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"DESLOCALIZACIONES"

Bye bye, Europa

Desde hace varios años Europa viene experimentando un continuo movimiento de empresas hacia otras zonas con legislaciones menos intervencionistas. El efecto más visible es el despido masivo de trabajadores, ante lo cual la típica retórica obrerista de la izquierda no ha tardado en hacerse notar.

Desde hace varios años Europa viene experimentando un continuo movimiento de empresas hacia otras zonas con legislaciones menos intervencionistas. El efecto más visible es el despido masivo de trabajadores, ante lo cual la típica retórica obrerista de la izquierda no ha tardado en hacerse notar.
Interior de una fábrica de coches japoneses en Chequia.
Después de calificar el proceso como "deslocalización", los estatistas han reclamado la inmisericorde actuación represiva del Estado para frenar la antisocial desbandada capitalista. En su opinión, la deslocalización sólo tiene como objetivo explotar los bajos salarios del Tercer Mundo, arruinando colateralmente a Occidente; el Estado tiene que impedir que las empresas huyan impunemente de nuestros territorios.
 
Para la izquierda, en definitiva, los obstáculos arancelarios que impiden a la gente entrar en nuestros países han quedado desfasados; necesitamos de nuevas barreras que, cual Muro de Berlín, impidan a los ciudadanos salir de la Europa socialista.
 
Sin embargo, las causas y las consecuencias de la "deslocalización" son muy distintas a las que el pensamiento único socialista nos transmite todos los días a través de los medios de comunicación. Conviene, por consiguiente, poner algunos puntos sobre las íes para despejar gran parte de las cortinas de humo económicas; sólo así podremos señalar a los auténticos responsables de los auténticos problemas que sufrimos los auténticos europeos.
 
Especialización y división del trabajo
 
La deslocalización no es un fenómeno reciente: ha existido desde el siglo XIX, y sólo se vio interrumpida en el XX por los totalitarismos y las guerras mundiales. No obstante, el nombre de la deslocalización sí es nuevo: hasta fechas recientes se la conocía, simplemente, como "movimientos internacionales de capital".
 
A la izquierda, claro está, le interesa confundir los términos y tildar de deslocalización (que suena a dislocación) un proceso empresarial beneficioso para todas las partes. Ya vimos en otra ocasión que el capital es uno de los instrumentos con los cuales el ser humano se enriquece.
 
Cuando los empresarios buscan la mayor rentabilidad para su capital están dirigiendo los recursos productivos a aquellas actividades que mejor sirven al bienestar de los consumidores. Un proyecto es muy rentable cuando los frutos esperados son muy elevados, los frutos son muy elevados cuando la gente los quiere comprar, y la gente los quiere comprar cuando satisfacen sus necesidades.
 
A menores costes productivos, mayor será la cantidad de bienes y servicios que una empresa podrá producir y, por tanto, mayor el número de consumidores que podrán adquirirlos. Por tanto, los empresarios tenderán a dirigir sus inversiones allí donde los salarios sean más bajos. De esta manera, no sólo incrementarán los salarios de esas zonas, además aumentarán la cantidad de bienes y servicios ofrecidos en el mercado, reduciendo así su precio.
 
En otras palabras, cuando las empresas europeas se deslocalizan hacia el Tercer Mundo, por sus bajos salarios, no sólo provocan un enriquecimiento de esas zonas, sino que los consumidores occidentales podemos adquirir los mismos productos que antes a un menor precio.
 
Occidente, por tanto, se beneficia a través de dos vías de la "deslocalización": por un lado, los accionistas occidentales de esas empresas ven incrementadas su riqueza y su propiedad; por otro, los consumidores europeos experimentan un aumento de sus rentas reales y, en definitiva, de su ahorro. La mayor renta de unos y otros permite incrementar la acumulación de capital y, en definitiva, nuestra riqueza. Así mismo, los trabajadores del Tercer Mundo perciben mayores salarios que antes, lo que, a su vez, les permite ahorrar, acumular capital y enriquecerse.
 
Los movimientos internacionales de capital, guiados por la perspicacia y el empuje empresarial, conforman una división internacional de trabajo que mejora el bienestar de todas las partes. Los ricos se vuelven más ricos y los pobres –a pesar de la izquierda– también se vuelven mucho más ricos.
 
Los europeos no deben temer, en principio, a la mal llamada "deslocalización"; precisamente, es su mayor aliada. En lugar de producir textil nos especializamos en actividades con un valor mayor, lo que nos permite seguir comprando textil en el extranjero y a menores precios.
 
