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Inconsecuencia de la izquerda

La profanación del Corán, una victoria para los sicofantes de la jihad

Robert Mugabe, el dictador cleptócrata de Zimbabwe, destruyó una mezquita el otro día. Fue en Hatcliffe Extension, un barrio de chabolas a las afueras de Harare, arrasado por la “policía”. Mugabe es un vándalo igualitario: también redujo a escombros un centro católico de SIDA. El gobierno destruyó la ciudad para forzar a los residentes a ir al campo a vivir en tierras robadas a los granjeros blancos. Cómo pretende eso beneficiar en algo a cualquiera de las partes implicadas o a las necesidades generales de Zimbabwe se me escapa; pero no soy experto en teoría económica afro-marxista.

Robert Mugabe, el dictador cleptócrata de Zimbabwe, destruyó una mezquita el otro día. Fue en Hatcliffe Extension, un barrio de chabolas a las afueras de Harare, arrasado por la “policía”. Mugabe es un vándalo igualitario: también redujo a escombros un centro católico de SIDA. El gobierno destruyó la ciudad para forzar a los residentes a ir al campo a vivir en tierras robadas a los granjeros blancos. Cómo pretende eso beneficiar en algo a cualquiera de las partes implicadas o a las necesidades generales de Zimbabwe se me escapa; pero no soy experto en teoría económica afro-marxista.
El Corán
El quid de la cuestión es que a los musulmanes del mundo parece traerles completamente al fresco que el Infiel Robert haya demolido una mezquita. Al contrario que en los efectos colaterales del artículo fraudulento del Newsweek sobre el Corán tirado por un retrete, ningún joven excitable se volvió loco en Pakistán; ningún progresista occidental echó la bronca a Mugabe por su “insensibilidad cultural”. Y tristemente, la mayoría de los portavoces musulmanes estaban aún demasiado ocupados arrancando la piel a tiras a la administración Bush como para atacar a los sujetos con delirio por la pila de escombros islámicos de Hatcliffe Extension.
 
La semana pasada, Atta el-Manán Bakhit, el embajador de la Organización de la Conferencia Islámica, pidió a Washington que no mostrara “ninguna clemencia” con “los autores materiales” de “este crimen despreciable”. “Esta conducta vergonzosa por parte de estos soldados revela su evidente odio y desdén hacia la religión de millones de musulmanes en todo el mundo”, dijo Su Excelencia. El ministro de exteriores egipcio se había puesto también nervioso. “Denunciamos en los términos más fuertes posible lo que confirmó el Pentágono acerca de la profanación del Corán”, dijo Ahmed Aboul Gheit, pidiendo mano dura, que rodaran cabezas, etc.
 
El gulag soviético acabó con la vida de millones de personas.¿Y qué es lo que “confirmó” el Pentágono?. Que desde que Guantánamo se convirtiera en el centro global de las operaciones norteamericanas de Profanación del Corán, ha habido cinco casos comprobables de “falta de respeto” oficial hacia el libro sagrado, tres de los cuales podrían haber sido intencionales, lo que se reduce a un incidente al año. El mismo informe también destapa 15 casos documentados de “falta de respeto” por parte de los musulmanes detenidos. “Éstos incluyen utilizar el Corán como almohada, arrancar páginas del Corán, intentar tirar el Corán por el retrete y orinar sobre el Corán”.
 
Cuando muchos detenidos “profanan” el Corán hasta tres veces más que los guardias norteamericanos, parece claro que toda la publicidad sensacionalista de la Operación Profanación es otra tontería más de los medios, y que la Organización de la Conferencia Islámica y todos los demás se quejan de nada. ¿O es la profanación del Corán una de esas cosas como los judíos contando chistes judíos o gamberros raperos grabando canciones como “sólo para mi gilipollas con suerte”? ¿Sólo se permite profanar el Corán a los musulmanes devotos? No hay duda de que eso es por lo que el ministro de exteriores egipcio y compañía no tuvieron palabras para el reciente atentado suicida en una mezquita de Kandahar, que mató a 20, hirió a más de 50, y probablemente profanó todos los coranes del edificio.
 
