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BENEDICTO XVI LIBERALIZA EL USO DE LA MISA EN LATÍN

Los cimientos no tiemblan

Pues no. A pesar del alarmismo de tantos columnistas, sorprendentemente interesados ahora por la liturgia católica, a pesar de los falsos temores de algunos defensores de oficio del Vaticano II y a pesar de las admoniciones abusivas de algunos exponentes aislados del mundo judío, la Carta Summorum Pontificum de Benedicto XVI no ha hecho temblar los cimientos de la Iglesia de Roma.

Pues no. A pesar del alarmismo de tantos columnistas, sorprendentemente interesados ahora por la liturgia católica, a pesar de los falsos temores de algunos defensores de oficio del Vaticano II y a pesar de las admoniciones abusivas de algunos exponentes aislados del mundo judío, la Carta  Summorum  Pontificum de Benedicto XVI no ha hecho temblar los cimientos de la Iglesia de Roma.
Concilio Vaticano II

Eso sí, en los medios se ha publicado una de las más profusas colecciones de inexactitudes y sandeces que yo recuerde. Vayamos por partes.

Vuelve la Misa en latín. Benigno pero equívoco titular repetido por doquier. No puede volver lo que nunca se ha ido. El Misal Romano, cuya última redacción fue aprobada por Juan XXIII en 1962, nunca fue abrogado y, por tanto, su uso ha seguido siendo legítimo bajo ciertas condiciones. Conviene recordar al respecto lo que el cardenal Ratzinger había escrito hace años: que "en el curso de su historia, la Iglesia no ha abolido o prohibido jamás formas ortodoxas de liturgia, porque eso sería extraño al propio espíritu de la Iglesia". El Concilio, ciertamente, ordenó una reforma de los libros litúrgicos, pero nunca prohibió los libros precedentes.

Ya en 1988, Juan Pablo II había pedido a los obispos que autorizasen con generosidad el uso de la antigua Misa a aquellos fieles que, estando firmemente unidos al cuerpo eclesial, se sentían apegados a esta forma de la liturgia romana. Precisamente ha sido la falta de "generosidad" (de apertura, podríamos decir también) la que ha provocado esta decisión, que hace jurídicamente normal, lo que ya era normal desde un punto de vista teológico e histórico, porque "en la historia de la liturgia se da crecimiento y progreso, pero nunca ruptura".

Una bofetada al Vaticano II. Grotesca pero vistosa presentación, que ha hecho furor en ciertos ambientes progresistas de dentro y fuera de la Iglesia. Ya hemos explicado que el Concilio jamás abolió el Misal de San Pío V. Lo que sí hizo fue marcar unos principios rectores para la renovación de la vida litúrgica, que sí han sido pisoteados por algunos que ahora se rasgan las vestiduras. Conviene recordar el magno discurso de Benedicto XVI a la Curia en las Navidades de 2005, cuando definió al Concilio como renovación en la continuidad, nunca como una ruptura.

El Papa durante la consagraciónQueda claro que el Misal aprobado por Pablo VI en 1970 permanecerá como la forma normal u ordinaria de celebrar la liturgia según el Rito Romano, mientras que el antiguo Misal será utilizado como forma extraordinaria. El propio Benedicto XVI, con una punta de ironía, advierte que el uso del Misal antiguo presupone el acceso a la lengua latina y un cierto nivel de formación litúrgica, así que no cabe esperar que sea masivo. Con algo de maldad, se me ocurre que el número de fieles que lo usen quizás no alcance al de los que practican en todo el mundo el rito armenio que, por cierto, no ha causado merma alguna para la plena unidad de la Iglesia, que siempre ha entendido la legítima pluralidad litúrgica como una gran riqueza.

Una concesión a los seguidores de Lefebvre. Esta es una falsedad más sinuosa que las anteriores. Como advierte el Papa en la carta explicativa que acompaña a la Summorum Pontificum, la fidelidad al antiguo Misal llegó a ser un distintivo externo del movimiento lefebvriano, pero las razones de su ruptura con la Iglesia eran mucho más profundas. La decisión de Benedicto XVI facilitará la plena inserción de aquellos fieles procedentes de ambientes filo-lefebvrianos que buscan desde hace tiempo el retorno a la Católica, y también puede lubricar el diálogo con la Fraternidad de San Pío X guiada actualmente por Monseñor Fellay, pero no resuelve de por sí una herida que es mucho más profunda. En todo caso, es miserable pensar que el Papa habría tomado esta decisión como una simple jugada de ajedrez, aunque el final de la partida fuese la incierta reincorporación de los lefebvrianos.

Ofenderá a los judíos y dañará la reconciliación. Algún listillo dejó caer esta especie las semanas precedentes, y más de uno (también entre los judíos) ha entrado al trapo. Pero en la redacción del Misal aprobada por Juan XXIII, se habían eliminado ya las expresiones infelices o poco matizadas respecto a los judíos, especialmente aquella que los definía en latín como "perfidis judaeis", cuyo sentido original era que estaban privados de la fe (de la fe cristiana, se entiende). Más allá de la falta de sensibilidad, la traducción dio lugar a la idea de perfidia como maldad, evidentemente injusta, por lo que fue abolida y no volverá a utilizarse. Así pues, ¿dónde está el problema? ¿También habrá que cuestionar de cuando en cuando la simpatía profunda (teológica y afectiva) de Benedicto XVI hacia el pueblo judío?

En conclusión. Hacía falta ser muy fuerte (desde todos los puntos de vista) para tomar esta decisión, incluso después de la intensa y larga consulta que le ha precedido. Benedicto XVI la ha llevado adelante en nombre de la verdadera naturaleza de la liturgia, que es "una realidad viviente, expresión de la vida de la Iglesia, en la cual se condensan la fe, la oración y la vida misma de las generaciones, en la que se encarna al mismo tiempo la acción de Dios y la respuesta del hombre". Por eso, a pesar de lo que insinúe el telediario, los cimientos de Roma no sólo no han temblado, sino que son hoy más fuertes.
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