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Mentalidad 10 de septiembre

Atender los caprichos de los criminales con declaraciones como la de la embajada americana en El Cairo es aun más peligroso que patético.

Treinta años de indolencia ante los ataques contra intereses americanos, también diplomáticos –recuérdense los que tuvieron por objetivo las embajadas en Tanzania y Kenia (1998)–, precedieron al 11 de Septiembre. En conmemoración del undécimo aniversario de esa infamia, radicales musulmanes, aduciendo la excusa de una película anti-islámica, mataron en Bengasi al embajador en Libia y a otros tres diplomáticos de EEUU. Más al este, asaltaron la embajada en El Cairo. Arriaron la bandera americana y colocaron en su lugar una negra con lema islámico, usada a menudo por Al Qaeda. Los hechos son atroces; lo que simbolizan, aterrador.

Obama prometió en 2009 en El Cairo "un nuevo principio" en las relaciones con el Islam. Días después, en significativa paradoja, las revueltas contra la elección de Ahmadineyad en Irán fueron desatendidas por la Casa Blanca.

Obama se distinguía de su predecesor. Pero hoy, en Oriente Medio, los Estados Unidos son más odiados que en época de Bush. ¿No funciona la condescendencia? ¿Es el cinismo lo que molesta?

Obama dijo que cerraría Guantánamo y que juzgaría a los asesinos del 11-S en un tribunal ordinario, y ordenó a una fiscalía especial investigar a agentes de la CIA por torturas. Guantánamo sigue abierto, las comisiones militares juzgarán a Jalid Sheik Mohamed y, luego de que un fiscal honrado se haya pasado desde 2009 hurgando en los expedientes de la CIA, el Departamento de Justicia reconoce que no hay base para imputar a los funcionarios.

Por otro lado, Obama ha multiplicado los ataques con aviones teledirigidos: anteayer mató a Al Shiri, número dos de Al Qaeda, que había sido liberado, precisamente, de Guantánamo y reeducado en el marco de un programa saudí muy promocionado en su día. Pero su ajusticiamiento selectivo más famoso fue, claro, el de Osama. Ciertamente, nunca dijo que no lo haría.

Sea como fuere, lo que los radicales no toleran es que diéramos por concluida la denominada Guerra Larga.

Salimos de Irak y saldremos de Afganistán. Se evitó que el primero fuera una amenaza a la estabilidad de la zona y que el segundo cobijara a los terroristas que nos atacan. Pero vamos más allá: la UE renuncia a calificar a Hezbolá como terrorista, Obama a amenazar más creíblemente a Irán, y se emiten disculpas oficiales... cuando se es objeto de asalto. A cambio, varias ramas radicales del Islam campan por sus respetos en Egipto y el resto de la zona, armadas con lanzagranadas, como en Libia. Y los ayatolás... a punto de hacerse con la bomba.

Atender los caprichos de los criminales con declaraciones como la de la embajada en El Cairo, disculpando la violencia y condenando nuestras libertades, de expresión y otras, en función de quién las ejerza, es aun más peligroso que patético.

Pedir perdón por la democracia liberal no es modo de promocionarla frente al resentimiento y el ideal de las tiranías teocráticas. Esa debilidad y la renuncia a plantar cara fue el caldo de cultivo del 11 de Septiembre. Es aterrador recaer en la misma mentalidad.

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