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LIBREPENSAMIENTOS

Egoísmo racional

Un reciente cruce de declaraciones entre el presidente de la Generalidad catalana y el vicepresidente de la Generalidad valenciana a cuenta del significado y valor del concepto “egoísmo racional”, esgrimido por el primero para justificar la postura de su Gobierno tripartito en defensa de la derogación del trasvase del Ebro, pone de relieve una vez más el desequilibrio existente entre izquierda y derecha cuando surge una disputa de un mínimo alcance intelectual.

Un reciente cruce de declaraciones entre el presidente de la Generalidad catalana y el vicepresidente de la Generalidad valenciana a cuenta del significado y valor del concepto “egoísmo racional”, esgrimido por el primero para justificar la postura de su Gobierno tripartito en defensa de la derogación del trasvase del Ebro, pone de relieve una vez más el desequilibrio existente entre izquierda y derecha cuando surge una disputa de un mínimo alcance intelectual.
Pasqual Maragall.
Pascual Maragall, puntualmente aconsejado por sus asesores, y que se lee la mayor parte de los informes y notas que le ponen encima de la mesa del despacho oficial, ha justificado públicamente la posición del Ejecutivo catalán, contraria al Plan Hidrológico Nacional y al Trasvase del Ebro, apelando al argumento del "egoísmo racional". Sí, viene a decir, los progresistas catalanes somos egoístas, pero no egoístas nacionales, como lo son otros (los nacionalistas catalanes ¡y los españoles!), sino egoístas racionales, ¿y qué?
 
He aquí un recurso dialéctico hábil, astuto y con intención de provocar y amedrentar al adversario, unas técnicas y unas tácticas propias de un zorro y un león de la política, quien sigue atentamente la lección de Nicolás Maquiavelo, no se olvide, uno de los maestros del "republicanismo", ese pensamiento único adoptado oficialmente por la nueva/vieja izquierda.
 
A quien no sabe de qué está hablando el president, a quien se le escapa la ironía, la malicia y la "malasombra" que despliega el Príncipe catalán, el regente del Principado de Cataluña, y adolece de un mínimo de información y conocimiento sobre la terminología filosófica y de las ciencias sociales, semejante discurso le suena a chino, a cosa incongruente y aun contraproducente, grosera. El vicepresidente del Generalidad valenciana, Víctor Campos –quien en su mismo nombre ampara significativa y simbólicamente el bilingüismo jerárquico institucional de la Comunidad Autónoma levantina: un puesto por debajo del presidente, Francisco Camps–, tacha de "gravísimas" las palabras de Maragall porque, según las suyas, suponen un "egoísmo premeditado y meditado, la insolidaridad en mayúsculas de unas Comunidades con otras". Y remata la réplica formulando una pregunta que pretende ser hiriente: "¿Qué hay más grave que digan que su postura contra el Trasvase es una postura de egoísmo racional?".
 
Xavier Rubert de Ventós.A diferencia del Gobierno catalán, adiestrado siniestramente por la escuela de verano de Barcelona, con Rubert de Ventós al frente, ¿carece la Generalidad valenciana de asesores o consejeros culturales que tengan al corriente a sus autoridades de con quiénes se están batiendo el cobre y les surtan de elementales fichas y dossieres? ¿Acaso les pagan poco, o no les pagan, o los maltratan, y por eso les abandonan, o los despiden por no ser lo suficientemente dóciles y sumisos para su sensibilidad política? No señalo un caso anecdótico, sino una secuencia que se repite y que evidencia un serio déficit en la atención y la preocupación de la derecha española por los asuntos culturales, el pensamiento y el debate intelectual a la altura de nuestro tiempo.
 
No se trata tampoco de sacar a relucir ahora un exhaustivo pliego de faltas, pero piénsese, por ejemplo, en otro episodio singular que abunda en lo apuntado: el amago de ponencia política presentada en el Congreso del Partido Popular de enero de 2002 en la que se animaba a competir con la izquierda por el patrimonio y los derechos de heredad del denominado "patriotismo constitucional" (o, en otro contexto, la querella por el legado espiritual de Azaña; mientras tanto, y todo sea dicho, de Ortega y Gasset la derecha no se acuerda apenas, o lo cede gustosamente a la izquierda política para que lo "gestione", "rebaje" o "ajuste" a su conveniencia). Hoy, el tema parece aparcado.
 
Mejor así. Tal vez hayan advertido, después de todo, que aquella noción habermasiana –recogida a su vez de Dolf Sterberger, en el contexto de la discusión acaecida en 1979 a propósito del 30º aniversario de la Constitución germana salida del posnazismo y de la Segunda Guerra Mundial– a quien de veras interesa es a la izquierda en España, que no sabe lo que es la nación española y busca desesperadamente una abstracción jurídica, universalista y ahistórica que la solape y eclipse, pero de ninguna manera a la derecha y a la opción conservadora, que presumiblemente sí conocen su significado y valor, y tienen suficientes razones para sostenerla y justificarla.
 
