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DEMAGOGIA Y POPULISMO

El mito del 50 por ciento más uno

Y si el 50 por ciento más uno de un pueblo decide arrojar al mar al otro 50 por ciento menos uno, ¿es eso democracia? Cuando Jorge Luis Borges definió la democracia como un abuso de la estadística sabía que esa provocación, típica en él, causaría el escándalo de la intelectualidad políticamente correcta. "Así que este viejo ciego –dirían– se descara y apoya las dictaduras; por supuesto, las dictaduras de la odiada derecha. ¿Hay otra clase de dictaduras?". Pero Borges hizo algo más que formular una provocación para espantar a los "bien pensantes"; describió con precisión en qué degenera la democracia sin otra ley que la del número: en demagogia y populismo.

Y si el 50 por ciento más uno de un pueblo decide arrojar al mar al otro 50 por ciento menos uno, ¿es eso democracia? Cuando Jorge Luis Borges definió la democracia como un abuso de la estadística sabía que esa provocación, típica en él, causaría el escándalo de la intelectualidad políticamente correcta. "Así que este viejo ciego –dirían– se descara y apoya las dictaduras; por supuesto, las dictaduras de la odiada derecha. ¿Hay otra clase de dictaduras?". Pero Borges hizo algo más que formular una provocación para espantar a los "bien pensantes"; describió con precisión en qué degenera la democracia sin otra ley que la del número: en demagogia y populismo.
Jorge Luis Borges.
Cada cual, en las versiones populistas de la democracia, léase demagogia, usa su 50 por ciento más uno para lo que le conviene: legitimarse, cultivar obsesiones por el poder ("a mi gallo no le han tocado ni una pluma"), escabullirse al terreno de la impunidad o matar a golpes y con fuego a elementos incómodos durante una turbamulta.
 
Un lector, seguramente catalán, defiende los afanes secesionistas de algunos de sus paisanos, así como de algunos vascos particularmente violentos, diciendo que les legitima el 50 por ciento más uno –la presunta democracia– en sus respectivas regiones. Más allá de que es un cálculo tramposo –¿cuántos se animan a poner en riesgo su vida en el País Vasco contrariando públicamente a Batasuna?–, es la expresión acabada de esa falsa democracia, abuso de la estadística, que pretende justificar cualquier aberración en la sacrosanta idolatría del número.
 
Alguien más, en otras latitudes, juega a esa democracia de pastiche convocando referendos o consultas telefónicas amañadas para al día siguiente desafiar a propios y extraños: "No me voy, soy el mejor, soy el más popular". No importa que su 50 por ciento más uno ni siquiera sea el cinco por ciento del total que debería ser consultado.
 
En otro frente, pero en el mismo lugar, alguien hace también juegos malabares con los números para justificar aberraciones. Digamos que 280 diputados hablan a nombre de 500 para insultar a la restante minoría de 220. O digamos que el liderazgo –50 por ciento más uno– de la Cámara se erige en juez de los jueces y les amaga con someterlos a juicio sumario, al juicio sumario de la idolatría del número. ¿Qué sigue: decretar por mayoría que el planeta tiene forma de trapecio?, ¿votar "democráticamente" que la esclavitud es sólo otra forma legítima de recuperar la productividad perdida?
 
El olor a multitud que beatifica al demagogo emana también de las encuestas de popularidad y de los números mágicos del "rating".
 
Por supuesto, en esta versión pervertida de la democracia no caben los derechos de las minorías ni la sabia división de poderes; división, no se olvide, que evita no sólo los abusos del autócrata solitario sino las aberraciones de la turbamulta manipulada o prostituida.
 
© AIPE
 
Ricardo Medina Macías, analista político mexicano.
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