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REINO UNIDO

El legado envenenado de Blair

La miopía de la derecha española hacia Tony Blair sólo es comparable al ciego entusiasmo que durante muchos años despertó Felipe González entre los correligionarios del PP en Europa. La torpeza de la entonces AP le costó cara a los de Fraga.

La miopía de la derecha española hacia Tony Blair sólo es comparable al ciego entusiasmo que durante muchos años despertó Felipe González entre los correligionarios del PP en Europa. La torpeza de la entonces AP le costó cara a los de Fraga.
Tony Blair.
Su apoyo a la política exterior del presidente Bush y su amistad con Aznar convirtieron a Blair en un icono del conservadurismo patrio. Pero mientras aquí algunos se dedicaban a ensalzar su figura como baluarte de la civilización occidental y la democracia, sobre todo por el contraste que ofrecía a los coqueteos de los socialistas españoles con todo lo que huela a antidemocrático, el pueblo británico asistía a un espectáculo que sólo cabe calificar de esquizofrénico.
 
El entonces primer ministro intentaba calmar a los que desde las filas del laborismo se oponían a la intervención en Irak a base de calificarla de "guerra progresista". Intento inútil, pues 139 diputados de su partido, así como 16 conservadores y todos los liberales, se opusieron a su alianza con los neocons. La alta tasa de mortalidad política entre los laboristas rebeldes –ocho se retiraron y 15 sucumbieron ante la oposición en las últimas generales– no ha servido para restañar las heridas en el seno de un partido que, tras la partida de Blair, ha decidido lavar sus trapos sucios en público, en el mejor estilo de sus rivales tories, tan duchos en guerras intestinas.
 
De puertas afuera Tony Blair se unía con fervor a la guerra contra el terrorismo, y en casa combinaba las leyes que finiquitaban el habeas corpus, como la que extendía a 28 días el periodo en que una persona podía estar detenida sin actuación judicial, con una alianza con los sectores supuestamente moderados del islamismo británico, especialmente tras los atentados de julio de 2005 en Londres. Una iniciativa estéril, saldada con el ridículo y el oprobio generales. No impidió que se acusara a su Gobierno de poner en riesgo a los civiles (en una carta firmada por seis de los ochos parlamentarios musulmanes británicos) y tampoco sirvió para poner coto al radicalismo de algunas asociaciones islamistas, ante el cual las fuerzas de seguridad, sometidas a una serie de cursos obligatorios sobre sexismo, multiculturalismo y homofobia, permanecían (y permanecen) maniatadas.
 
Tarik Ramadán.La dimisión del tercer secretario de Interior en menos de tres años, John Reid, en mayo de 2007 fue una de las más celebradas tanto por el público como por las organizaciones policiales, que hace dos meses exigieron la renuncia de la nueva ministra, Jacqui Smith, debido al fracaso de sus iniciativas contra el crimen y a la negativa del Gobierno a atender las demandas salariales de los agentes. Mientras tanto, personajes como Tarik Ramadán, sospechoso en Francia y EEUU de colaborar con terroristas, se han convertido en las estrellas más preciadas de cuantas jornadas, conferencias y congresos se organizan sobre islam, multiculturalismo, paz, etc.
 
La política de apaciguamiento de Blair se saldó con un recorte cada vez más impopular de los derechos civiles y de un alcance desconocido desde la época del dictador Cromwell (Gordon Brown ha visto cómo su intento de prolongar aún más la detención sin garantías se ha estrellado contra la oposición de gran parte de los diputados laboristas y del Partido Conservador). Además, provocó el desembarco de los profesionales de la falsa igualdad y la corrección política en la Policía. Una vez dentro, harán falta mucha energía y valor para sacarlos de allí.
 
Tres hechos ilustran el rotundo fracaso del buenismo à la Blair, cuya bancarrota administra ahora Gordon Brown: el triunfo de la coalición islamosocialista, antisemita y antiamericana Respect, dirigida por un grupo de sesentayochistas y novoizquierdistas blancos, en el distrito londinense de Benthal Green en las últimas generales y su irrupción en la política municipal tras los comicios de 2007; el auge de la formación nacional-populista British National Front entre el "electorado natural" laborista, y lo bochornoso de algunas actuaciones de la Policía, que ha llegado al extremo de intentar procesar al equipo del documental Undercover Mosque (Mezquita oculta), donde se expone el discurso yihadista y homófobo de los líderes de una de las principales mezquitas de Inglaterra, algunos de los cuales fueron en su momento santificados por Blair y su política de diálogo intercomunitario.
 
La patata caliente del fracaso del modelo multicultural y el socavamiento de los derechos individuales  en beneficio del comunitarismo, agitado recientemente incluso por el primado de la Iglesia de Inglaterra y arzobispo de Canterbury, quien considera positiva la introducción de algunos aspectos de la sharia en su país y juzga la noción de igualdad ante la ley "un poco peligrosa", ha pasado directamente a Gordon Brown, que intenta en vano proyectar una imagen menos progre que la de su antecesor.
 