Ahora bien, como suele ser habitual, en un mundo donde el socialismo sigue imponiendo sus doctrinas a través del intervencionismo estatal, no todo resulta tan alentador.
 
Huyendo de Moscú
 
Hasta ahora hemos afirmado que los movimientos de capital tienen como objetivo rentabilizar las inversiones para satisfacer a los consumidores. Sin embargo, la "deslocalización" también tiene otras causas menos positivas. El capital es una forma de acumular riqueza por parte de los individuos. Por ello, en muchas ocasiones el capital, simplemente, se traslada fuera de determinados países para rehuir el desgaste expoliatorio al que se ve sometido por el Estado.
 
No se trata tanto de que en otras zonas la inversión sea más rentable, sino que el intervencionismo gubernamental ha eliminado cualquier tipo de rentabilidad en el interior de un país. Los casos más extremos de estos fenómenos son las hiperinflaciones o las nacionalizaciones; en esos momentos, los propietarios tratan de escapar en masa del Estado, refugiándose en otras partes del mundo. El fenómeno se ha venido a conocer como "dinero caliente": la gente no busca negocios más rentables, sino la supervivencia.
 
Un caso particular, mucho más lento y menos repentino, de este "dinero caliente" lo estamos padeciendo también en Europa. No existe una urgencia irrefrenable de huir de unas legislaciones cada vez más opresivas, pero conforme los activos de capital inmovilizado van depreciándose –y conforme otras partes del mundo van adquiriendo mayor estabilidad institucional– los empresarios dejan de invertir en Europa y se concentran en otros países. Sin prisa pero sin pausa.
 
La razón de este goteo de desinversiones la tenemos en las sangrantes legislaciones fiscales, laborales y medioambientales, que no dejan de incrementarse, en Europa. Cada vez es más complicado conseguir la más mínima rentabilidad, cuando gran parte de los costes son impuestos arbitrariamente por el Estado. A los empresarios sólo les queda ubicarse en otras regiones del globo con ordenamientos jurídicos más laxos.
 
De hecho, los gobiernos occidentales se han dado cuenta de este silencioso desprendimiento y se han afanado por concluir tratados internacionales que "armonicen" en todo el mundo las distintas legislaciones, para, según ellos, evitar el "dumping social".
 
No obstante, esto sólo incrementa la magnitud de la opresión y, por tanto, acelera la necesidad de fuga. Cuantas más cortapisas establezcan nuestros gobiernos –en forma de barreras de salida– menor será el atractivo para los empresarios de reinvertir en Europa.
 
Ejemplos de chantajismo político como el que ha practicado el ministro de Industria en la propia sede de Volkswagen ilustran el tremendo grado de corporativización y control en que está degenerando la Unión Europea, y sólo sirven para alertar a los empresarios de que conviene buscar, cuanto antes, otros destinos menos dirigistas.
 
Conclusión
 
Si durante mucho tiempo Europa constituyó un atractivo destino para los empresarios que pretendían invertir en sociedades ricas y prósperas, hoy toda su pujanza se ha marchitado en un aquelarre de intervencionismo, burocratismo y proteccionismo.
 
Europa va camino de una profunda descapitalización, similar a la que sufren las familias más acaudaladas cuando despilfarran las riquezas que cuidadosa y diligentemente habían acumulado sus ancestros. La credibilidad de nuestras bases liberales se va agotando y los empresarios cada vez confían más en otras zonas del mundo, como Europa del Este o, sobre todo, Asia.
 
Los políticos han clausurado nuestras sociedades abiertas, dando paso al ocaso europeo. Los empresarios cierran para no volver, mientras que la mayoría de los trabajadores se quedan sentados esperando un subsidio público que compense la pérdida de sus puestos de trabajo. El problema es que cada vez van quedando menos empresas a las que chupar la sangre. ¿Quién pagará entonces los subsidios? ¿Quién financiará un mastodóntico Estado de Bienestar? ¿Quién seguirá dispuesto a cumplir unas regulaciones que imposibilitan cualquier tipo de negocio?
 
Los gobiernos europeos han desplumado la gallina de los huevos de oro. Si el intervencionismo imperante no retrocede, sólo nos queda observar cómo acaba de hundirse en sus propias miserias socialistas. Cuba, Venezuela y Bolivia se han convertido, por desgracia, en el referente de Europa.
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