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Árabes sin primavera

El islam sale de siglos de estancamiento para enfrentarse con una modernidad que le repugna moralmente y le seduce materialmente. No ha tenido ni renacimiento ni reforma ni ilustración ni revoluciones burguesas y liberales.

La primavera se ha ido y la democracia no ha venido. Reincidiendo implacablemente en el horrendo ripio pseudobecqueriano, añadiremos aún: y cuánta razón hemos tenido.

Recibimos los acontecimientos tunecinos y luego egipcios con ilusión pero con una dosis de recelo. En su mundo y en el nuestro se celebró con jolgorio el fin de la excepción árabe. No se trataba de gentes que lo aguantasen todo, que gustasen de la dictadura, la opresión, la carencia de libertades y casi, casi hasta de la pobreza. El vaso por fin se había colmado y mostraban el deseo de poder decir lo que pensaban, de poder elegir gobernantes responsables ante sus conciudadanos, de no ser robados y maltratados.

Pero no bastan los deseos y los significados de las palabras cambian según los contextos. El árabo-islámico nos resulta demasiado diferente y ajeno. No es ya la diferencia de religiosidades sino aún más el abismo entre devoción y secularidad. El islam sale de siglos de estancamiento para enfrentarse con una modernidad que le repugna moralmente y le seduce materialmente, con la atracción de lo pecaminoso. No ha tenido ni renacimiento ni reforma ni ilustración ni revoluciones burguesas y liberales. Su reacción ha sido la reafirmación de sus raíces, difícilmente un método adaptativo. Las revueltas de esta primavera representan un nuevo choque o algo así como las réplicas de la inicial sacudida sísmica. Seguimos sin saber a dónde pueden ir a parar, pero ya no pasamos por agoreros sino más bien por señaladores de lo obvio, al decir que no todo va a ser democracia.

En 1848 los avanzados que propugnaban la democracia en Europa recibieron un varapalo de la realidad. El sufragio universal –solamente masculino y con frecuencia sólo a partir de los 25 años– daba la victoria a personajes autoritarios y populistas como Napoleón III. En ninguna parte consiguieron el poder a través de los votos y muchos desilusionados demócratas emigraron a Estados Unidos, donde su sueño se acercaba ya al hecho. Pero, con todo, hubo importantes avances en constitucionalismo, causas nacionales, abolición de los restos medievales de servidumbre en Europa Oriental.

El más ferviente deseo sería que también en esos éxitos parciales se mantenga el paralelismo entre lo que viene sucediendo entre nuestros vecinos del Sur y el Este y la semiabortada revolución europea del 48. Pero nada resulta todavía claro. Probablemente las convulsiones continuarán aún durante mucho meses, alumbrando acontecimientos imprevistos. La actitud de los aparatos de seguridad se ha revelado hasta ahora como decisiva, ejércitos en la mayoría de los casos, policías en otros, y ambos en algunos. Se dice que las monarquías resisten mejor porque tienen un plus de legitimidad respecto a las repúblicas tiránicas y en vías de convertirse en hereditarias. La realidad es que las opulentas monarquías del golfo y la saudí están consiguiendo comprar a sus ciudadanos con sus descomunales huchas de petrodólares, mientras que la marroquí y la jordana, por mucha ascendencia profética que tengan, se tambalean. La capacidad de los sirios de seguir dejándose matar por la represión implacable y la de los represores para seguir siéndolo es un desigual duelo de difícil solución. Yemen es un caos sin clara salida, como no sea bajo la tutela de sus vecinos. En Libia ganaremos la guerra pero no sabemos si también la paz.

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