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Emilio J. González

Zapatero y el incendio de Roma

El Gobierno tiene que dejar de mirar para otra parte, de buscar culpables en el extranjero o en el Partido Popular y ponerse a trabajar de una vez por todas. Los mensajes de que la culpa es del capitalismo salvaje norteamericano ya no se los cree nadie.

Qué mal deben de andar las cosas en la economía de la zona del euro para que el Banco Central Europeo haya recortado los tipos de interés en 0,75 puntos, hasta ejarlos en el 2,5%. Los mercados esperaban una bajada de medio punto pero, finalmente, Jean Claude Trichet ha sorprendido a todos con una reducción aún mayor de la que se descontaba. La propia reacción de las Bolsas, una fuerte caída cuando llevaban toda la mañana subiendo, demuestra que nadie se esperaba una bajada de semejante calado y, como es lógico, las preocupaciones acerca de la situación económica se han avivado de golpe.

¿Cuál es el temor de Trichet y de los mercados para que unos y otros se comporten como lo han hecho? Evidentemente, la mala coyuntura económica tiene que ver con todo esto, en especial cuando Bruselas acaba de decir que la zona del euro ya está, oficialmente, en recesión. Pero lo más importante, sin embargo, se encuentra del lado de los precios. De la noche a la mañana, la zona del euro ha pasado de preocuparse por las presiones inflacionistas derivadas de un barril de petróleo que llegó a superar los 130 dólares el pasado mes de junio a temer que lo que venga ahora sea un drástico proceso de caída de precios, o sea, una deflación, que pondría las cosas aún más difíciles a la economía.

Deflación significa una caída sostenida del nivel general de precios, lo que implica una reducción de la facturación y de los márgenes de las empresas, con efectos más que nocivos para el crecimiento económico y el empleo. Cuanto menores sean esos márgenes, menos posibilidades habrá de contratar trabajadores y más de despedirlos. Pero es que, además, con la deflación bajan los precios pero no el montante de las deudas, cuyo peso sobre los ingresos de las empresas se hace mayor y agrava aún más la situación. Y, encima, los países del euro no pueden contar con una depreciación del tipo de cambio que amortigüe los golpes que se les vienen encima porque, al compartir la misma moneda y tener concentrado una parte sustancial de su comercio exterior entre ellos, esa posibilidad no existe.

Por tanto, la crisis que se avecina parece todavía más dura de lo que se preveía hace tan sólo uno o dos meses. En el pasado, allá por el siglo XIX, cuando sucedía este tipo de cosas bajo el patrón oro, los ajustes y la superación de las crisis eran más sencillos porque los salarios podían bajar. Pero en el mundo en que vivimos, ni los salarios bajan ni nadie está dispuesto a que le recorten el sueldo, con lo que la masa salarial se convierte también en un nuevo lastre para las empresas, ya que mina sus márgenes y lleva ineludiblemente a tener que despedir a la gente para que la compañía pueda sobrevivir.

El Gobierno español debe tomar nota de todo esto porque, precisamente, nuestro país es el más débil de toda el área euro a la hora de afrontar la que está cayendo. Esa debilidad es el fruto de una economía y un mercado de trabajo demasiado rígidos que Zapatero y los suyos debían haber seguido reformando cuando llegaron al poder allá por 2004, en línea con lo que venía haciendo el PP desde 1996. Sin embargo, Zapatero consideró que la economía tenía poca importancia, que las medidas que debían tomarse eran impopulares y poco socialistas y así se pasó cuatro años sin hacer nada (o mejor dicho, haciendo lo que no debía). Porque esta combinación de recesión y deflación, que en España es mucho más grave a causa de nuestra esclerosis económica y de que tenemos que lidiar con nuestra propia crisis –consecuencia tanto de la constante pérdida de competitividad como del estallido de la burbuja inmobiliaria–, sólo se supera con tiempo, con unas bajadas de tipos que no siempre surten el efecto deseado y con aumentos del gasto. El problema es que Zapatero ya se comió el margen que tenía para utilizar el presupuesto en este sentido, bajando los impuestos a las empresas y a las familias, esto es, medidas de corte populista –cuya finalidad era renovar el triunfo en las urnas– que vamos a pagar todos. Y muy caras, por cierto.

Ante esta situación, el Gobierno tiene que dejar de mirar para otra parte, de buscar culpables en el extranjero o en el Partido Popular y ponerse a trabajar de una vez por todas. Los mensajes de que la culpa es del capitalismo salvaje norteamericano ya no se los cree nadie, excepto los cuatro gatos plenamente convencidos de que las cosas, efectivamente, son así. Los españoles no son tontos y saben perfectamente quién o qué es responsable de qué. Si Zapatero y sus ministros siguen pensando que las cuatro medidas que han aprobado y los tres parches que han puesto ya son suficientes, están muy equivocados. Eso es lo que tiene que tener en cuenta el Ejecutivo; eso y que si Trichet ha actuado de forma tan drástica con la política monetaria es porque las cosas se están poniendo muy mal y sólo se resuelven mediante sacrificios y reformas de calado que se tenían que haber efectuado antes. La cuestión es sí va a empezar a hacerlo ahora o, por el contrario, continuará de brazos cruzados y tocando la lira, como Nerón durante el incendio de Roma.

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