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PANORÁMICAS

Diez películas sobre África

Las dos últimas películas que he visto en la cartelera madrileña han sido Los pasos dobles, de Isaki Lacuesta, flamante triunfadora en el Festival de San Sebastián, y Una mujer en África, de Claire Denis. Ambas son cintas complejas que se mueven en la frontera de lo cinematográfico como investigación existencial y formal. Si bien es cierto que allá donde lo clava la directora francesa, que solo ha necesitado 28 meses para ver su película en las pantallas españolas, el director catalán descarrilla de todas todas.


	Las dos últimas películas que he visto en la cartelera madrileña han sido Los pasos dobles, de Isaki Lacuesta, flamante triunfadora en el Festival de San Sebastián, y Una mujer en África, de Claire Denis. Ambas son cintas complejas que se mueven en la frontera de lo cinematográfico como investigación existencial y formal. Si bien es cierto que allá donde lo clava la directora francesa, que solo ha necesitado 28 meses para ver su película en las pantallas españolas, el director catalán descarrilla de todas todas.

Pero bueno, considero que la Concha de Oro ha estado bien otorgada. De las otras candidatas también españolas, La vida dormida, el rancio y resentido culebrón guerracivilista de Benito Zambrano, representa el pasado del cine, con sus clichés y esa patética pobreza conceptual de la puesta en escena, mientras que No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu, se erige como uno de los bastiones del presente junto con La piel que habito de Almodóvar, una de las indispensables del año. Los pasos dobles representa un todavía balbuciente, confuso pero esperanzador proyecto orientado al futuro. Y si sabemos con Thomas Jefferson que con sangre se riega el árbol de la libertad, no es menos cierto que de las semillas de estos premios festivaleros germinan muchas veces los árboles cinematográficos que nos acogerán en años venideros.

Claire Denis es una mujer tan dura como Kathryn Bigelow. Y de hecho White Material, el título original de Una mujer en África, se podría haber llamado también En tierra hostil. Dado que ha vivido desde pequeña en África, la Denis ha mamado el calor, los mosquitos, los enfrentamientos étnicos, las miradas sanguinolentas de quien te apunta con un Kalashnikov mientras te exige 100 dólares por pasar por una carretera.

La directora francesa se sumerge en la realidad africana desde la perspectiva de la fábula pero sin caer jamás en el paternalismo o la condescendencia, alejándose de las habituales recreaciones complacientes y complacidas, instaladas en un discurso tan huero como hinchado (de El jardinero fiel a Hotel Rwanda pasando por Diamantes de sangre). De esta manera, Denis hace aparecer a los africanos en toda su palpitante y pulsional carne negra (lo de White material hace referencia a la carne blanca colonizadora), en un aristótelico y virtuoso término medio alejado tanto del narcisismo progresista de las almas bellas como de la antigua soberbia reaccionaria de los imperialistas. Tanto monta.

Aquí van otras grandes películas para conformar una panorámica realista y lúcida del continente africano:

Desgracia (2008). Adaptación modélica, en cuanto que humilde, de la novela homónima de Coetzee, un ajuste de cuentas –a navajazo limpio y oscuro– del autor sudafricano con su memorian nacional, es –escribí– "demoníacamente hilarante, lírica y reflexiva a partes iguales, siempre temible".

Jacobs ha hecho del paisaje surafricano un personaje con entidad propia: devastador en su inmensidad y en su aridez. Gracias a unos actores con el alma marcada en el rostro, un gran John Malkovich, pero también la supererogatoria Jessica Haines, en un papel dificílisimo que hace recordar al idiota de Dostoievski & Kurosawa, y el lovecraftiano y terráqueo Eriq Ebouaney, con sus razones antiguas como las piramides, la película aguanta el tirón de su hermano libresco y deja al espectador con la misma sensación: la boca seca y el alma inquieta.

Moolaadé (2004). Tres millones de mujeres, sobre todo niñas, son mutiladas cada año en nombre de los derechos colectivos, de la Cultura (con mayúscula) y para desgracia de los derechos individuales. ¿Qué hacer? Sugiero ver esta película, un contundentes y sutil ejercicio de cómo pensar con imágenes, con un puño de hierro enfundado en un guante de seda. Ousmane Semben, su director, es uno de esos viejos que, como Oliveira, como Rohmer, hacen el cine más contemporáneo.

Un grupo de niñas pide protección (moolaadé) a una mujer que no permitió que su hija fuese sometida al bárbaro ritual que a los multiculturalistas-relativistas occidentales (cuya última versión sería el entrenador barcelonista Pep Guardiola) les parece tan respetable. Ya saben, la diversidad cultural. Frente a esta mujer y sus hermanas, las demás esposas de su poligámico marido, se alzan otras mujeres, las ablacionistas no abolicionistas, y la mayor parte de los hombres en nombre de la sagrada tradición.

Sin alzar la voz, sin estridencias visuales ni chantajes emocionales, Semben va desmontando cada uno de los ritos y los mitos de tal agresión contra las mujeres –con el concurso entusiasmado de muchas de ellas– para finalmente realizar uno de los cantos más emocionantes y cinematográficamente más puros a la valentía en la defensa de los valores individuales, en contraposición al gregarismo de los derechos colectivos y la cobardía asesina que se ejerce en nombre de las Grandes Palabras: Dios, Patria, Tradición, Cultura...

