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No cabe duda de que la actividad exterior de un país moderno afecta sustancialmente a la política interior. También el proceso de construcción europea obliga a los jefes de Gobierno a dedicar muchas horas de viaje, de estudio y de conversación, que todo es trabajo, a una serie de actividades de gobierno que ya no son exclusivamente nacionales sino comunitarias. Que Aznar viaje mucho y a muchos sitios es, por tanto, normal. Pero siempre que la estructura de Gobierno en España y especialmente la Presidencia funcione adecuadamente. Cuando el Presidente es en la práctica el verdadero ministro de todos los departamentos importantes, pasar la mitad de los días en el extranjero tiene dos problemas: que se desatienden los problemas nacionales y que, además, se nota.

Hemos llegado a la paradoja de que un buen portavoz del Gobierno, como sin duda lo era Josep Piqué, sea un pésimo portavoz de los asuntos de un ministerio como el de Exteriores donde España no tiene graves problemas bélicos, políticos o económicos. Pero como se supone -y se supone bien- que el verdadero ministro es Aznar, en el asunto del "Tireless" se está produciendo un verdadero trafalgar informativo, donde naufraga Piqué porque no sabe qué decir de Toni, el amigo de Jose, que tiene un genio tremendo para sus cosas. La concentración de poder tiene estos problemas: al final, sólo se comunica la soberbia del de arriba y la incompetencia de los de abajo, aunque una y otra sean menores de lo que parecen.

Hay dos modelos en la Historia de España de estadista europeo: el de Carlos I, que viajó uno de cada tres días de vida y hubo años que no pisó España, y el de Felipe II, que cuando dejó de representar a su padre y asumió todo el Poder, se atornilló a la mesa o secreter de trabajo y fue ministro de todo, entonces secretario, pero catorce o dieciséis horas al día y sin levantarse. Aznar, que cultiva el perfil de estadista itinerante, puede ser famoso como Carlos I o eficaz como Felipe II, pero las dos cosas a la vez, imposible. O gobierna o delega. Ha sembrado tal terror en su entorno que sus ministros tienen ya hasta miedo de acertar. Y además no aciertan.

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