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Guerra en vez de democracia

No se trata con el pacto de lograr una independencia arrancada sin negociación contra Israel que los dos gobernantes. Fatah y Hamás han mostrado ser incapaces de gestionar. Se trata más bien de los levantamientos árabes contra sus inútiles gobiernos.

Tras un clima de enfrentamiento, las elecciones de 2006 que dieron la victoria a Hamás en Gaza abrieron un periodo de guerra civil entre los grupos palestinos, el asentamiento de Hamás en este territorio, el inicio de un proceso de eliminación sistemática de opositores, y la instauración final en la Franja de un Gobierno despótico, que ha llevado a un proceso de militarización de la sociedad y a un permanente estado de movilización contra Israel. El tradicional estilo corrupto y autoritario que definía el Gobierno de la ANP en Cisjordania, alcanzó en Gaza un carácter criminal, de permanente movilización en apoyo de las milicias y grupos terroristas en sus ataques a Israel.

En los últimos meses, esto ocurre en medio de los levantamientos árabes contra sus Gobiernos. De toda la región, el único país que se mantiene estable y próspero al margen de las revueltas es Israel. En Egipto, Túnez y Siria, los que se manifiestan exigen tres cosas. Primero mayores espacios de libertades públicas y garantías democráticas. Segundo, mayor transparencia y control del dinero público. Y tercero, mejora de las condiciones económicas. Respecto a lo primero, Cisjordania está gobernada como por las distintas familias de Fatah y la OLP, y Gaza es simplemente un régimen totalitario y criminal. Respecto a lo segundo, la OLP es uno de los gobiernos más corruptos de la tierra, mucho más que el Túnez de Ben Alí o el Egipto de Mubarak, con el dinero de las subvenciones pasando meteóricamente por Ramala camino de opacas cuentas de bancos suizos; en Gaza se suma simplemente a esto el desvío de fondos para la compra de armas, explosivos y el pago a las familias de terroristas suicidas. Respecto a lo tercero, tanto Hamás como Fatah se han mostrado –y ha pasado ya suficiente tiempo como para poder sacar conclusiones– incapaces de sacar adelante la economía palestina, pese a que recibe de occidente ayudas multimillonarias.

No se trata con el pacto de lograr una independencia arrancada sin negociación contra Israel que los dos gobernantes. Fatah y Hamás han mostrado ser incapaces de gestionar. Se trata más bien de los levantamientos árabes contra sus inútiles y desvergonzados gobiernos. Y es que los líderes palestinos de ambas facciones buscan huir de su propia responsabilidad ante la pobreza de los palestinos, la corrupción de las clases dirigentes y los nulos avances en derechos humanos y políticos. Hamás ya ha reprimido unas manifestaciones en Gaza con una dureza semejante a la que provocó la intervención aliada en Libia. Lo que a Europa y Estados Unidos les indigna del Gobierno libio o sirio no les molesta del palestino. Razón por la cual, animados por la impunidad, han decidido dar un paso más.

El recurso, viejo como la humanidad, es salvar ese problema común –el miedo al contagio– saltando por encima de las diferencias –que lo son a muerte– para buscar al enemigo exterior, capaz de cohesionar en el interior y cimentar la indulgencia del exterior. Frente común contra un enemigo contra el que buscar la confrontación. De ambas partes, el genocida impulso de Hamás y sus acólitos de Cisjordania arrastrará al resto: el acuerdo nace desde la violencia y caminará hacia ella. Es una huida hacia adelante destinada a incendiar la región. Pero lo grave no es ni que Abbas haya preferido la independencia a la paz, ni que no conseguirá ni la una ni la otra de la mano de Hamás. Lo grave es que lo ha hecho para evitar que los palestinos se puedan sentir como egipcios, libios, tunecinos o sirios. El pacto es la elección de la guerra antes que la democracia.

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