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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Gran Hermano IX. Néctar televisivo para paladares progresistas

El programa Gran Hermano había logrado consolidarse como uno de los firmes valores de la parrilla televisiva, tanto en la cadena progresista Telecinco como en el resto de emisoras españolas de progreso, que, a falta otra cosa, nutrían sus espacios culturales comentando con invitados de postín las apasionantes vivencias de los habitantes de la casa.

El programa Gran Hermano había logrado consolidarse como uno de los firmes valores de la parrilla televisiva, tanto en la cadena progresista Telecinco como en el resto de emisoras españolas de progreso, que, a falta otra cosa, nutrían sus espacios culturales comentando con invitados de postín las apasionantes vivencias de los habitantes de la casa.
Sobre el carácter eminentemente progre de Gran Hermano no creo necesario dar demasiadas explicaciones. Sólo el hecho de que esté presentado por Mercedes Milá, epítome del periodismo progresista, es una garantía de que nos enfrentamos a un espacio de estas características, pues Sor Mercedes jamás aceptaría participar en un programa que no respetara las cuatro virtudes teologales del progresismo: diálogo, talante, mestizaje y tolerancia.
 
Los concursantes también son progres comme il faut, completamente liberados de convencionalismos burgueses tales como el pudor, la fidelidad, el respeto a uno mismo o la higiene. Además, la casa de la casa es, repetimos, Telecinco, la cadena más progresista del panorama español, con permiso de La Sexta (pero como ésta sólo la ven la suegra de Andrés Montes y los novios de Patricia Conde, su existencia no afecta al ránking). En fin, que Gran Hermano es el paradigma del progreso televisivo, por su calidad, la condición de los concursantes, el perfil de su presentadora y la esencia filosófica de la cadena en que se emite.
 
Tradicionalmente (con perdón), los concursantes, todos con una rica vida interior y una personalidad seductora, no solían defraudar a la audiencia, y día tras día desplegaban en la pantalla un abanico de actividades de lo más fascinante, que iban desde dar de comer a los animales (me refiero a los bichos; o sea, a los que había en la pocilga; no en la casa, que también era una pocilga, sino en el corral; o sea, a los otros animales; a ver, que me estoy liando: quiero decir a los animales que no participaban en el concurso) hasta realizar las pruebas físicas más absurdas, pasando por los toqueteos bajo el edredón, todo ello aderezado con interesantes observaciones ("Me meo que te cagas", "Te pego dos yoyas que te tiemblan las orejas" y por ahí seguido), a través de las cuales el espectador medio pudo adquirir una idea exacta del nivel sociocultural de la juventud española.
 
Todo eso, qué duda cabe, contribuyó a cimentar la sólida reputación de Telecinco como empresa audiovisual preocupada por la información y la cultura, y la de Mercedes Milá como referente intelectual insoslayable de la nueva España plurinacional que progresa adecuadamente. Sin embargo, a pesar de su excelencia como elemento formador de opinión, el programa había experimentado un cierto declive en las últimas ediciones (la gente, al final, se cansa hasta del caviar). Es por ello que en esta nueva temporada han decidido introducir ciertas modificaciones, que sin duda reforzarán el carácter eminentemente culto de un espacio tan necesario para la supervivencia de los valores democráticos y de progreso entre la ciudadanía.
 
Si ustedes recuerdan, Mercedes Milá no se cansaba de repetir en las primeras ediciones que todos los concursantes tenían un nivel intelectual en torno a un 10% superior a la media. La gente, que es muy mala, no se acabó de creer esa afirmación sobre la elevada inteligencia de los jóvenes que entraban en la casa, debido a sus actitudes, a su pobreza léxica y, sobre todo, a que en su práctica totalidad eran seres vivientes que no tenían nada más interesante que hacer con su vida aparte de servir copas en tugurios o dedicarse a la "promoción de ventas", eufemismo con que Mercedes Milá se refería a la actividad laboral que consiste en "promover la venta" de zumos o quesitos entre los visitantes del Carrefour con ayuda de una bandejita surtida.
 
Mercedes Milá.En todo caso, y sin entrar en disquisiciones sobre la salud mental del grupo humano utilizado como referencia para llegar a esa conclusión sobre la grandeza intelectual de los integrantes del ensayo sociológico (el programa, por si no lo recuerdan, comenzó siendo un experimento de primer orden, Mercedes Milá dixit), lo cierto es que al principio hubo algún concursante sospechoso de poseer cierta capacidad intelectiva. Esos raros especímenes fueron rápidamente expulsados de la casa, pues en un experimento de estas características los intelectuales puros no tienen nada que hacer. El público quería folleteo y apasionados debates con yoyas volando de un lado a otro de la habitación, no a un señor con gafitas leyendo a James Joyce, algo que, por cierto, no podría haber llevado a cabo, porque una de las normas del programa prohíbe a los concursantes que introduzcan libros en la casa.
 
En la presente edición, y ésta es la novedad a la que nos referíamos, salvo que algún concursante sorprenda al orbe balbuceando alguna idea expresada con corrección, podemos afirmar que el elemento intelectual ha pasado a un segundo orden. Como en el bachillerato español diseñado por los socialistas, en la casa de Gran Hermano todos parten esta vez de un suelo intelectivo compartido, de forma que ninguno de ellos podrá sentirse discriminado por razones culturales. Así pues, en esta temporada Telecinco y Mercedes Milá apuestan por la vertiente "humana" de los protagonistas, la mayoría de los cuales atesora experiencias vitales a cuál más bizarra.
 
Dos gemelas que han de intercambiar sus identidades sin que los varones de la casa sospechen del engaño, dos hermanas de leche que la vida había desperdigado por la geografía española y que gracias a Telecinco se han reencontrado (aunque a ninguna le importe un pimiento la vida de la otra) y un concursante transexual de nombre Amor forman el núcleo duro de esta edición. Será apasionante comprobar si las gemelas son capaces de desplegar la misma habilidad bajo los edredones para mantener el engaño, si las hermanas reencontradas no acaban a yoyas y si algún concursante, seducido por la belleza exótica de Amor, manifiesta algún reparo cuando descubra la sorpresa que la guapa tinerfeña esconde en los bajos. Y todo ello acompañado de las sabias aportaciones de Mercedes Milá, que sin duda harán que la población española cambie su percepción sobre las gemelas, las hermanas separadas y las transuexales putonas. Mestizaje, multisexualidad, alta cultura y buen rollito de la mano de Mercedes Milá. O sea, Gran Hermano. Progresismo en estado puro.
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