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Gina Montaner

La vida secreta de Sor Teresita

El 16 de abril de 1927, con apenas diecinueve años, su padre la llevó hasta el claustro. Mientras aquella niña virgen le daba la espalda a las tentaciones terrenales más allá del portón, Ratzinger nacía en Alemania ese mismo día.

El sábado pasado la llevaron a ver al Papa en Madrid como la tarde en que a Aureliano Buendía su padre lo llevó a conocer el hielo en Macondo. Sor Teresita, de la orden del Císter, abandonó por unas horas su encierro en un convento de la provincia de Guadalajara para besar la mano santa de Benedicto XVI. Era evidente que el destino les había escrito este encuentro porque sus caminos estaban cruzados. El 16 de abril de 1927, con apenas diecinueve años, su padre la llevó hasta el claustro. Mientras aquella niña virgen le daba la espalda a las tentaciones terrenales más allá del portón, Ratzinger nacía en Alemania ese mismo día. La chiquilla se había casado con Dios, pero en la tierra había aparecido el único hombre al que años después sus manos temblorosas tocarían con la emoción con que el patriarca de los Buendía descubrió el bloque de frío bajo una carpa de circo.

A sus ciento tres años Sor Teresita ha vivido de espaldas al mundanal ruido y recluida en la crisálida de los rezos, los cánticos y el ajetreo entre pucheros en la cocina del convento. Sólo una vez salió de aquellas blancas y desnudas paredes, obligada por las inclemencias de la Guerra Civil. Tal vez regresó al silencio de las galerías porque se le hizo demasiado ancha y ajena la inmensidad del horizonte. ¿Qué podía saber aquella muchacha de la vertiginosidad del libre albedrío cuando su padre la depositó en el noviciado para asegurarle el cobijo y la inocencia? De aquel día en que conoció el hielo y las nubes, esta mujer que lleva 84 años enclaustrada ha dicho "Me dio miedo entrar. Pero el Señor me ayudó." Y luego ya no hubo bailes, ni paseos, ni suspiros por un novio, sino la vida hacia dentro y el rumor del rosario al alba.

Sor Teresita tiene la sonrisa fácil y conserva la candidez de la cría atrapada para siempre en la armadura del hábito. Ha sido feliz, asegura, en el Brigadoon de su retiro espiritual. Sin proponérselo, en el Libro Guinness de récords ella es la mujer que más tiempo ha permanecido enclaustrada y ha sido una de las diez monjas entrevistadas en el libro ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?, de Jesús García. Qué formidable título para tan singulares criaturas. Hoy Sor Teresita ha vuelto a ser protagonista porque nadie puede quitarle los ojos a esta anciana diminuta y vivaz a la que la han llevado a conocer a su Santidad. Como Aureliano Buendía frente al prodigio que habían traído los gitanos hasta el mítico Macondo de Gabriel García Márquez.

Antes de besarle la mano santa al Santo Padre, Sor Teresita dijo que en el trayecto cerraría los ojos para no distraerse con el mundo al que renunció cuando su padre se despidió de ella. Qué sabia esta monja que nunca dejó de ser una mocita. ¿Cómo encarar los estímulos de la modernidad sin abrir cientos de interrogantes que podrían derrumbar los muros de la abadía? Hizo bien en acudir ante el representante de Dios en la Tierra como la desposada que llega al altar a tientas. Entregada y sin mirar de soslayo. Una sola duda existencial y se rompería el bastidor de una existencia predeterminada.

Sor Teresita, que todavía es ágil y aún le gusta preparar croquetas para sus compañeras, ha regresado al convento que en su larga existencia sólo ha abandonado en dos ocasiones. Por fin conoció al niño que nació el mismo día en que ella le dijo adiós a su padre en el umbral del claustro. Sintió que el hielo se deshacía bajo la luminosidad de un día claro. Luego ya no vio más.

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