La Parusía que parece adivinarse tras los negros presagios de los especialistas en economía es el primer paso para el cataclismo de las finanzas internacionales, que, presumiblemente, acabará con nuestro actual sistema de vida. Siguiendo el modelo bíblico, lo que corresponde en estos momentos es la aparición de un Mesías justiciero que acabe con todos los malvados, comenzando por los gestores de hedge funds, auténticos profesionales de la blasfemia financiera según la Iglesia de los Santos Indignados Testigos de Krugman. Una vez espulgado el panorama, los creyentes en la Tasa Tobin, la única fe verdadera, podrán acabar de un plumazo con la herejía de la economía global y hacernos volver a todos los agnósticos al trueque, la sostenibilidad y la comunión con la Madre Tierra, que es, en última instancia, de lo que se trata.
El primer profeta del apocalipsis financiero, como ha quedado dicho, ha resultado ser un gilipuertas, pero no es descartable que la corriente milenarista estilo new age que recorre los despachos de los analistas financieros adquiera finalmente carta de naturaleza en forma de petardazo planetario.
En ese "escenario", que suelen decir los analfabetos de pueblo cuando llevan dos días en la capital, pueden pasar las cosas más terribles a poco que uno no esté debidamente preparado. El problema es que no es fácil poner a salvo los ahorros en la economía convencional, pues toda ella está interconectada y en caso de desplome global no hay quien pueda evitar el desastre.
Si el colapso económico se produce finalmente, tal y como parecen aventurar los milenaristas de la indignación, habrá que sobrevivir recurriendo a otras estrategias, porque las manifestaciones estilo helénico protestando por los recortes sociales son entretenidas pero no sirven para llenar el estómago.
Un huerto bien cultivado puede ser, a estos efectos, el sostén vital imprescindible para capear el apocalipsis, dado que el dinero se va a evaporar de las cuentas corrientes a la misma velocidad que el talento artístico del cerebro de nuestros cineastas.
Los muy ricos, comenzando por los iconos de la progresía, podrán preservar su patrimonio porque cuentan con asesoramiento avanzado y recursos para depositar su dinero en paraísos fiscales a salvo de la radiación socialdemócrata, pero los que no tenemos esa condición contamos con un abanico ciertamente estrecho de estrategias de supervivencia.
Un tío-abuelo en el pueblo aficionado a cultivar berenjenas será entonces un tesoro de valor incalculable, y si además tiene una pequeña granja de conejos y pollos, ni mil doctores progres esgrimiendo la más avanzada legislación eutanásica podrá convencernos de que dejemos al abuelete en sus manos.
A tenor de la solvencia intelectual de los primeros profetas apocalípticos, lo más probable es que las "dificultades pasajeras" devenidas en la mayor crisis de la Historia reciente acaben de forma gradual sin demasiadas víctimas que lamentar. No obstante, como los tontos a veces también aciertan, tal vez no resulte ocioso preparar algún lugar fértil para desembarcar si vienen mal dadas. El milenarismo financiero no sabemos si va a llegar o no, pero si viene, al menos que nos pille preparados. Como a Fernando Arrabal, que a estas alturas ya debe de estar decorando el búnker.