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ASUNTOS EXTERIORES

Euforia pacifista

Desde las 9 de la mañana del 11 de septiembre (las 15 horas en España) todo el mundo supo que Estados Unidos estaba en guerra. La propia naturaleza de Estados Unidos, los fundamentos mismos de la constitución social americana estaban en cuestión. Ni moral ni políticamente podía quedar aquel crimen sin respuesta.

La liberación de Afganistán fue una simple, aunque necesaria, operación de limpieza. Todo el mundo sabía que después vendrían otras intervenciones más arriesgadas y más complejas. Ahí empezaría la verdadera batalla. El telón se abrió en septiembre de 2002, en las Naciones Unidas.

Allí la diplomacia de Estados Unidos empezó el trabajo de forjar una alianza en contra del régimen iraquí. Desde el primer momento, la diplomacia norteamericana aclaró que destruiría la dictadura neonazi de Sadam Husein para intentar establecer una democracia, como ya hizo en Alemania y en Japón. Se trataba de estabilizar una zona convertida en un polvorín sangriento. Lo haría con o sin el apoyo de la ONU, con o sin el apoyo de los demás países.

A estos les quedaban dos opciones. O solidarizarse con el pueblo de Estados Unidos y apoyar una causa que para los americanos es irrenunciable, además de justa. O alegar la necesidad de un consenso para negarse a apoyar a Estados Unidos y tomar posiciones para después de la guerra, una guerra que sabían que no eran capaces de evitar.

Lo que se ha jugado en estos días no es el apoyo a Estados Unidos ni la suerte de Oriente Medio y la prosperidad, la estabilidad y la libertad de la zona. Todo esto a Francia, a Rusia y a China le trae sin cuidado. Lo que los gobiernos de estos países han querido adelantar es la posguerra y la posición y las ventajas que cada uno tendrá cuando caiga Sadam Husein. Por eso resulta sumamente interesante revisar las posiciones en torno al final del proceso diplomático, sellado en las Azores por Estados Unidos, España, Gran Bretaña y Portugal, tres de los cuales son países con tradición imperial y atlántica, dicho sea de paso. Quienes han hecho todo lo que está en su mano para sabotear cualquier consenso y situarse en una posición que juzgan ventajosa para cuando los soldados norteamericanos hayan derribado a Sadam Husein apenas pueden disimular su alegría. Entre los pocos atacados de melancolía están Blix, ese patético funcionario que conoció fugazmente el estrellato, y Kofi Annan, que se estará figurando el lamentable papel que quienes dicen ser sus amigos le tienen reservado en el futuro.

La prensa progresista se hace eco con entusiasmo de lo que llama la derrota diplomática de Estados Unidos. Los peor intencionados son los que allí llaman “peacenicks”, en recuerdo de los ya veteranos “beatnicks”. The New York Times (20.03.03) habla con grandilocuencia de las ruinas de la diplomacia. Como a Goethe ante Roma, se le nota el éxtasis que le produce esta “debacle”, causada por la “hubris” (es decir, la arrogancia, un cultismo inglés de origen griego que al flanco académico-pedante de la izquierda, muy concurrido, le tira mucho), y los errores destructivos de Washington.

Lo de las ruinas y la “hubris” todavía tiene un cierto decoro. Los progresistas lo pierden del todo en las páginas de The Village Óbice, la célebre revista neoyorquina que una vez fue rebelde y ahora cultiva meticulosamente el hiperconformismo izquierdista. Uno de sus columnistas se ríe de la coalición aliada contra Sadam Husein, diciendo que Estados Unidos se ha quedado solo con “la insignificante España a la cabeza de unos cuantos miserables países africanos” (James Ridgeway, 13.02.03; este hombre debería pedir una subvención en España: se la darían seguro.)

La prensa francesa es unánime en la manifestación de duelo por el consenso. Incluso a L’Équipe, uno de los más influyentes periódicos deportivos de Europa, le da por el tono lírico-emotivo: “el mundo del deporte adoptará, él también, estos días, una dignidad de todos los instantes” (citado en la revista de prensa de Libération, 20.03.03). Un poco más y también les da por la “hubris”. Tampoco resulta fácil entender a Jean Daniel, director de Le Nouvel Observateur. Entre la bruma de su prosa farragosa se intuye que anda rasgándose las vestiduras desde “el bando de la paz” (¿el de Sadam Husein?). También proclama ante la Historia que la victoria de Estados Unidos empeorará las cosas en Oriente Medio (20.03.03). Es el mismo registro que suele emplear Dominique de Villepin, ese Chateaubriand de pacotilla.

Pero los franceses no las tienen todas consigo. La grandilocuencia no consigue esconder la falta de seguridad. La presencia de España en el “bando de la victoria” (“pírrica”, según Le Figaro, 20.03.03) despierta recelos y celos. Para sofocarlos, nada mejor que acudir a las fuentes españolas. Así es como Libération (22.02.03) ha sacado a relucir a nuestro Javier Tusell despotricando contra el presidente Aznar por ser “víctima de megalomanía y haber querido ser antes de tiempo [sic] primer cónsul de los Estados Unidos en Europa”. Los progresistas siempre han odiado a Estados Unidos y a España. Con la ayuda de Tusell, les habrá llegado la hora de la victoria.

Pero no son días para andar de bromas. Que Dios bendiga y proteja a los soldados norteamericanos y británicos.

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