Anímicamente deprimida, estratégicamente a la defensiva y fijada todavía en planteamientos teóricos e ideológicos lánguidos, la derecha española no tiene quien le escriba y documente, le enseñe e ilustre, más que nada porque así lo quiere, porque juzga semejante proceder un hábito innecesario, un despilfarro, una práctica suntuosa. Diríase, en suma, que la derecha española defiende las ideas con sentimientos más que con razones, con ejemplaridad y sacrificio más que con publicidad y empeño, con sentido común más que con "buen sentido" político.
 
Así de claro lo ha expuesto en la clausura de la segunda edición del Campus FAES en Navacerrada el presidente del PP, Mariano Rajoy, al presentar el programa político popular para la nueva temporada de otoño-invierno, en la cual, fuera del poder, se prevé pasar mucho frío: "Reivindico una política de centro que hace suya la prudencia y el sentido común pero que no renuncia tampoco a la ambición y a la audacia cuando se trata de defender el progreso y la libertad".

Repárese en dos segmentos clave de la declaración programática: "política de centro" al principio y la "ambición y la audacia" después de la "prudencia y el sentido común".

He aquí, por consiguiente, los principios básicos con los que "desarrollar un marcaje riguroso e inteligente al gobierno socialista" que le arrebate el poder. Buen propósito, mas no estoy seguro de que resista la inquietante "sonrisa de Maquiavelo" y contrarreste las argucias de zorro y los zarpazos de león que despliega la izquierda dominante.

 
Jürgen Habermas.¿Egoísmo racional? Ya me parece escuchar la vox populi: ¿de qué me habla usted? ¿Egoísmo y encima racional? En la filosofía práctica contemporánea se entiende por "egoísmo racional" una determinada concepción moral, inspirada, en su fundamentación moderna, en Thomas Hobbes y desarrollada en el panorama contemporáneo por Jürgen Habermas, John Rawls y David Gauthier, entre otros.
 
No es éste el momento ni el lugar para exponer en extenso los detalles del debate intelectual acerca de esta noción de la ética, pero sí convendría aclarar que si a alguna tradición de pensamiento no le puede molestar ni indignar la apelación al interés individual, al amor propio y al egoísmo es justamente al liberalismo. Son el doctrinario socialdemócrata, el pensamiento "republicano", el progresismo y la corrección política los llamados propiamente a sentirse "incómodos" y, en distintos grados, aun molestos con dicha perspectiva de la moral, demasiado individualista y privatizadora de conductas, demasiado poco compatible con los ideales de la solidaridad, la igualdad, la fraternidad, la "justicia universal" y el progreso.
 
Tal como sostuvo G. E. Moore en su día, compendiando brevemente el resentimiento contra el egoísmo, "el bien no puede, en ningún sentido posible, ser 'privado' o pertenecerme; del mismo modo que ninguna cosa puede existir privadamente o para una sola persona" (Principia Ethica).
 
Comoquiera que estamos refiriéndonos a una tendencia comportamental muy natural y muy beneficiosa para los hombres, aparte del vulgar anatema antiegoísta no han faltado variados esfuerzos intelectuales por "gestionar", "rebajar" y "ajustar" la moral egoísta a fin de hacerla más asumible, más "razonable". De ahí procede precisamente el impulso teórico y práctico que sustenta la reflexión filosófica (muy académica, por cierto) sobre el "egoísmo racional", o sea, egoísmo legítimo y pasable, que se sobrepone al egoísmo sin más, el cual supondría un "egoísmo incompleto" (D. Gauthier).
 
Sólo una motivación y una acción interesada que sometan la subjetividad y la objetividad a principios morales "públicos", animados por un horizonte de "ética comunicativa y dialogante", de justicia distributiva y de equidad y enriquecido socialmente por un espíritu cooperante en el seno de la ciudadanía, serían compatibles, según este discurso racionalizador, con la moralidad.
 
Así pues, para ser "morales" los hombres deberíamos ser o altruistas generales y generosos o egoístas racionales y razonables, pero no sencillamente egoístas, que es cosa feísima (¿"gravísima"?), insolidaria y poco social. Ya hemos dicho aquí algo sobre el significado del egoísmo racional, pero ¿qué es eso del altruismo general? Contesta F. A. Hayek:
 
"El altruismo general es, sin embargo, una concepción carente de sentido. Nadie puede cuidar eficazmente de los extraños. Las responsabilidades que podemos asumir deben ser siempre particulares y pueden referirse sólo a aquellos de quienes conocemos hechos concretos y a quienes o la elección o ciertas condiciones especiales han unido a nosotros. Uno de los derechos y deberes fundamentales del hombre libre es decidir qué necesidades y qué necesitados se le antojan más importantes" (Los fundamentos de la libertad).
 
¿Escandaliza semejante discurso moral a la izquierda? Para nada. En todo caso, de escucharlo, le induciría a esbozar una inquietante "sonrisa de Maquiavelo", cuando no a sacar las garras para así hacer público (dar color y publicidad a) su compromiso ético y político con la lucha final, la indignación personal y la justicia universal. Y a la derecha, ¿le escandaliza?
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