La Union Jack está conformada con las enseñas escocesa e inglesa.Tampoco las reformas constitucionales impulsadas por Blair (autonomía para Escocia y Gales, acuerdo de paz en Irlanda del Norte...) han dado el fruto apetecido. La victoria de los nacionalistas escoceses en las elecciones regionales y el endurecimiento del discurso de su líder, Alex Salmond, que combina el victimismo (acusa a Inglaterra de aprovechamiento económico, cuando la manutención diaria de al menos una cuarta parte de los habitantes de Escocia depende directamente de los bolsillos de los contribuyentes ingleses) con la exigencia de un estatuto nacional "como el de los vascos" ha provocado un renacimiento del nacionalismo inglés. Así, en los últimos años más y más ingleses han decidido reemplazar la Union Jack por la Cruz de San Jorge en las manifestaciones populares, como símbolo de resistencia ante lo que muchos consideran insultos y provocaciones de los separatistas escoceses.
 
El intento de Blair de crear una serie de regiones semi-autónomas en Inglaterra fracasó a las primeras de cambio en el noreste, precisamente la zona del país donde el Partido Laborista cosecha sus mejores resultados. Un 78% de los que acudieron a votar en el referéndum de noviembre de 2004 rechazó el plan del Gobierno, lo que puso en evidencia el escaso apoyo a las grandes reformas del Nuevo Laborismo. Ahora bien, cada día son más los ingleses que consideran injusto que los parlamentarios escoceses y galeses de Westminster puedan decidir sobre leyes que sólo serán aplicadas en Inglaterra y ellos hayan de conformarse con sufragar con sus impuestos el déficit de las administraciones de las regiones autónomas.
 
El Partido Conservador lleva tiempo barajando la idea de la creación de una asamblea legislativa inglesa, algo que temen los laboristas, pues es en Inglaterra, con diferencia la zona más rica y poblada del reino, donde los tories poseen su granero de votos, especialmente en el sur y en el centro. Pero lo que menos necesita Gran Bretaña es un nuevo recipiente de sentimientos ultrajados. Tony Blair jugó con fuego; Brown, que además es escocés, sufre las quemaduras.
 
Por lo que respecta a Irlanda del Norte, el acuerdo de paz forjado por el anterior Gobierno, que algunos pretenden vender como modelo para lugares como Palestina o el País Vasco, dista mucho del plan de reconciliación y convivencia diseñado en el acuerdo del Viernes Santo de 1998. El pacto entre el Sinn Fein y el Partido Unionista Democrático, el más votado del Ulster, se ha logrado mediante la imposición de una incomunicación casi absoluta entre las comunidades católica y protestante, que ya cuentan con sistemas educativos y de policía totalmente diferenciados, lo cual representa la ruptura del consenso transversal, uno de los pilares del plan de 1998. Más que una paz duradera, el nuevo sistema convierte la región en la Bosnia del Atlántico Norte, una bomba de relojería que podría estallar en cualquier momento.
 
Gordon Brown.A todo lo anterior hay que sumar la crisis hipotecaria y el escándalo del banco Northern Rock, cuya quiebra –el pasado mes de septiembre–, seguida de la intervención del Estado para asegurar los depósitos de sus clientes y las deudas contraídas por la entidad (operación que hasta el momento ha costado más de 6.000 millones de euros), ha hecho saltar por los aires todo el mecanismo de supervisión del mercado financiero diseñado por Brown cuando era secretario de Finanzas de Blair. Por no mencionar otros sonoros escándalos, como la pérdida –en noviembre– de los datos de al menos 25 millones de británicos por parte del Departamento de Trabajo y Pensiones, o el extravío –un mes después– de información relacionada con tres millones más por parte de las autoridades de Tráfico.
 
Gordon Brown, apodado Stalin entre sus detractores en las filas laboristas por su autoritarismo y su afición a cortar de raíz la carrera de cualquier rival potencial, también ha heredado algunos de los escándalos de corrupción de la era Blair. Así, en los últimos meses la opinión pública ha sabido de nuevos casos de personas que, tras donar cantidades cercanas al millón de euros al Partido Laborista, fueron recompensadas con puestos en la Cámara de los Lores. Incluso The Guardian, un periódico próximo a dicha formación, afirmaba hace poco que el caso terminaría salpicando al propio Brown, cuya táctica defensiva y de distanciamiento hace dudar de su capacidad para continuar al frente del Gobierno de la nación.
 
En un intento por salvar los muebles, Brown podría convocar elecciones anticipadas en el momento menos pensado. Y es que los conservadores no han sabido aprovechar la situación de debilidad del premier (han pasado de aventajar a los laboristas en diez puntos a sacarles sólo dos). La sinuosa trayectoria de su líder, David Cameron, y los coqueteos de éste tanto con la "grandeza tory" más rancia como con ciertos iconos de la progresía, como el cantante Bob Geldoff, es una historia que sobrepasa con creces el objeto de este artículo. Lo importante es constatar que Brown no sólo ha sido incapaz de frenar la caída de la valoración de su gestión en las encuestas (un 62% de la población se muestra "insatisfecha" con su Gobierno), sino que su impericia y total falta de atractivo personal, una de las bazas más importantes de Blair, consolidan la sensación general de chapuza y desgobierno.
 
Como afirma el catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense Manuel Pastor: "Tony Blair se centró en la política exterior, a mi juicio acertada, y delegó los asuntos internos en el ala izquierda –o progre, si se prefiere– de su partido, muy ineficaz y bastante corrupta". Difícil lo tendrá Brown para mejorar la situación. ¿Cómo poner los trastos en orden cuando uno mismo es parte del follón?
 
 
ANTONIO GOLMAR, politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.
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