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¿PROHIBIR LA QUEMA DE BANDERAS?

No se inquiete, la Old Glory puede aguantar

La Cámara de Representantes aprobó la semana pasada una enmienda constitucional relacionada con la quema de la bandera. Randy Duke Cunningham, republicano por el Estado de California, realizó la siguiente argumentación: "Pregunten a los hombres y mujeres que se encontraban en el World Trade Center. Pregúntenles y les dirán: Aprobad esta enmienda".

La Cámara de Representantes aprobó la semana pasada una enmienda constitucional relacionada con la quema de la bandera. Randy Duke Cunningham, republicano por el Estado de California, realizó la siguiente argumentación: "Pregunten a los hombres y mujeres que se encontraban en el World Trade Center. Pregúntenles y les dirán: Aprobad esta enmienda".
Al contrario que el congresista Cunningham, yo no me atrevería a hablar en nombre de los que murieron en las plantas superiores del World Trade Center. Para empezar, el 11 de Septiembre fueron asesinados ciudadanos de más de 50 países extranjeros, desde Argentina hasta Zimbabue. Por lo que hace a los demás, puede que algunos estuvieran a favor de la enmienda; algunos tal vez pensaran que criminalizar el desacato a los símbolos nacionales es indigno de una sociedad libre; y a otros quizá se les saldrían los ojos de las órbitas y dirían: vale, está claro, desde octubre de 2001, que la legislatura federal no tiene nada que aportar a la guerra contra el terror, y que sus oportunistas prefieren mantenerse ocupados con grandes dosis de grandilocuencia irrelevante, pero al menos podrían dejar de involucrarnos en ella.
 
Y puede que unos cuantos se sintieran como muchos de los que me escribieron la semana pasada a propósito de las ridículas denuncias de "profanación" del Corán por parte de los guardias norteamericanos de Guantánamo –en palabras de un lector, ''no es posible 'torturar' a un objeto inanimado".
 
Por sí solo, eso es un motivo perfectamente válido para oponerse a una ley que prohíbe la "profanación" de la bandera. Por mi parte, creo que si alguien desea quemar una bandera debería ser libre de hacerlo. De la misma forma, si los senadores demócratas desean hacer discursos en los que se compara al ejército norteamericano con los nazis y los jemeres rojos, deberían ser libres de hacerlo. Siempre es útil saber lo que piensa realmente la gente.
 
Por ejemplo, hace dos años una joven americana, Rachel Corrie, fue aplastada por un bulldozer israelí en Gaza. Su fallecimiento la convirtió inmediatamente en una mártir de la causa palestina, y sus familiares y amigos se emplearon a fondo en promover la imagen de que era una joven idealista movida apasionadamente por la desesperación y la injusticia.
 
Rachel Corrie.Me llamo Rachel Corrie, una obra de teatro sobre ella, fue un éxito en Londres. Bien, vale, no era tanto una obra de teatro como una muestra de agitprop sentimental, así que, en aras de la inocencia dorada de su asunto, la foto de Rachel en la portada de Playbill la muestra jugando en el patio trasero, con 7 años o así, el pelo al viento y vistiendo una bonita camiseta rosa.
 
Existe otra fotografía de Rachel Corrie: en una protesta palestina, pañuelo a la cabeza, facciones desencajadas de odio e ira, quemando la bandera americana. ¿Cuál es la verdadera Rachel Corrie, la "escolar idealista" atrapada en el ciclo de violencia o la mujer adulta que quema la enseña de su propio país? Bien, esa es su decisión, estimado lector. Pero puesto que existe esa segunda fotografía, al menos tenemos una elección.
 
¿Ha visto usted la foto de Rachel Corrie quemando la bandera? Si sigue la valiosísima página web de Charles Johnson: Little Green Footballs, o algunos otros bastiones de internet, la verá. Pero la buscará en vano en los innumerables perfiles incrédulos de la "activista apasionada" que han aparecido en los periódicos de todo el mundo.
 
