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Emilio Campmany

Rusia y nosotros

¿Seguirá la opinión pública occidental respaldando nuestra intervención si Moscú contraataca?

¿Seguirá la opinión pública occidental respaldando nuestra intervención si Moscú contraataca?
Mural contra Putin en Rumanía | EFE

Nuestra respuesta a la invasión de Ucrania se funda exclusivamente en imperativos morales. Ayudamos a Ucrania, no porque esté allí en liza ningún interés occidental, sino porque es nuestra obligación defender al débil cuando es agredido por el fuerte. Sin embargo, no hemos calculado bien los riesgos. ¿Seguirá la opinión pública occidental respaldando nuestra intervención si Rusia contraataca? Ya hemos visto que los alemanes, a quienes el embargo de gas y petróleo ruso les afecta más, están menos dispuestos a soportar privaciones.

La invasión de Ucrania constituye una agresión moralmente tan execrable y jurídicamente tan condenable como la invasión de Kuwait por parte de Sadam Husein en 1990. En aquella ocasión, Estados Unidos, con el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU, montó una coalición que intervino militarmente y liberó al país invadido. Técnicamente, aparte la autorización de la ONU, imposible por el derecho de veto de Rusia, la situación es idéntica. Sin embargo, no nos atrevemos a intervenir directamente porque en esta ocasión el agresor es una superpotencia nuclear, no porque no existan las mismas exigencias morales.

Días antes de que se desencadenara la invasión, Biden llegó a decir que sería tolerable si era limitada. Lo que hizo que Occidente se pusiera del lado de Kiev no fue la inmoralidad de la invasión, sino la voluntad de resistir de Kiev y las atrocidades cometidas por el ejército ruso con el fin de doblegar la determinación del pueblo ucraniano. Y ni aún así nos hemos arriesgado a declarar una zona de exclusión aérea como se hizo en Yugoslavia en 1992 por razones también morales. Rusia no es Serbia ni Iraq. Precisamente por eso nada hicimos en 2014 cuando se anexionó Crimea.

Está muy bien, como ha dicho el secretario de Defensa de Estados Unidos, que nuestro objetivo en Ucrania sea debilitar a Rusia tanto como sea necesario hasta que le sea imposible agredir nuevamente a las naciones fronterizas. Esto no es sólo interesante para los vecinos de Rusia, también lo es para nosotros, pues el país se ha declarado enemigo de Occidente. Pero la meta no va a ser fácil de alcanzar. Y, en todo caso, los sacrificios que nos va a exigir son muy superiores a los que hasta ahora hemos hecho. ¿Seremos capaces de soportarlos cuando llegue el momento?

Que Moscú no haya respondido militarmente a la ayuda que prestamos a Ucrania, y que considera una declaración de guerra, no quiere decir que no lo haga en el futuro. Y nuestros gobernantes deberían explicar algunas cosas: que estamos en guerra con Rusia, que lo estamos no sólo por defender la independencia de Ucrania y que a la larga podría salirnos muy caro. Si seguimos creyendo que estamos allí sólo porque somos muy buenos, cuando las cosas se pongan más serias, la tentación de ceder será mucho más elevada. Para mantenernos firmes, es necesario que sepamos antes qué es lo que realmente está en juego, que no es otra cosa que nuestra libertad, no sólo la de los ucranianos.

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