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SUECIA

Drama electoral a la escandinava

El resultado de las elecciones suecas (generales, regionales y municipales) ha dejado un sabor agridulce en el país y arrojado tres mensajes fundamentales.


	El resultado de las elecciones suecas (generales, regionales y municipales) ha dejado un sabor agridulce en el país y arrojado tres mensajes fundamentales.

Se enfrentaban dos grandes coaliciones: la Alianza gobernante, formada por los Moderaterna (Partido Moderado), los liberales del Folkpartiet, el Centerpartiet y los cristiano-demócratas, por un lado, y, por el otro, el Bloque Rojiverde (Röd-gröna blocket), compuesto por los socialdemócratas, los ecologistas del Miljöpartiet de Gröna y el Vänsterpartiet, una especie de Izquierda Unida local que no tuvo mejor ocurrencia que ponerse a cantar la Internacional cuando la STV conectó con su cuartel de campaña.

Todos los sondeos daban como ganadora a la coalición gobernante, agrupada en torno a los Moderaterna del primer ministro, Fredrik Reinfeldt, así como una nueva derrota de la izquierda, especialmente debido al hundimiento del Partido Socialdemócrata, que finalmente ha logrado salvar los muebles, al quedar por encima del 30%; pero no deja de ser su peor resultado desde los años 20, algo muy decepcionante para un partido que ha gobernado Suecia durante ocho décadas. La candidata rojiverde, Mona Sahlin, no era ni siquiera la mejor valorada en sus propias filas, pero es un buen ejemplo de cómo se entiende la política aquí: siendo presidente de los Socialdemokraterna, tuvo que dimitir como candidata por usar la Visa parlamentaria para comprar dos tabletas de chocolate. Así se las gastan por estos lares en cuestiones de corrupción política. Es lo que se conoce en Escandinavia como "política Toblerone".

El sistema ha saltado por los aires (las portadas de los periódicos están llenas de grandes titulares con palabras como kaos y drama) debido a la entrada en el Parlamento (Riksdag) de los Sverigedemokraterna, un grupo nacido al calor de la creciente entrada de inmigrantes (en estos momentos, el 14% de la población ha nacido en otro país), especialmente en la región meridional de Escania. Malmö se ha convertido en términos simbólicos en la Marsella del Báltico, en la Rótterdam escandinava; una ciudad en la que hay barrios islámicos en los que la policía no entra. El malestar de una parte de la población ha hecho que los SD superen el 4% necesario para entrar en el Riksdag (en 2006 se quedaron en el 2,9), logrando un 5,7% que impide que la Alianza liberal-conservadora alcance la mayoría absoluta; por sólo 3 escaños (172 frente a los necesarios 175).

Es muy pronto para hacer pronósticos, ya que los contactos y negociaciones están abiertos. A bote pronto, diría que los suecos han mandado tres mensajes a su clase política. El primero, que están de acuerdo en seguir con la reforma liberal del Estado Providencia, gestionado de forma muy razonable por la Alianza y que mantiene al país en un permanente estado de cambio y modernización, traducido en un aumento del empleo, un fuerte crecimiento económico (4,6%) y una reformulación de la cobertura social desde un punto de vista liberal (cheque escolar, libre elección de médico, sistema de pensiones con opción de capitalización, etc.). Es lo que Andreas Bergh denomina "el Estado del Bienestar capitalista" (el libro homónimo –Den kapitalistiska välfärdsstaten– sólo está disponible en sueco, pero en Youtube hay una buena entrevista en inglés de Bergh para la revista Reason).

El segundo mensaje tiene que ver con la inmigración. En Escania los SD han superado el 10% del voto. Esto significa que hay un número creciente de suecos que no está de acuerdo con la política migratoria. A ellos se ha dirigido el partido de Jimmi Akesson, que propone reducir en un 90% los permisos de residencia para inmigrantes, a los que acusa de acaparar ayudas y subvenciones en detrimento de quienes han cotizado durante años para construir el modelo sueco de bienestar. Sus polémicos anuncios electorales se han encargado de lanzar este mensaje de una forma que no deja lugar a dudas.

El nuevo gobierno tendrá que hacerse eco de este mensaje si quiere que el SD –un partido que ha cambiado las camisas pardas por el traje y la chaqueta– no pase de ser una anécdota en una sociedad que en parte no entiende ciertas políticas que están afectando a su calidad de vida. Sería un error mantenerlos al margen del debate; su crecimiento se debe en buena parte a que el tema de la inmigración es considerado políticamente incorrecto por la totalidad del espectro político sueco. La mejor solución para afrontar un problema no es esconderlo debajo de la alfombra.

El tercer mensaje tiene que ver con la política de medio ambiente. El crecimiento del Miljöpartiet de Gröna (del 5,2 al 7,2%) ha sido significativo, sobre todo en zonas como Estocolmo (que ostenta el título de European Green Capital), donde supera el 12%. Uno de los grupos que conforman la Alianza gobernante, el Centerpartiet, ha llegado a presentarse ante los electores como "los verdes" del ala moderada. El partido ecologista sueco es de izquierdas y tiene un importante componente feminista, pero al mismo tiempo se presenta como abanderado de lo que llama "modernización", es decir, apuesta por una tecnología que haga la vida más limpia y por un desarrollo económico que no esté reñido con el respeto por el entorno. Este perfil le convierte en el candidato mejor situado para llegar a acuerdos con la Alianza, que no para de hacerle guiños desde anoche. Por el momento han dicho que no... y que puede que sí, según se pregunte a Peter Eriksson o a Maria Wetterstrand, sus dos líderes.

Lo cierto es que el MP representa una nueva frontera del ecologismo, abierta, por ejemplo, al desarrollo de la libre empresa, en especial de las iniciativas innovadoras a pequeña escala; en esto coincide con el Centerpartiet, grupo de tendencia liberal con fuerte implantación en las zonas rurales. Un entendimiento entre ambos grupos con vistas a desarrollar una nueva política agrícola basada en la libre empresa y tecnológicamente desarrollada en un entorno de respeto al medio ambiente podría dar estabilidad al nuevo gobierno.

Estos han sido, a mi entender, los tres mensajes fundamentales que se deducen de las elecciones de este domingo. Del resto de la izquierda poco hay que decir. La socialdemocracia no termina de evolucionar, es un partido sin norte al que le queda una larga travesía en el desierto, ya que sus fórmulas son en el fondo las mismas que antes de 1989. Entre sus votantes abundan las personas mayores que recuerdan con nostalgia los buenos tiempos de Olof Palme y los cuentos de Astrid Lindgren.

En todo caso, hay que recordar que ésta no es la primera vez que Suecia se enfrenta a una situación así. Entre 1991 y 1994 Ny Demokrati (Nueva Democracia), un partido que recuerda en cierto modo al SD, estuvo en el Riksdag, creando importantes desequilibrios en la gobernación del país, ya que sus 25 diputados (6,7% del voto) resultaban decisivos para el mantenimiento del gabinete de Carl Bildt. Pero Reinfeldt no es Bildt, ni estamos en 1991. No sería imposible que se diera un cierto entendimiento entre las alas más moderadas de ambos bloques (la socialdemocracia sueca conserva todavía una importante pluralidad de sensibilidades ideológicas). El desenlace puede incluso depender de las personas, ya que en este momento se conoce la distribución de escaños pero no el nombre de todos los diputados (el sistema electoral sueco es bastante abierto).

Suecia está viviendo un drama, en efecto, pero un drama a la escandinava.

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