Pero, igual que ocurre a menudo, los lloriqueantes portavoces del mundo musulmán han sido rematados gratuitamente por las viejas manos de la izquierda antiamericana. Así, según Amnistía Internacional, Guantánamo es “el gulag de nuestro tiempo”.
 
Bien, entonces éstos son tiempos difíciles para los gulags. Según la Enciclopedia Británica, entre 15 y 30 millones de prisioneros murieron en los gulags soviéticos. En comparación, Guantánamo albergó en su momento álgido 750 prisioneros; actualmente, hay 520; ninguno ha muerto en cautividad, y, como escribí hace tres años y medio, ostenta la distinción de ser “un campo de prisioneros donde el personal médico supera en número al de presos”. Recibirá un tratamiento más rápido, más limpio y más eficaz del que reciben la mayoría de los canadienses bajo una seguridad social socializada. Es el único gulag de la historia en el que los detenidos salen con mejor salud y pesando más que cuando entraron. Esto significa que están en mucha mejor forma cuando vuelven a su agitado horario de matar infieles: de los más de 200 que han sido liberados, en torno al 5 por ciento -- es decir, 12 -- han vuelto a ser capturados en el campo de batalla.
 
¿Por qué querría trivializar el asesinato de millones en campos de muerte totalitarios una organización en el negocio de los derechos humanos, comparándolos con un campo que no es de muerte y que favorece cada aspecto de la cultura de los internos? Si Guantánamo es un gulag, ¿qué palabras quedan para la violación sistemática practicada por los carniceros de Darfur? O que los progresistas del mundo tengan tan poco que decir acerca de horrores reales como Sudán ¿se debe a que han desgastado tanto los extremos de su vocabulario en Guantánamo?
 
Ni una alegación seria de tortura en el campamento se ha sostenido, y en el manual de entrenamiento de al-Qaida encontrado en Manchester, Inglaterra, hace un par de años, la Norma 18 no podría ser más explícita: Cuando sean capturados por el infiel, los miembros tienen que “denunciar en los tribunales el maltrato en prisión” y “decir que se les torturó”. Parece que sería recomendable un sano escepticismo. En su lugar, Thomas Friedman, del New York Times, chilla como una colegiala histérica que es necesario que Washington cierre Guantánamo ya. No por nada de lo ocurrido en realidad allí, sino a causa de las “opiniones negativas” acerca del campo en la prensa a ultramar.
 
¿Y socavar esas opiniones negativas conduciría a una prensa mejor? Nadie fue asesinado en Guantánamo. Sin embargo, se despelleja a América como el torturador Número 1 por no ser lo bastante respetuosa con el libro sagrado de sus prisioneros, incluso aunque los americanos en persona suministren a los presos el libro sagrado, aunque los americanos que caen en manos del otro bando pierden sus cabezas, aunque los propios correligionarios de los prisioneros vuelen más mezquitas y coranes que el Pentágono, aunque el libro sagrado preferido de la mayoría de los americanos esté prohibido en el país natal de muchos de los presos, donde el respeto a otros credos se resume en el titular “Siete cristianos liberados en Arabia Saudí a condición de que renuncien a la práctica religiosa privada”.
 
Por cierto, que ese titular era del periódico católico británico The Universe, la semana pasada. Tristemente, ningún periódico norteamericano encontró hueco para la noticia, debido a limitaciones de espacio causadas por todas las primeras planas tipo “Secretario de prensa de Al-Qaida denuncia el respeto insuficiente de Rumsfeld hacia el Corán”. Pero vale, adelante, cerrad Guantánamo y esperad los delirantes exámenes de los medios, justo después de las denuncias de que es culturalmente insensible reconstruir el World Trade Center porque es el lugar de enterramiento de 10 venerados mártires musulmanes.
 
Guantánamo no será recordado como sinónimo de tortura, sino de auto-tortura, un fetiche occidental que los tertulianos de la jihad entienden demasiado bien.
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