Una de las grandes lecciones de estos últimos cuatro años es que muchos, muchos beneficiarios de la civilización occidental la detestan –y los medios se inclinan generalmente a enturbiar el alcance de tal aborrecimiento–. En la Convención Demócrata del año pasado, cuando se concedió el asiento de honor del palco presidencial, junto a Jimmy Carter, al oscarizado director de docuchatarra Michael Moore, me pregunté cuántos televidentes sabían que los "insurgentes" terroristas –los tipos que secuestran y asesinan al personal humanitario, cortan cabezas de extranjeros, trufan de explosivos a jóvenes con síndrome de Down y los envían a detonarse en mercados– son calificados por Moore como los Minutemen [1] de Irak.
 
Me pregunto cuántos espectadores sabían que la única queja de Moore acerca del propio 11 de Septiembre era que los terroristas habían apuntado a Nueva York y a Washington, en vez de a Texas o a Mississippi: "No merecían morir. ¡Si alguien hizo esto para vengarse de Bush, entonces lo hicieron matando a miles de personas QUE NO LE VOTARON! Boston, Nueva York, Washington D.C., el avión con destino California... ¡eran lugares que votaron CONTRA Bush!".
 
En otras palabras, si la objeción a la enmienda sobre la profanación de la bandera es que es desagradable, duro. Como esas matronas victorianas apócrifas que cubrían discretamente las patas curvas de sus pianos, la cultura llega a cotas sorprendentes para velar los excesos de quienes son admirablemente directos en su hostilidad.
 
Oriana Fallaci.Si la gente se siente así, ¿por qué protegerla con una ley que nos dificultará a los demás verlos como son? Una cosa que he aprendido en los últimos cuatro años es que es muy difícil hablar honestamente sobre temas que nos enfrentan. Una periodista valiente y abierta, Oriana Fallaci, está siendo procesada actualmente por "vilipendio de la religión", que es un crimen en Italia; una corte australiana ha ordenado a un pastor cristiano disculparse por sus comentarios acerca del islam. En la Unión Europea, la "xenofobia" va contra la ley. Una enmienda sobre la quema de la bandera es el equivalente americano a las restricciones cada vez más coercitivas a la libre expresión en Occidente.
 
El problema no es que algunas personas quemen banderas; el problema es la opinión mundial, firmemente establecida en los niveles más altos de la cultura occidental, de que quemar banderas es un simple ritual.
 
La prohibición de la profanación de la bandera adula a los profanadores y sugiere que la bandera de esta gran república es una diminuta flor delicada que tiene que ser protegida. No lo es. La queman porque es fuerte.
 
Soy canadiense. Un día, durante la guerra de Kosovo, encendí la tele y vi a unos sujetos dando saltos y quemando las banderas americana y británica en Belgrado. Qué impresionante, se ha visto un millón de veces. Pero entonces, para mi asombro, algunos de esos excitables serbios sacaron de alguna parte la enseña de mi país y la empezaron a quemar. No me pregunte por qué: hicimos una pequeña contribución a la campaña de bombardeo de Kosovo, pero evidentemente fue suficiente para despertar la ira de los muchachos de Slobo [Milosevic]. Nunca he estado tan orgulloso de ser canadiense. Puse el sonido para ver si gritaban: "¡Muerte al Pequeño Satán!". Pero no se puede tener todo.
 
Esa es la cuestión: una enseña tiene que valer la quema. Cuando se quema una bandera no estamos ante una muestra de su debilidad, sino de su fuerza. Si no puede aguantar la presión de que quemen su bandera, abandone el negocio de las superpotencias. Es la izquierda la que cree que el Estado puede regular a todo el mundo hasta el pensamiento. La derecha debe entender que la batalla de las ideas se gana en campo abierto.
 
 
© Mark Steyn, 2005

[1] En la Revolución Americana, ciudadanos armados que acordaban alistarse un minuto después de recibir el aviso. El término minutemen se utiliza especialmente para designar a losgranjeros que lucharon contra los británicos en Lexington y Concord.
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