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Francisco Pérez Abellán

Los niños secuestrados

Aquí discute una pareja y enseguida lo pagan los hijos, porque la justicia no le ha puesto el precio justo a estas abominaciones.

Aquí discute una pareja y enseguida lo pagan los hijos, porque la justicia no le ha puesto el precio justo a estas abominaciones.

El día que en España nos devuelvan la justicia, los delincuentes no se acercarán a los niños para secuestrarlos, ni para abusar de ellos, ni para hacerles ninguna clase de daño. Les resultará tan caro que curarán de repente todos sus vicios. Los niños debieran ser sagrados y estar tan protegidos por la ley que los criminales tuvieran miedo de estar cerca de ellos.

Como ahora les sale barato, el primer mindundi que se siente despreciado por una mujer, o desobedecido, o retado, u ofendido, se atreve a llevarse a los hijos y descargar en ellos su ira. Un delincuente que teme a la ley procura delinquir lo justo. Si es un descuidero, jamás roba con fuerza en las cosas o daño para las personas; si es un sirlero, procura enseñar la navaja y no herir; si es un tipo de palanca y allanador de moradas, huye de causar cualquier mal innecesario.

El homicida no quiere cargar con un asesinato, el exhibicionista no quiere ser tachado de violador, el violador no quiere ser considerado un asesino. Pero eso es siempre bajo el imperio de la ley. En nuestro país las parcelas no están definidas, las sentencias no suelen ser ejemplares, el laberinto jurídico se añade a los crímenes mal investigados. Nos come la desidia, el colapso y el relativismo jurídico. Sólo hay una cosa peor que lo que pasa, la explicación que nos ofrecen en los medios, un mundo de insolventes que opinan sobre lo que no saben.

De esta forma, los delincuentes que leen a Maquiavelo salen libres o salvos, se escapan o eluden las grandes penas. Reina un ambiente de relax. Una tarde cualquiera, un tipo carne de cañón, que ya ha estado un par de veces encerrado y ha probado la suavidad de la medida, le dice a su novia ocasional que baje a empujar el coche porque se ha quedado sin batería. Tal vez en la comarca almeriense de Nacimiento, en un cortijo de Fiñana o alrededores. Hay bebé a bordo: la hija de ella, de 16 meses. El presunto tiene 25 años y nombre de serie latina: Jonathan. El incidente ocurre tras una discusión, tal vez por desamor. El caso es que el tipo arranca dejando embromada a la chica. Ella, con razón, teme por su hija; y en cuanto llega a un cuartel de la Guardia Civil, denuncia al supuesto novio.

Pasan los días. Hasta siete. Por fin detienen al chavea, turulato, embromador, que dice no saber dónde está el bebé. La Benemérita le interroga a fondo, hasta que logra una presunta confesión. Al parecer tiró a la niña a una balsa de agua. No hay muchas explicaciones. Tal vez un arrebato del delincuente fronterizo, acostumbrado a hacer su santa voluntad. La niña estaba en la balsa. Otro secuestro que acaba mal.

En España los secuestros no suelen ir bien para los secuestradores y a veces tampoco para los secuestrados. En cuanto corre el tiempo sin que aparezca la víctima puede presumirse el peor final.

Nuestro país no tiene políticos preocupados por la seguridad ni la prevención, no existe un Instituto de Estudios de la Seguridad, no se prueban medidas como facilitar el acceso de los policías a la universidad, algo que redundó en una mejoría inmediata en la seguridad ciudadana en los USA. Aquí discute una pareja y enseguida lo pagan los hijos, porque la justicia no le ha puesto el precio justo a estas abominaciones.

En España

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