La belleza del poblado africano, la limpieza de los colores, la sonoridad de las palabras y la elegancia de los cuerpos, sin rastro del exotismo colonialista del cine occidental sobre África, contribuyen a que Moolaadé sea una de las películas imprescindibles sobre África. Un imperativo ético y estético.

– Faraón (1966). Poco después de que el academicista y grandilocuente David Lean, el director europeo que ha rodado más a la americana, rodase la faraónica Lawrence de Arabia (1962), el polaco Jerzy Kawalerowicz descolocó al personal de medio mundo con esta superproducción, que combinaba la grandeza de la puesta en escena propia de Hollywood con un notable atrevimiento tanto en la presentación de los personajes históricos –alejada de los estereotipos habituales– como en la estructura del guión, que comenzaba con una pelea de escarabajos peloteros. Y de ahí para arriba.

– Memorias de África (1985). Basada en la biografía de Isak Dinesen y no tanto en su relato Out of Africa, el melodrama de Sidney Pollack se convirtió desde su estreno en un clásico del lujo visual al servicio del músculo cinematográfico de los grandes estudios. Merryl Streep, Robert Redford y Klaus María Brandauer están sencillamente perfectos en sus respectivos papeles, elegantes y díáfanos, y aunque todo está a punto de irse en ocasiones por el desagüe de la cursilería más rampante (como le sucedió posteriormente a ese sucedáneo que fue El paciente inglés), Pollack tiene la habilidad para reconducir los derrapajes sentimentalistas hasta el interior de la pista de la contención y terminar así la carrera por todo lo alto (siete Óscars).

– Hatari! (1962). El continente africano ha sido durante mucho tiempo el símbolo más duradero de la aventura en estado puro. Y ninguna película más existencialistamente aventurera y cinematográficamente pura que este alegato a favor de la amistad y el erotismo que realizó Howard Hawks, con su habitual facilidad para situar la cámara en el sitio justo y su optimismo antropológico, cargado de ironía y amor a la vida. Nunca el carpe diem se ha enunciado cinematográficamente con más alegría y convicción.

– Invictus (2009). Tras una primera incursión africana con Cazador blanco, corazón negro, Eastwood se disfrazó de Frank Capra para firmar esta hagiografía de Nelson Mandela, su contribución a la Alianza de Civilizaciones. Tan ingenua como asertiva:

Clint Eastwood nos muestra en su última película, Invictus, cómo Nelson Mandela consiguió lo que parecía imposible: que las comunidades blanca y negra de Sudáfrica olvidaran sus rencores, sus prejuicios, sus odios ancestrales, sus ganas de venganza y se unieran en un proyecto común de libertad y prosperidad, dejando atrás recriminaciones e insultos. No era fácil. Los negros habían sufrido la opresión criminal del apartheid de los blancos que se creían los dueños del país. Los blancos, por su parte, se negaban a olvidar el pasado terrorista de Mandela y su organización, el Congreso Nacional Africano. Si cada una de las dos comunidades se hubiera empeñado en su propia Memoria Histórica, asumiendo maniqueamente el lugar de los buenos de la historia y satanizando a la otra, el desenlace hubiera sido seguramente una guerra civil.

– La Reina de Africa (1951). Humphrey Bogart montó su bar en Casablanca como lo podría haber establecido en Hong Kong. Sin embargo, la Reina de África solo podía surcar, chula y brava, el río Ulanga en Tanzania. En la mencionada Cazador blanco, corazón negro, Eastwood contaba precisamente los avatares de ese rodaje, con Huston más preocupado por cazar un elefante que por dirigir este amor fou entre Bogart y Hepburn.

– Zulú (1964). Basada en una sangrienta y descomunal batalla que tuvo lugar a finales del siglo XIX entre los zulúes y un batallón del ejército de Su Graciosa Majestad, es una de las pocas películas militares, por lo general llenas de testosterona y vacías de mujeres, que aprecio. Para la posteridad, la curiosidad emocionante del duelo de coros guerreros, los barítonos zulúes contra los tenores galeses (ver a partir del min. 4'30").

– El cielo protector (1989). Otra adaptación, en este caso de un libro mítico de Paul Bowles, uno de esos americanos que se convertían en flaneurs al estilo de Baudelaire, dandies y bohemios, pero en lugar de por los bulevares de París por los arrabales del Tercer Mundo. En su caso, Tánger. Bernardo Bertolucci, bien secundado en la interpretación por Debra Winger y Malkovich, nos sumerge en un sofisticado y decadente descenso al corazón de las tinieblas, que sabemos desde Conrad tiene su lugar natural en África.

Todas estas películas se resumen y amplían en la figura de Jean Rouch, el gran documentalista francés, que filmó África y a los africanos en toda su terrible y sublime existencia en el límite, quemados por el sol y devorados por los mosquitos, pero, y quizás precisamente por ello, poseedores de una grandeza de espíritu en sus mejores momentos equilibrada por una crueldad desaforada en los peores. Si quieren conocer de verdad, de verdad, África, no duden en comprar el cofre que ha preparado Intermedio: un diamante, no de sangre sino de cine.

 

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twitter.com/santiagonavajas

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