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Guillermo Dupuy

La sonrisa de Mas y la pasividad del Rey

De haberse tenido que celebrar el encuentro más adelante y a puerta cerrada, estoy seguro de que la sonrisa no la tendrían ahora Mas y sus secuaces

A raíz de una gran pitada a La Marsellesa por parte de la afición tunecina en 2008, el presidente francés Nicolás Sarkozy estableció que si se pitaba el himno frente al combinado nacional los miembros del Gobierno deberían abandonar el estadio, el árbitro suspender el partido y el Gobierno anular todos los encuentros amistosos contra el país rival por un tiempo por determinar. Ya en 2002, en la final de la Copa de Francia entre el Lorient y el Bastia, hinchas del Lorient silbaron al presidente Jaques Chirac mientras sonaba el himno nacional, lo que motivó que este abandonara el estadio con indignación bien ostentosa.

Alguna reacción parecida me hubiera gustado ver en las élites políticas y mediáticas españolas –empezando por el Rey que asistieron impávidas al espectáculo de ver cómo un encuentro deportivo bajo patrocinio de la Corona se transformaba en un aquelarre separatista y en un estruendoso ultraje al himno nacional. Yo no sé si el Rey podía solicitar la suspensión del partido; de lo que no tengo ninguna duda es de que se habría efectivamente suspendido si Su Majestad hubiera hecho lo que sí estaba en su mano hacer y hubiera sido su deber: abandonar el palco y anunciar su intención de no ser él quien hiciera entrega de la Copa.

De haber tomado esa decisión, y de haberse tenido que celebrar el encuentro más adelante y a puerta cerrada, estoy seguro de que la sonrisa en los labios no la tendrían ahora Mas y sus secuaces, sino todos los españoles que no queremos sentirnos avergonzados de serlo.

Porque a mí quien me avergüenza como español no son los energúmenos nacionalistas que ultrajan la bandera o el himno. Quienes me avergüenzan y me escandalizan son esas élites españolas que lo toleran, como toleran que en Cataluña se vulnere lo más precioso que esa bandera y ese himno simbolizan, que no es otra cosa que el Estado de Derecho y la libertad de todos los españoles.

No han faltado, sin embargo, en esa suma de debilidades que constituyen nuestras élites políticas y mediáticas, quienes justifiquen la condescendencia con el ultraje sobre la base de la libertad de expresión. La libertad de expresión, sin embargo, tal y como afirmaba el célebre juez Oliver Wendell Holmes, no da derecho a gritar "fuego" en un teatro abarrotado, como no da derecho –añado yo a pitar al himno nacional en un encuentro deportivo bajo patrocinio del Rey.

Quienes afirman que el Rey "aguantó estoicamente" en el palco confunden el estoicismo con el servilismo. Y aunque a algunos les pueda parecer contradictorio hablar de servilismo en un Rey, el servilismo, como el señorío, no lo da el linaje sino el carácter. Y si no recordemos a qué extremos de sumisión llegó Fernando VII cuando felicitaba a Napoleón por sus victorias sobre los españoles.

Sin llegar naturalmente a esos extremos, Don Felipe –a quien no le faltan cualidades ha vuelto a incurrir, sin embargo, en uno de esos errores que, en su día califiqué, de "juancarlistas", consistentes en renunciar a todo gesto de distanciamiento y firmeza ante los nacionalistas como medio de llevar a cabo la función de "arbitraje y moderación" que constitucionalmente la Corona tiene encomendada. Intentar contentar al que no se va a contentar o "aguantar estoicamente" cómo se denigran los símbolos nacionales no forma parte de ninguna de esas funciones que el Rey tiene encomendadas.

En España

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