
A finales del siglo pasado, los jóvenes atraídos por el liberalismo —sobre todo, los que residíamos en ciudades de provincia como Alicante— vivíamos en un aislamiento casi absoluto. Al margen de lo poco desarrolladas que estaban por aquel entonces las redes sociales en internet, no existían organizaciones universitarias como la que hoy representa Students for Liberty, ni proselitistas Think Tanks como pueda serlo ahora el Instituto Juan de Mariana; ni siquiera periódicos o revistas de pensamiento comprometidos editorialmente con los principios liberales como también son, años después, la Ilustración Liberal o nuestro periódico.
El estudio del liberalismo, a través de la lectura directa de la obra de los autores de esta doctrina, se desarrollaba en mi caso, como el de muchos otros, de forma completamente autodidacta y paralela a mis estudios universitarios. La Universidad de aquel entonces —y, más aún, en la facultad de Sociología y Ciencias Políticas en la que yo cursaba— ignoraba, cuando no denigraba y tergiversaba, el liberalismo, en general, y el capitalismo, muy en particular, por mucho que se acabara de desmoronar ante nuestros ojos el Muro de Berlín. De hecho, la primera vez que oí en clase la expresión "pensamiento único" creí, equivocadamente, pero sin arrogancia alguna, que los compañeros y profesores se referían a mí, pues no podía imaginar que podían referirse a la supuesta preponderancia del liberalismo que únicamente yo defendía en el aula y que estaba casi completamente ignorado o denostado en el ámbito académico y mediático.
Así las cosas, pueden imaginar la ilusión con la que, a principio de los años noventa, tuve noticia de que encumbrados liberales de la talla de Jean François Revel —mi primer inductor al pensamiento liberal—, Mario y Álvaro Vargas Llosa, Federico Jiménez Losantos, Enrique de Diego, Jesús Huerta de Soto, Alberto Benegas Lynch o unos entonces desconocidos por mi pero deslumbrantes Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner o Enrique Ghersi, iban a reunirse en una Jornadas Liberales Iberoamericanas en Benidorm.
Tras haber estado unos años trabajando como profesor colaborador en la facultad de Sociología y como coordinador de opinión en un periódico de Alicante, me desplacé a Madrid a cursar estudios de postgrado; momento en que, gracias a la recomendación de mi antiguo director, Enrique de Diego, contacté con Javier Rubio y empecé a trabajar en la redacción de la Ilustración Liberal y en nuestro recién nacido diario en la red, Libertad Digital.
Aunque yo ya había tenido ocasión de publicar una reseña de un libro en La Ilustración Liberal –"La España posible", de Enrique de Diego—, aquello no era nada comparado con la posibilidad de formar parte del equipo de redacción de un diario digital y de una revista de pensamiento comandados por Jiménez Losantos y en cuyo consejo de redacción figuraban muchos de los ídolos intelectuales que había visto en persona en Benidorm, y otros muchos como Vidal Quadras o German Yanke.
Jiménez Losantos había tenido, además, la feliz idea de trasladar a Albarracín las Jornadas Liberales Iberoamericanas que habían arrancado en Benidorm y a las que Javier Rubio nos invitó a algunos miembros de opinión del periódico con el encargo, además, de hacer una ponencia sobre los "neocon" estadounidenses. Allí, junto a destacados columnistas de nuestro periódico como Cristina Losada o Juan Carlos Girauta, pude volver a ver a algunos de los intelectuales que ya había visto en Benidorm, junto a otros autores no menos admirados como Martin Krause, César Vidal, un amabilísimo Carlos Rodríguez Braun o a miembros tan deslumbrantes del Grupo de Estudios Estratégicos como Florentino Portero y Rafael Bardají.
También gracias a Libertad Digital pude participar en Madrid en una comida-homenaje a Pío Moa, a la que asistieron, además de muchos de los ya mencionadas, figuras de la talla de Amando de Miguel, Ricardo de la Cierva, Gabriel Albiac o José Maria Marco; también pude contactar con otros jóvenes y entonces desconocidos liberales reunidos en torno al seminario sobre la Escuela Austríaca que impartía Jesús Huerta de Soto, como Gabriel Calzada, Jose Carlos Rodríguez, Fernando Díaz Villanueva, José Ignacio del Castillo, Francisco Capella o mis compañeros en el periódico Daniel Rodríguez Herrera, Antonio Jose Chinchetru o Jesús Gómez Ruiz.
Por razones profesionales y familiares, yo me volví en 2004 a Alicante, desde donde sigo colaborando desde entonces como editorialista a distancia. Pero de aquellos primeros años de singladura de nuestro periódico en las oficinas del antañón y señorial edificio de Conde de Aranda, quiero recordar a compañeros de redacción que ya no trabajan con nosotros, como el ya mencionado primer director de nuestro periódico, Javier Rubio, cuya bondad y serenidad era digna de elogio; o a mi compañero de opinión Jesús Gómez, quien, con el tiempo y degenerando, lograría ser alcalde de Leganés. También al cerebral y disciplinado Nacho Garcia Mostazo como al mucho más histriónico y divertido de su primo, Nacho Montes.
De los tiempos de Conde de Aranda siguen al pie del cañón Dieter Brandau, exponente insuperable de aquella máxima escolástica que Hayek recomendara a los liberales, suaviter in modo, fortiter in re; mi querido amigo Javier Somalo, quien, más por mi culpa que por la suya, me sigue debiendo una comida desde hace más de 20 años; Daniel Rodríguez Herrera, cuya paciencia agotaba mi persistente falta de habilidad para la informática; la seria y trabajadora Pilar Díez o mi querido tocayo de Deportes, Guillermo Domínguez. Eso, sin olvidar a la cariñosa, simpática y eficiente secretaria de administración, Mónica Pérez Bonín.
Con todos ellos afronté noticias tan transcendentales como el ataque terrorista islámico a EEUU el 11 de septiembre de 2001, y gracias a ellos, y a los encumbrados intelectuales que siempre han orbitado alrededor de nuestro periódico, Libertad digital pudo dar sus primeros pasos como periódico independiente, tan adherido al pensamiento liberal como despegado de cualquier sigla de partido, como bien saben Jose Maria Aznar, Mariano Rajoy y, todavía poco, Alberto Núñez Feijóo.
Gracias a ellos y a los muchos que se han incorporado desde entonces, Libertad Digital no sólo se ha convertido en un referente informativo, sino también en el más claro exponente, me atrevería a decir, de la lucha contra el totalitarismo; en paladín de la memoria, dignidad y justicia de las víctimas del terrorismo; de la defensa del Estado limitado, de la separación de poderes y de la economía de libre mercado; de la igualdad ante la ley frente a todos los que quieren vulnerarla, ya sea apelando a discriminaciones mal llamadas "positivas" como a una no menos contraproducente y mal concebida lucha contra la violencia de género.
En cierta ocasión, Hayek dijo:
"Cuando yo era joven sólo los muy viejos se adherían al liberalismo; hoy, que soy viejo, sólo los jóvenes vuelven a abrazarlo. Eso me llena de esperanza".
Pues bien. Si el número de personas —especialmente, jóvenes— que hoy en España defienden el liberalismo frente a todo tipo de colectivismo es mucho mayor que el que había hace un cuarto de siglo, se debe, en buena medida, a la labor divulgativa de nuestro periódico, que en sus 25 años de singladura siempre ha hecho de la nación española, entendida como Estado de derecho, y de la causa de la libertad, su bandera más representativa.
Contra viento y marea, prosigamos con ese rumbo sin perder la esperanza.