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Los acontecimientos de Venezuela marcan el peor de los rumbos a esa pobre república, que por no saber ya no sabe ni cómo se llama. La vuelta del Gorila Rojo al poder, tras dos días de esperanza cívica, caos ciudadano y traiciones cuarteleras, muestra a un país partido en dos, con un ejército dividido y ninguna posibilidad de que la lenta acción de una Justicia independiente y respetada pueda reconciliar a medio y largo plazo a los venezolanos. Lo primero que pensaba hacer el Gobierno anterior era juzgar a Chávez por el frío asesinato de más de una docena de pacíficos manifestantes mediante los alevosos disparos de sus francotiradores. No es pensable que Chávez se juzgue a sí mismo, pero menos aún que el medio millón de personas que salió a la calle contra el orate de la boina olvide su opinión sobre él y –si no hay justicia– la venganza de sus muertos. ¿Qué va a hacer, por cierto, la abyecta clase política iberoamericana ante estos crímenes? ¿Se los remitirá a Garzón, para seguir el sendero de Pinochet? ¿O colocará a Chávez en la hornacina del culto al crimen político entre Castro y el Che Guevara? ¿O saldrá otra vez por peteneras institucionales, como Alí Duhalde y los cuarenta ladrones?

Pero además del revanchismo de la jauría chavista, manifestado ya en los asaltos a los medios de comunicación privados, y del inextinguible rencor de la oposición al gorilismo comunistoide de nuevo en el Poder, lo más grave de estos tres días aciagos para Venezuela es que sus fuerzas armadas aparecen divididas, partidas, destrozadas. Su futuro parece ser el del siglo XIX en Iberoamérica y España: ser tironeadas por distintos partidos políticos para que aseguren por la fuerza el acceso al poder o su disfrute. Hay que temer una radicalización en el rumbo totalitario del chavismo, una rebelión clara o soterrada de los sectores cívicos que temporalmente lo derribaron y una sucesión de brotes y pronunciamientos político-militares que devolverán a Venezuela, pero de verdad, a la época de Bolívar, numen de ese demagogo analfabeto llamado Chávez. La tarea a la que más tiempo y esfuerzo van a dedicar los venezolanos en los próximos meses va ser la guerra civil. Porque ese es el verdadero programa máximo de Chávez y porque la mitad de Venezuela, como la media España de 1936, “no se resigna a morir”.

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