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ORIENTE MEDIO

¿Qué debería hacer EEUU en Egipto?

A pesar de que los espectaculares acontecimientos en El Cairo acabaron con la renuncia de Hosni Mubarak, expertos estadounidenses tanto de la izquierda como de la derecha criticaron duramente a la administración Obama por no mostrar más apoyo a los movimientos populares que desafían a los regímenes autoritarios del Medio Oriente.


	A pesar de que los espectaculares acontecimientos en El Cairo acabaron con la renuncia de Hosni Mubarak, expertos estadounidenses tanto de la izquierda como de la derecha criticaron duramente a la administración Obama por no mostrar más apoyo a los movimientos populares que desafían a los regímenes autoritarios del Medio Oriente.

Implícitamente, y a veces explícitamente, quienes promueven un papel más activo de EEUU a favor de la democracia en el mundo musulmán citan el fuerte (y finalmente exitoso) apoyo de Washington al sindicato polaco Solidaridad, así como otras campañas anti-soviéticas en las últimas etapas de la Guerra Fría. Pero con la alta probabilidad de que la revuelta en Egipto aliente otros movimientos democráticos en la región, y con la permanente presión sobre el gobierno de Obama para que los apoye abiertamente, a los expertos en Washington les vendría bien tomar en cuenta la distinta percepción de EEUU en la Europa del Este de 1989 y en el Medio Oriente de nuestros días.

Pese al inmenso apetito de los medios de comunicación por un pronunciamiento histórico de la Casa Blanca sobre los acontecimientos en curso, lo mejor que puede hacer la administración Obama es resistir la tentación y adoptar una política de decir y hacer menos, no más.

Para la mayoría de quienes vivían en el bloque soviético, el Kremlin era un opresor imperialista. El apoyo moral de EEUU fue bienvenido porque veían en este país al principal adversario de la URSS. Aun si EEUU no hubiera sido un faro de libertad y democracia, habrían manifestado sentimientos positivos hacia el enemigo declarado del régimen imperial.

La situación en el Medio Oriente es considerable y tristemente diferente. Allí la gente, por lo general, ve a EEUU con gran recelo. De hecho, muchos de los habitantes del Medio Oriente consideran a Washington el poder imperialista por excelencia, el gran responsable de sus desgracias. Una sucesión de administraciones estadounidenses ha reforzado esa imagen negativa, al apoyar a regímenes corruptos y autoritarios que saquearon y trataron brutalmente a sus pueblos.

El resultado es una profunda hostilidad hacia Washington. Una encuesta de junio de 2010 llevada a cabo por el Pew Research Center mostró que el 82% de los consultados en Egipto tenía una opinión desfavorable de EEUU, al igual que el 79% de los jordanos. Esta apreciación negativa no se limita a la parte árabe del mundo musulmán. En Pakistán, la calificación desfavorable fue del 68%, y en Turquía del 74%.

Esta hostilidad generalizada dificulta, si no imposibilita, que Washington desempeñe un papel importante y constructivo en la transición política que estamos empezando a ver en el Medio Oriente. Dicho sin rodeos: aunque las autoridades estadounidenses profesen su apoyo a la democracia y la libertad, sus declaraciones tienen muy poca credibilidad para los habitantes de esa parte del mundo.

Aun si los sentimientos de Washington fueran genuinos, EEUU no puede despojarse de la reputación que ha adquirido durante décadas como socio de regímenes autocráticos. Sería como si un gobierno soviético reformista hubiese respaldado tardíamente las reformas democráticas en Europa del Este. Tal cambio de política habría suscitado mucho escepticismo.

Es comprensible que los políticos estadounidenses quieran que fuerzas laicas y democráticas emerjan victoriosas de la crisis actual, y ver marginadas a la Hermandad Musulmana y demás grupos islámicos. Sin embargo, es muy probable que el respaldo a aquéllas resulte contraproducente. Es casi seguro que los grupos anti-estadounidenses citarían dicho apoyo como prueba de que Washington sigue inmiscuyéndose en los asuntos internos de sus países, y usarían tales argumentos como material para el descrédito de sus adversarios. Podrían resultar contraproducentes incluso los esfuerzos pro-democráticos de las ONG estadounidenses. Aunque éstas pertenezcan al sector privado, en el extranjero la mayoría de la gente no hace distinciones. Y la frecuente cooperación de algunas con el gobierno norteamericano contribuye a la percepción de que no son más que extensiones de la Casa Blanca, el Departamento de Estado o la CIA.

Apoyarles ostentosamente en el momento revolucionario que vive el Medio Oriente podría resultar letal para los grupos seculares y democráticos locales, el beso de la muerte. Nos guste o no, EEUU debe adoptar un perfil bajo en estos días turbulentos.

 

© El Cato

TED GALEN CARPENTER, vicepresidente de Estudios de Defensa y Política Exterior del Cato Institute.

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