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CRÓNICA NEGRA

Los periodistas hacen justicia

Resulta que, desde que copiamos nuestro derecho punitivo de las malas películas, se informa al detenido de sus derechos de una forma torticera: "Número Uno, tiene usted derecho a guardar silencio", y la cosa se queda ahí. Porque no hay costumbre de repreguntar.


	Resulta que, desde que copiamos nuestro derecho punitivo de las malas películas, se informa al detenido de sus derechos de una forma torticera: "Número Uno, tiene usted derecho a guardar silencio", y la cosa se queda ahí. Porque no hay costumbre de repreguntar.

En dos semanas, dos presuntos culpables, insatisfechos con el ritual jurídico, han ido a confesarse a los periodistas. Un amigo policía me dice que su oficio es preguntar. El nuestro también.

Dado que ni los investigadores ni los fiscales preguntan, los que tienen ganas de confesar se contienen hasta que pecan de incontinencia. Así, sale un homicida y se lleva a un periodista al lugar del crimen: "Fue aquí, yo la maté", le dice con desparpajo. "¡No me diga! ¡Si no hay pruebas!". "No, no hay pruebas, pero yo la maté". La otra: "Oiga, está usted ante las cámaras de televisión, dígalo de una vez: ¿la mató su marido? Sí, fue mi marido; él la mató. Confieso, confieso". Por fin se saben las cosas.

La ley obsoleta no infunde temor alguno ni disuade de nada. El código penal es más flojo que la pata de un conejo, excepto cuando se trata de darle a alguien decente. Así que resulta más interesante que interroguen los periodistas, esos tipos rudos, desaprensivos, que no se enternecen ante el delincuente: "¡Señora, dígalo ya! ¡Confiese! ¡Todo el mundo la está viendo! ¡Va a quedar como una embustera!"; el fiscal, en cambio: "Míreme el detenido; ¿es consciente de que, por su bien, debiera saludar al tribunal? ¿Se encuentra cómodo con los grilletes? ¿Necesita agua o evacuar? Proceda a contestar si lo cree conveniente. ¿A qué hora prefiere estar de vuelta en prisión? No declare si cree que está en riesgo su intimidad".

Lo vimos por la tele, y aunque algunos se escandalizan porque los plumillas eran impertinentes, groseros, cortantes, interrogando a la cómplice de un pederasta, lo cierto es que aquello dio resultado, y la señora se desmayó en su mejor actuación frente al televisor, sin que nadie la humillase ni la torturase. O sea, que puede valer, porque se avanzó más en un rato de tira y afloja que en dos años de seca instrucción sumarial.

Y la señora que cede, se derrumba, se viene abajo con la prensa canallesca, fuera de sede judicial: "¡Sí, la mató, la mató!". En dos años de instrucción sumarial, no consiguieron que fuera contundente ni convincente jamás; ahora todo el mundo sabe que su marido es un homicida, que fue él, más allá de la falta de pruebas de la investigación fallida, de las preguntas que faltan del fiscal, del juez.

Poca gente sabe que los jueces tienen su propio gobierno: el Consejo General del Poder Judicial; poca gente sabe lo que nos cuesta el CGPJ; poca gente sabe para lo que sirve. Sin embargo, todo el mundo está al cabo de la calle de lo que hace un programa de televisión y todo el mundo sabe la idea que de la justicia tiene un magacín de una cadena generalista; todo el mundo sabe que nadie le preguntaría con dureza a esa mujer que calla los secretos perversos de su marido si no fuera absolutamente necesario. El periodista es un ser desprendido al que no le importa arrostrar el enigma de lo políticamente incorrecto. Por eso cada vez más la gente sin complejos prefiere que interroguen ellos, a poder ser a cara de perro y como el que no quiere la cosa: "¡Confiese, señora, que se la va a comer la fama!".

Un jurado popular deja en la calle por falta de pruebas a un homicida que en cuanto puede confiesa; un juez instructor deja en la calle a una encubridora que en cuanto puede canta La Traviata en la tele, y la tiene que meter en prisión mientras calcula por qué la procesa. La justicia en España nos parece a muchos cara y mala.

El derecho punitivo pretende hallar al culpable y ponerlo a buen recaudo para su reinserción, que es mandato constitucional, pero el personal lo que quiere es saber lo que pasó de verdad, dónde está Marta del Castillo, quién mató a la niña Mari Luz Cortés. Lo mejor es que se lo encarguen a los periodistas, que interrogarán a los presuntos sin modales, tratándolos de tú, escaqueándose de la competencia.

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