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Obama y Putin, con Siria al fondo

La reunión del G-20 en San Petersburgo resultó una encerrona que el presidente ruso tendió al norteamericano.

La reunión del G-20 en San Petersburgo resultó una encerrona que Putin tendió a Obama. Una vez más, desde el punto de vista de sus objetivos económicos mundiales, el gran cónclave que se creó para superar la escasa utilidad del G-8 ha demostrado que sólo supera a éste en irrelevancia. Nació con la gran crisis económica actual, tratando de contenerla y solucionarla, pero cuando ésta se analiza nadie se acuerda de mencionar al G-20. Eso no quiere decir que el contacto personal entre los grandes de este mundo no sirva para nada. Saltando por encima de los profusos acuerdos económicos negociados durante meses por los equipos nacionales, los mandatarios de los países que se supone representan el mundo y todos los que por uno u otro portillo se cuelan en la reunión se centraron en el tema político de actualidad: Siria. Esencialmente para acordar no llegar a ningún acuerdo, lo que no deja de ser algo. Para mayor interés, la reunión se convirtió en el escenario de un duelo entre Putin, el anfitrión, y Obama, por tanto en un episodio importante de las relaciones entre la hiperpotencia para vergüenza de su líder y la exsuperpotencia que se resiente profundamente de haber dejado de serlo. Ya hace años que Putin dijo que el hundimiento de la URSS fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX.

Obama lleva días dando manotazos en todas direcciones para tratar de no meterse solo en una guerra en la que no quisiera entrar ni con toda la compañía del mundo, pero se siente obligado para salvar la cara por un insensato compromiso, el de la línea roja con las armas químicas, que mil veces habrá maldecido. En San Petersburgo se proponía reclutar algunos socios que apuntalasen sus esfuerzos propagandísticos de la próxima semana con su parlamento y su público. Ha encontrado más apatía que hostilidad. No hay apoyo pero tampoco oposición. Los europeos y el mundo en general se refugian en la ONU, esa excelente coartada para la pasividad y la deslegitimación de los que quieren hacer algo precisamente en defensa de los altos principios en los que se fundamenta esa casa.

La sacralización del organismo mundial es un juego en el que Obama ha participado con convicción de neófito y que ahora Putin vuelve hábil e hipócritamente contra él, para escándalo de la representante americana en Naciones Unidas, Samantha Powers, otra promotora del mismo culto en el que se refugian tanto implacables dictadores como partidarios de los brazos cruzados. El estribillo ha sido: hay que esperar al informe de los inspectores que analizan el supuesto ataque químico, lo que el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, dice que todavía puede llevar varias semanas. Todos tienen por indudable que el ataque se produjo y saben que no está en el mandato de los expertos determinar quién las usó. No habrá respuesta, lo que sanciona la actitud de la mayoría. Sólo Francia, Australia, Turquía y Arabia Saudita están dispuestos a todo.

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