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¿Alguien se acuerda de Irán?

Rusia como China quieren limitar la influencia de Estados Unidos en el mundo y están dispuestas a asumir los riesgos de un Irán nuclear para lograrlo.

La crisis georgiana, la contundente reaparición del Imperio Ruso en la política internacional, ha relegado a un segundo plano otro grave problema: el intento iraní de acceder a la tecnología nuclear con fines militares. Sin embargo, una y otra crisis están estrechamente vinculadas y conviene reflexionar sobre su relación para comprender el teatro de operaciones en el que nos encontramos y de qué márgenes de actuación disponemos.

En democracia el uso de la fuerza sólo es posible tras haber agotado las vías diplomáticas y logrado un consenso suficiente. Caso aparte es cuando se vive en una permanente situación prebélica y hay acuerdo para hacer uso de la fuerza con carácter preventivo para evitar que el enemigo acceda a un determinado armamento. Los ataques israelíes a las instalaciones nucleares iraquíes y sirias son ejemplos de esta particular situación. Sin embargo, el descubrimiento de que Irán estaba violando el Tratado de No Proliferación Nuclear y de que estaba tratando de enriquecer uranio con fines militares no pareció justificar una acción. Había tiempo suficiente para ensayar medidas diplomáticas dirigidas a hacer comprender a las autoridades de ese país que su interés nacional aconsejaba abandonar el programa nuclear.

Una estrategia de "palo y zanahoria", de sanciones y gratificaciones en función del comportamiento iraní comenzó a desarrollarse desde el Consejo de Seguridad. Era lo que tocaba hacer, lo lógico, lo propio de naciones que respetan el derecho internacional público y que creen en los mecanismos propios del régimen de no proliferación. Sin embargo, pocos confiábamos en que la diplomacia surtiera efecto y, desde luego, entre los crédulos no se encontraban los responsables iraníes.

Que un proceso diplomático no conduzca a la solución de un problema no implica que sea inútil, porque sólo su fracaso legitima el uso de la fuerza. Esto no quiere decir que la diplomacia no sea instrumento suficiente para doblegar a los dirigentes iraníes. El problema no está en las sanciones sino en los sancionadores. En ningún momento ha habido voluntad suficiente entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad para imponer sanciones realmente duras a Irán. China le compra hidrocarburos; Rusia le vende tecnología nuclear y armamento, en concreto baterías de misiles tierra-aire con que defenderse de un ataque israelí o norteamericano. Alemania siente vértigo cada vez que tiene que actuar con firmeza en política internacional y, en plena crisis económica, no quiere castigar su industria privándola de contratos.

Irán siempre ha estado convencida de que nada serio había que temer del Consejo, por las razones citadas y porque tanto Rusia como China quieren limitar la influencia de Estados Unidos en el mundo y están dispuestas a asumir los riesgos de un Irán nuclear para lograrlo. Rusia establece su área de influencia invadiendo Georgia y reivindica su condición de actor relevante en Oriente Medio protegiendo a Irán y a Siria.

En estos momentos el Consejo de Seguridad se ocupa de preparar una resolución sobre Georgia, que Rusia amenaza con vetar, y de pactar nuevas sanciones contra Irán. A nadie le puede sorprender que la diplomacia no logre detener el programa nuclear iraní o que el Consejo de Seguridad vuelva a resultar inútil para gestionar una crisis internacional. Lo sorprendente es que no tengamos un plan para actuar a continuación. Durante años Bush amenazó con usar la fuerza si la diplomacia fracasaba; McCain repitió que sólo había algo peor que una acción militar contra Irán, un Irán nuclear; los dirigentes israelíes proclamaron que no aceptarían la existencia de un programa nuclear... La realidad es que en un plazo muy breve de tiempo veremos si Rusia está o no dispuesta a colaborar seriamente para impedir que los ayatolás dispongan de cabezas nucleares para sus misiles, y llegará el momento de tomar una decisión. No parece que Bush vaya a asumir esa responsabilidad, por lo que la cuestión iraní será el primer tema en la agenda internacional de su sucesor.

Para entonces ya tendremos más claro hasta qué punto la cuestión iraní es la cuestión rusa; en qué medida regímenes dictatoriales de distinta naturaleza hacen frente común ante unas democracias divididas, en crisis económica y dependientes del suministro energético, planteando unos retos insalvables para buena parte de ellas. Hemos consumido el tiempo en conversaciones diplomáticas que no conducían a nada. El tiempo es un bien escaso, y en lo que concierne a la crisis iraní aún más. Habrá que afrontarla en las peores condiciones diplomáticas y económicas, pero esa ha sido nuestra opción.

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