de una táctica ingenua, fruto de la ilusión de llevar cuanto antes la paz al País Vasco. Detrás está el deseo de Zapatero de ser el hombre que acabe con ETA. Él sabe que no puede serlo si la banda se apaga poco a poco, estrangulada por la persecución policial. Si la ETA se extinguiera así, el mérito tendrían que compartirlo muchas personas, pero sería atribuido especialmente a una, a José María Aznar. Y eso no es tolerable. En Gran Bretaña, fue Margaret Tatcher quien acabó con el IRA, pero quien se colgó las medallas fue Tony Blair porque fue él quien suscribió el acuerdo del Viernes Santo. Y Zapatero quiere hacer lo mismo con la ETA. Ser él quien firme la paz para ser él a quien se atribuya el mérito de haberla logrado.

Ahora, Patxi López viene cargado de palabras grandilocuentes, Rodolfo Ares da a la Ertzaintza las instrucciones que nunca le dieron los consejeros de Interior del PNV y Basagoiti lo respalda todo siguiendo las instrucciones de Rajoy. Pero todos ellos vienen de tirar por la ventana, unos a Redondo Terreros, y otros a María San Gil. Puede que Eguiguren y Zapatero hayan renunciado a un final negociado y que a Rajoy le convenga creerlo, pero ¿por qué tendríamos que hacerlo los demás?

Encima, la escandalosa situación del CNI, donde los mejores agentes de la lucha contra ETA han sido apartados, levanta la inevitable duda de si un director más capaz no hubiera estado en condiciones de evitar este asesinato. Y el PP calla. Y calla, a pesar de que, como reveló Pedro J. este domingo, el nombramiento de Saiz no fue consensuado, y sí impuesto por el PSOE sin más mérito que el de estar casado con una prima de la mujer de Bono.

La pestilencia no sólo baja del norte y de la cuesta de las perdices. Sin necesidad de salirse del centro de Madrid, hay que ver la fetidez que desprende el pacto entre Cristóbal Montoro y Octavio Granado de invertir 90.000 millones de nuestros euros en el rescate de las Cajas de Ahorros que han mal administrado los políticos de ambos partidos. No huele mejor lo que cocina María Emilia Casas en el Constitucional. Se espera una sentencia interpretativa acerca del Estatuto de Cataluña que dejará a salvo ese monumento a la insolidaridad a través de la ya habitual argucia de decir que artículos groseramente inconstitucionales no lo son si se interpretan de manera opuesta a lo que dicen. No va a haber en España pinzas bastantes con las que taparse la nariz.

En España

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