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DRAGONES Y MAZMORRAS

Actos colaterales (Cuento de verano)

Me cuenta una escritora relativamente novata que nunca piensa volver a la Feria del Libro. Acababa de publicar su segunda novela en una pequeña editorial, de esas que no tienen futuro, cosa de la que ella no es ni mucho menos consciente, y se sentía muy ilusionada porque, al menos, no había tenido que pagar nada, como tuvo que hacer con la primera.

La editorial, madrileña para más señas, es decir, sin prácticamente ningún apoyo institucional, había conseguido que cierta distribuidora potente incluyera sus libros en un paquete adicional. No estará en los VIPS pero lo cogerán las librerías. Ya es algo: “Tenemos esto, y esto y esto, ¡ah!, y también esta novelita de una escritora muy maja que ha ido a todas las manifestaciones contra la guerra” —diría el corredor, porque casi todos son progres— y sería verdad, pues Beluca, vamos a llamarla así para no comprometerla, además de haber firmado todos los manifiestos de “No Nos Resignamos” y otras Plataformas más o menos cívicas contra el chapapote primero (ella veranea en Galicia de toda la vida), la guerra después (siempre pensó que fueron los propios americanos, ayudados por los israelíes, quienes derribaron las Torres Gemelas el 11 de septiembre para acabar con Irak, es más, estaba convencida de que a todos los judíos les habían avisado el día anterior que no fueran a las Torres) y contra todo lo que se les fuera poniendo por delante hasta el objetivo final, es una incondicional del Círculo de Bellas Artes y del Ateneo, porque en Madrid, desde lo de las Autonomías, será más difícil triunfar que en Valladolid, en Badajoz o en Oviedo, pero se sigue uno codeando con todos los actores de cine e incluso de teatro. Los madrileños ya no serán nada, pero Madrid sigue siendo mucho Madrid.

Volviendo a la Feria, lo que desde luego no podía hacer su editorial era pagarse una caseta, ni siquiera compartiendo rincón con otras editoriales también pequeñas aunque más afortunadas o emprendedoras. Por eso Beluca movió Roma con Santiago para conseguir que alguna librería la alojara durante un par de mañanas, o tardes, pues ella no era exigente, ni mucho menos. A pesar de que todos habían intentado desengañarla, sugiriendo muy amablemente que veían difícil, dado el panorama habitual, que consiguiera firmar ni un solo libro (“Mira Beluca, que la Feria es muy dura, que hay autores, incluso premiados, que no se comen una rosca, que te vas a llevar un disgusto”), la librería de su barrio consintió finalmente, tras mucho negociar, que se acercara por su caseta las dos mañanas de ambos domingos. Una pica en Flandes. Ella pensaba que valía la pena capear los 40 grados a la sombra que preveían los meteorólogos para esa quincena y como tenía muchos amigos, confiaba en que ellos también los desafiarían, así como sus parientes y vecinos (la librería era del barrio). Contaba, en particular, con sus compañeros de Instituto (era profesora de literatura) e incluso, ¿por qué no? ¿quién sabe?, algunos de sus propios alumnos se acercarían por ahí, atraídos por la atractiva oferta de artilugios electrónicos. Ella había cometido el error de habérselo regalado ya a casi todos, incluso dedicados, pero aún así, no dudaba de que no la abandonarían en ese trance. Y en cierto modo no lo hicieron, como verán cuando se acabe este cuento.

Ni corta ni perezosa, Beluca se puso sus mejores galas de escritora y con humildad, pero con valentía, se plantó, sobre las 11h en la caseta de sus escépticos huéspedes. A las 12 no había venido nadie. Ni siquiera sus padres, a quienes por su edad asustaba el calor. Pero serían casi la una menos cuarto, cuando desesperada, decidió ausentarse de su caseta para tomarse un refrigerio y en el chiringuito más próximo se encontró —qué gran alegría— a casi todos sus amigos ya pagando y dispuestos, seguro, a ir a verla. “Hola Beluca, menos mal que te vemos, porque tenemos una prisa enorme y no nos iba a dar tiempo a pasar por tu caseta. Es que a la 13 h hay en la carpa Martín Gaite un Homenaje a Bagdad que no queremos perdernos. No seas tonta, ven con nosotros, ¿Que cuánto dura? Pues hasta que cierren el recinto. ¿Que no puedes moverte de tu caseta? ¡Qué lástima! ¿Que también estarás aquí el último domingo? Pues estupendo, porque vendremos a oír a Mushin Al-Ramli, que es un escritor y traductor iraquí que ha traducido al árabe a Cervantes, Lope de Vega, Espronceda y que es autor de una novela titulada Migajas esparcidas que aún no ha sido traducida al español pero que el año pasado tuvo el premio a la mejor obra árabe traducida en EEUU. ¿Que a qué hora? Pues a la misma que hoy. Mira, vendremos con el tiempo justo así que si no quieres moverte de tu caseta, podemos quedar después para comer”. Y le dieron las señas de un restaurante estupendo.

No, decididamente Beluca no volverá nunca más a la Feria del Libro de Madrid, no mientras en la Feria lo más importante no sea la venta de libros sino los actos colaterales. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.



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