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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Alargamiento de pene

Aunque internet se inventó con un objetivo distinto, lo cierto es que su principal utilidad es la de que varias decenas de millones de frikis obsesionados con el sexo interactúen sin molestar demasiado. Las páginas de pornografía, los chats supuestamente eróticos en los que una inmigrante gorda recién llegada enseña la pechuga y las páginas de contactos para inadaptados sociales son de hecho el negocio más boyante de toda la Red.

Aunque internet se inventó con un objetivo distinto, lo cierto es que su principal utilidad es la de que varias decenas de millones de frikis obsesionados con el sexo interactúen sin molestar demasiado. Las páginas de pornografía, los chats supuestamente eróticos en los que una inmigrante gorda recién llegada enseña la pechuga y las páginas de contactos para inadaptados sociales son de hecho el negocio más boyante de toda la Red.
En realidad, la pornografía en internet es una de las pocas industrias que sobrevive bien a la "ligera desaleceración económica que está provocando ciertas dificultades, todo por culpa de la invasión de Irak", que diría un progre terminal.
 
Pero como la fuerza del mercado es poderosa, y el sentido empresarial del ser humano inagotable, desde hace algún tiempo las ofertas para consumir cierto tipo de productos relacionados de una manera u otra con lo único ya no hay que buscarlas, sino que llegan directamente a tu ordenador. No me refiero a la publicidad espontánea que a veces surge como por ensalmo cuando estás en la oficina leyendo la prensa económica (esos pantallazos asesinos que hacen aparecer súbitamente en tu monitor a diez o doce señoritas en pelota picada anunciando una línea ochocientos justo en el preciso instante en que el jefe acaba de ponerse detrás de ti para darte un expediente), sino a los envíos masivos de correos con proposiciones de lo más bizarro.
 
Una de las más recurrentes es la de las empresas especializadas en el alargamiento del pene. A ver, que levante el pubis quien no haya recibido en su buzón de spam en la última semana diez mensajes anunciando el remedio infalible para alargar su masculinidad en varios centímetros.
 
Pues bien, no estoy de acuerdo. Quiero decir que, como español, creo que es una ofensa el que las compañías yanquis pongan en duda nuestra prestancia inguinal. Por eso he decidido pasar a la acción y, en nombre de todos los españoles, he enviado el siguiente mensaje de respuesta a Mr. Conrad Bauer, supuesto responsable de una de las muchas empresas de este tipo que ofrecen sus servicios a través de internet.
Estimado Sr. Bauer:
 
Llevo varios días recibiendo en mi correo electrónico su oferta de lanzamiento para alargar mi pene por un precio módico, detalle que le agradezco porque, como no nos conocemos personalmente, estoy seguro de que lo hace sin segundas intenciones. No obstante, he de decirle que, gracias a Dios, soy español y, en consecuencia, no necesito de sus servicios.
 
Mi pene y yo, querido Conrad, mantenemos una relación muy cordial desde que, hace varias décadas, descubrí que tenía otra utilidad, además de la puramente fisiológica. Quiero decir que, grande, pequeño o mediopensionista, le he cogido tanto cariño al canalla que no podría hacerle la afrenta de cambiar su aspecto entrañable.
 
Por otra parte, debería usted saber que, más que su diámetro o longitud, lo que interesa de esa querida parte de la anatomía masculina es que ofrezca un adecuado rendimiento, y los españoles, amigo Bauer, somos la reserva testosterónica de Occidente, por lo que le recomiendo dirija sus campañas un poco más al norte, digamos a Francia, donde seguramente sus servicios serán recibidos con mayor interés.
 
No voy a poner en duda sus métodos revolucionarios para hermosear la cacharra ajena, aunque, sin ser un experto en urología, me resulta dudoso que, con sólo colgarse un tensor ridículo en semejante parte durante un par de semanas, el interesado vaya a convertirse en el nuevo Nacho Vidal. Eso por no mencionar la incomodidad que debe de suponer llevar el artilugio instalado en semejante zona las veinticuatro horas del día.
 
Hay trabajos desagradables, Mr. Bauer, pero dedicarse a estirar la chorrica del prójimo me parece especialmente sufrido. Créame que lamento que tenga que ganarse la vida de esa manera, pero mi pene y yo nos queremos tanto que jamás nos haríamos daño el uno al otro. Así que, por favor, deje de una puñetera vez de inundar mi correo con sus ofertas, porque nuestra decisión es inapelable.
 
Atentamente, mi pene y yo.
No me lo agradezcan. Lo hago por España.
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