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Más de 5,5 billones de pesetas son muchas pesetas. Incluso muchos euros. Pero España debería ir despidiéndose ya de estas alegrías permanentes, casi estructurales, como los fondos que las producen. La Europa convertida en madrina financiera de los países menos o peor desarrollados del Sur tiene fecha de caducidad. La ampliación en marcha hará oscilar el centro de gravedad de las ayudas comunitarias del Sur al Este, del Mediterráneo y las regiones interiores deprimidas a esa inmensa depresión que es la Europa poscomunista.

España ha aprovechado quizás mejor que ningún otro país las posibilidades de la estrategia bruselense. Por lo menos, sobre el papel. Se ha transferido a España muchísimo dinero, que esperemos se haya invertido bien, pero estos 5,51 billones últimos pueden suponer la pantagruélica despedida del chollo. A partir de ahora, todo el esfuerzo económico, en lo que éste puede tener de planificación, deberá ir encaminado a promover la competitividad en empresas y servicios, no a las transferencias de renta, y de los consiguientes votos para los políticos, como es costumbre. Sólo invirtiendo en verdaderas infraestructuras, no en esas obras públicas que parecen almacenes de nóminas, podrá salir adelante nuestro país. O cualquier otro.

Pese a lo que puedan ayudar los préstamos o regalos estratégicos, la marcha económica de un país no se basa sólo en el dinero. Cuba tuvo una transferencia de fondos soviéticos infinitamente superior a la de todo el Plan Marshall para Europa Occidental. Pero todo ese dinero no sirvió más que para financiar su ruina a largo plazo. Extremadura, por ejemplo, ha recibido mucho dinero de Europa. Pero ¿de qué servirá mientras dirigentes políticos como Rodríguez Ibarra se dediquen a la charlatanería anticapitalista, espantando inversores y atropellando bancos? Dar dinero a una sociedad en manos del socialismo o de la demagogia tercermundista es algo peor que tirarlo, porque permite a los dictadorzuelos, plebiscitados o no, adjudicarse el mérito de unas obras públicas financiadas por el ahorro de todos los contribuyentes europeos.

Al final, lo que enriquece de forma duradera a un país no es el dinero, sino el sistema económico, que depende del político y que a su vez depende del judicial. Si a cambio de percibir fondos de la UE pudiéramos transferir nosotros ibarras y bacigalupos, todavía saldríamos ganando.

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