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Los tambores de los partidos antipartidos

Los partidos socialdemócratas, con sus programas de más impuestos y más gasto social, no se benefician de la crisis económica.

La desesperación de los europeos ante la crisis que parece eterna y la incapacidad de los gobernantes actuales para solucionarla, o al menos para atenuar sus efectos, está generando partidos antisistema o personajes antipolítica.

El aburrido sistema de partidos creado en la Europa Occidental de posguerra con la ayuda de Estados Unidos (democristianos, liberales y socialdemócratas alternándose a la manera bipartidista) se ha desplomado, como los índices de empleo y la deuda pública. Italia, adelantada y maestra en tantas cosas, también lo es en esta conmoción.

La izquierda italiana ha echado al cubo de la basura la ocasión de volver al Gobierno. El excomunista Pier Liugi Bersani, que lleva en política más tiempo que Berlusconi, obtuvo un menguado 30% en las elecciones de febrero pasado, sólo 125.000 votos más que el maquillado Cavaliere.

El tercer lugar fue para las listas del Movimiento 5 Estrellas, de Beppe Grillo, que ni se molestó en dar entrevistas a los periódicos y las televisiones. Obtuvo un 25,5%. El hierático Mario Monti, el caballero sin espada de Bruselas, se hubo de conformar con un mísero 10% de los votos. Mientras el país sigue bloqueado, las encuestas muestran a Berlusconi, con su discurso contra Angela Merkel y el euro, de nuevo en cabeza.

En España, los dos principales partidos, PP y PSOE, que en las elecciones de 2008 reunieron el 87% de los votos y en las de 2011 el 73%, ya están por debajo del 50% en las encuestas más recientes. En Portugal, las protestas contra los recortes impuestos por la troika están empujando al Partido Comunista, a Los Verdes y al Bloque de Izquierdas, con un 21% en los sondeos. En Grecia, dos partidos nuevos y radicales, el de los ultraderechistas de Amanecer Dorado y el de los comunistas de Syriza, figuran entre los tres más populares. En Francia, la aceptación del socialista François Hollande se desmorona hasta el punto de que la presidenta del Frente Nacional, Marine Le Pen, con sólo dos diputados en la Asamblea, le ha superado en popularidad: 32 a 31%.

A la partitocracia del Reino Unido, ni el Canal ni la libra esterlina le sirven de castillo. El Partido de la Independencia (UKIP), fundado cuando el aparato del Partido Conservador forzó la dimisión de Margaret Thatcher y coqueteó con el euro, quedó segundo en las elecciones al Parlamento Europeo de 2009, y desde que gobierna David Cameron no deja de crecer, sobre todo a costa de los conservadores pero también a costa de los laboristas. En las últimas encuestas oscila entre un 15 y un 18%.

La causa de todo esto no es el paro, ni la pobreza ni los desahucios. En Alemania, que ha impuesto sus órdenes al resto de la Zona Euro, acaba de constituirse un nuevo partido cuyo nombre revela su objetivo de romper el discurso monocolor de Merkel: Alternativa para Alemania. Su programa tiene por eje una salida ordenada del euro, que, según sus promotores, perjudica al alemán y a los demás pueblos asociados a la moneda única, y el retorno a las divisas nacionales.

En la rolliza Austria, país europeo con la menor tasa de desempleo (inferior al 5%), un millonario octogenario, Frank Stronach, ha levantado un movimiento en torno a su persona, Team Stronach, con un discurso antieuro, de bajada de impuestos, de despido de funcionarios y de recuperación de los principios morales. En las elecciones celebradas el mes pasado en Carintia y Baja Austria obtuvo el 10% de los votos, y podría irrumpir en el Parlamento federal.

Ambos países germánicos celebran elecciones parlamentarias en otoño, con estos nuevos jugadores sentados a la mesa.

Por otro lado, un movimiento europeo que parecía de renovación, como el de Los Verdes, se ha convertido en parte de la partitocracia, ya que se ha integrado sin problemas en coaliciones de Gobierno con partidos socialistas en Alemania, Austria y Francia. Sus aportaciones a la antipolítica son los impuestos a los automóviles y el cierre de centrales nucleares.

Lo asombroso es que, por lo general, los partidos socialdemócratas, con sus programas de más impuestos y más gasto social, no se benefician del colapso del sistema de partidos ni de la crisis económica. En una elección parcial en un distrito inglés, el candidato laborista quedó cuarto, superado por el candidato demoliberal, el del UKIP y el conservador.

Un último elemento de interés en lo relacionado con estos partidos antipartidos es que no les hacen mella las acusaciones lanzadas por los medios de comunicación, sobre todo los progresistas, de ser de extrema derecha (ciertas sólo en algunos casos). Se han roto las viejas divisiones políticas y, también, se han gastado las consignas acostumbradas.

De acuerdo que algunos de estos movimientos no pasarán de ser flores de un día, pero otros cuajarán, como han cuajado el UKIP, el Frente Nacional francés y la Unión Democrática Federal suiza. En todo caso, aunque los Beppe Grillo y los Frank Stronach se esfumen dentro de tres o cuatro años, habrán paralizado la revitalización de sus países, o al menos habrán servido de excusa a la partitocracia para mantener el actual estado de cosas y, con ello, el malestar de los ciudadanos.

Las otras grandes potencias (Estados Unidos, Rusia, Japón y China) y los países emergentes (Brasil, India y México) disponen de liderazgos más firmes que los existentes en Europa Occidental, y sus economías están en mejor estado.

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