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Un farmacéutico dio el martes una noticia que corre como reguero de pólvora por las desavisadas parameras de la opinión española: si se pone vaselina en las cerraduras, la silicona no cuaja. Inmediatamente ha saltado el escéptico: “sí, pero si ven cerraduras con vaselina ya saben que no harán huelga”. A lo que contesta el otro: “si los piquetes ya van a mirar esa cerradura, mejor que tenga vaselina, porque tiene asegurada la silicona”. El caso es que según Teófila Martínez la silicona se ha agotado en los grandes almacenes de Andalucía y si se cuenta en un par de telediarios lo de la vaselina, esta noche harán su agosto las farmacias. Lo asombroso es que de este remedio nos enteremos cuando ya es tarde para procurárselo.

Curiosamente, la vaselina real debe suplir a la vaselina simbólica que supone el continuo engrase mediante subvenciones oficiales de la matonería sindical. Si cuando se produjo la primera Huelga General los gobiernos hubieran decidido luchar contra la dictadura de los piquetes, a estas alturas el sindicalismo español habría cambiado de cara y de costumbres. Como no se ha hecho, estamos de nuevo como en el 89. Como si no hubiera caído González, como si no hubiera caído el Muro y como si el paro no hubiera caído a menos de la mitad con los gobiernos del PP. Pero a diferencia de lo que pasa con las cerraduras, en política no se puede compensar una cosa y la otra: la vaselina trae la silicona. Para acabar con la silicona, hay que acabar con la vaselina.