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Florentino Portero

Un hombre al servicio de España

Frente a la visión liberal, representada por José María Aznar y Esperanza Aguirre, el renovado regionalismo encontró en Fraga a uno de sus mayores entusiastas y defensores.

Así como cada día tiene su afán (Mt. 6, 34) cada generación tiene su propia agenda, con sus problemas, retos, debates y sus figuras. Manuel Fraga Iribarne ha representado, como muy pocas otras personalidades, a los niños de la Guerra que al crecer apostaron por la modernización de España desde el Régimen de Franco. Aquellos niños habían vivido el drama nacional y no ponían en duda la mayor responsabilidad de las formaciones de izquierda en el origen del conflicto civil, ni la legitimidad de la Nueva España. Eran conscientes de que la Guerra había abierto heridas en el cuerpo social que sólo el paso del tiempo, mucho tiempo, iría cerrando paulatinamente, por lo que no cabían ensayos políticos. Había que concentrarse en lo que era posible además de necesario.

Fraga estudió Derecho, Economía y Ciencias políticas, doctorándose en la primera de estas disciplinas. Ingresó por oposición en los cuerpos de letrados de las Cortes, diplomático y de catedráticos de Universidad, actividad esta última que ejercería en la Complutense. Como muchas de las personalidades que nutrieron la Administración española de aquellas décadas, era un ejemplo de la aristocracia del mérito, renovada versión de los golillas ilustrados que se echó sobre sus espaldas la labor de modernizar el Estado, la economía y, finalmente, la sociedad española. Como los citados golillas creía en la autoridad ejercida desde una Administración eficaz tanto como desconfiaba de la sociedad.

Manuel Fraga destacó en aquellos días por su voluntad, su capacidad de trabajo, su vocación política y su choque abierto con los "tecnócratas" vinculados al Opus Deí . Su brillante paso por la Administración, su estruendosa caída y su capacidad intelectual le convirtieron en el dirigente natural de una parte de la España conservadora de los años 70 y 80, el hombre llamado a ordenar la transición inevitable tras la muerte del general Franco. Sin embargo, la longevidad del Caudillo permitió que la generación siguiente, la representada por hombres como Adolfo Suárez y Rodolfo Martín Villa, le arrebatara el poder con el apoyo del Rey Juan Carlos.

La España de los años 70 era el resultado del baby boom de los cincuenta y de los éxitos económicos consecuencia del Plan de Estabilización de 1959. Aquellos españoles querían dejar atrás la Guerra Civil y el Régimen de Franco, para incorporarse al proceso de unificación europea desde una democracia perfectamente equiparable a la de sus vecinos continentales. En ese marco Fraga aparecía como el resto de una época que se quería superar. Una imagen alimentada por sus gestos autoritarios y su falta de sintonía con las nuevas generaciones. Quien representó como pocos el ideario reformista en los sesenta se había convertido en un resto arqueológico poco después, sobre todo tras su paso por el Ministerio de la Gobernación.

En los años de la Transición Manuel Fraga, desplazado del centro-derecha, se vió forzado a recoger en su entorno a otras figuras del Régimen de Franco para, junto con todos ellos, presentar una formación política que la gran mayoría consideró anacrónica. A él cabe agradecer la inexistencia de una extrema derecha y el establecimiento de una base, Alianza Popular, sobre la que finalmente se reconstruiría la derecha española tras el desmoronamiento de la Unión de Centro Democrático. Pero no sería él, sino José María Aznar, quien dirigiría aquella operación. Fraga entendió que se había convertido en un obstáculo para su partido, su ideario y sus votantes, que su personal techo electoral hipotecaba el futuro de su propia formación y tuvo la generosidad patriótica de ceder el timón.

Su etapa final coincide con el resurgir de la derecha regionalista de la mano del Estado de las Autonomías. Si el Franquismo impuso la unidad frente al localismo, la Constitución de 1978 estableció una administración descentralizada, abierta al caciquismo y abocada a la taifa. Frente a la visión liberal, representada por José María Aznar y Esperanza Aguirre, el renovado regionalismo encontró en Fraga a uno de sus mayores entusiastas y defensores. Su paso por la presidencia del gobierno gallego estableció un precedente que acabaría sentando cátedra en el Congreso de Valencia y afianzándose en el Partido Popular.

La muerte de Manuel Fraga supone la pérdida de una de las figuras políticas más destacadas de la vida nacional, de una personalidad singular que despertó ilusiones y lealtades y que en todo momento fue un referente ideológico para una parte de la sociedad española. Descanse en paz un hombre que dedicó toda su vida al servicio a España.

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