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Regresión en Egipto

Egipto celebra el segundo aniversario de su revolución con algo que, si no llega a ser un baño de sangre, se le acerca bastante.

Egipto celebra el segundo aniversario de su revolución, más bien su levantamiento contra el régimen militar, con algo que, si no llega a ser un baño de sangre, se le acerca bastante. 

La efeméride ha generado manifestaciones de protesta en todo el país, ahora contra el gobierno de los islamistas, a quienes los que desencadenaron los acontecimientos de hace dos años acusan de haberse robado la revolución, mientras que otros muchos los culpan de promesas incumplidas. En la medida en que esas promesas se refieren a la economía, es cierto que ésta, ya más que precaria en el punto de partida, sigue hundiéndose, y a ello no puede menos de contribuir un panorama político que no acaba de estabilizarse y perjudica múltiples actividades, de manera especialmente inmediata el turismo. Morsi busca una tabla de salvación en la ayuda internacional americana, europea y del FMI, que sumaría diez mil millones de dólares. Una gota de agua para un país con 82 millones de habitantes, pero sí un balón de oxígeno para una sociedad en la que la mayoría vive con dos dólares diarios. Para ello, los Hermanos Musulmanes tienen que poner sordina a sus prioridades religiosas, la imposición práctica de la sharía o ley islámica, cuando no ocultarlas y hacer que se olviden de momento. El que a Morsi le hayan recordado una palabras de 2010 en que, como hacen rutinariamente sus correligionarios, y tal y como adoctrinan a sus hijos en la escuela, decía que los judíos proceden de los monos y los cerdos no ha venido en su ayuda, pero todavía las cancillerías occidentales está dispuestas a creer, contra toda evidencia, que eso pertenece al pasado y las realidades del poder le han hecho dar un giro de 180º en su más arraigadas convicciones. 

Los choques de estos días con las fuerzas del orden han dejado algunos muertos y muchos heridos, pero lo peor ha sido la sentencia sobre los trágicos sucesos del 1 de febrero pasado, en que el enfrentamiento entre los ultras de dos equipos de fútbol dejó un saldo de 74 muertos. En principio, una tragedia social sin orígenes políticos, sólo que muchos acusaron a las autoridades de que la policía que debía proporcionar seguridad y mantener el orden contempló mano sobre mano cómo los hinchas locales se lanzaban contra los del equipo visitante, algunos empuñando barras de hierro. Algunas víctimas fueron simplemente arrolladas en el pánico de la desbanda. En aquellas fechas Morsi y los Hermanos Musulmanes no ocupaban el poder, por tanto la responsabilidad política que hubiere debería corresponder a los militares que entonces mandaban. La sentencia ha dictado penas de muerte. Los responsables policiales, y los políticos tras ellos, han salido bien parados. Los del equipo de las víctimas piden más sangre. Los de los agresores consideran que la sentencia está totalmente politizada: ni puede saberse quiénes fueron los culpables individuales ni hay pruebas para sostener una acusación. También ellos se dicen dispuestos a todo. Morsi envía el ejército. La lógica política es enigmática. ¿Es una maniobra de distracción, de intimidación, significa consolidar un pacto del nuevo régimen con el ejército? Nada está claro, excepto que la confusión continúa.

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