Tenemos que cambiar de mentalidad, cambiar el "chip". La cultura dominante –y dominante quiere decir hegemónica– es radicalmente pagana. Que venga a continuación de una era cristiana no significa que la fe como clave de significado persista soterrada bajo aspectos espurios susceptibles de ser purificados. El proceso de paganización ha venido precedido de tres siglos de laicización –primero filosófica, luego política, y por fin socio-cultural– que han barrido de la historia la conciencia de "pueblo cristiano", y como consecuencia directa de ello la de "sujeto histórico".
Aunque aún existen pequeños restos de Israel, que periódicamente se hacen notar públicamente ante ciertas medidas políticas, lo cierto es que para el Poder sólo perviven individuos aislados con una fe privada que, al vaciarse de dimensión histórica, se reduce a piedad abstracta, cada vez más mortecina y débil. Es a este espiritualismo desencarnado al que sustituye la magia. No a la fe. Se cambian las jaculatorias por el Expecto Patronum. Y se hace indoloramente, porque esa jaculatoria ya se había tornado fantasmal. El pecado se convierte en una fuerza oscura, también abstracta.
En este panorama se pueden recibir películas como la que nos ocupa de dos maneras. Una, equivocada desde mi punto de vista, que trata de reprocharle una traición, una falta de trascendencia, una teología confusa; otra, que consiste en recibir la película como un producto genuinamente pagano y celebrar aquellos aspectos antropológicos –si los hay– que reflejen aspectos de humanidad verdaderos. En este sentido, Harry Potter y la Orden del Fénix alude al valor de los amigos de verdad como alegría de la vida, presenta la bondad de la familia, el valor de sacrificarse por los seres queridos, la conveniencia de asumir responsabilidades y la importancia de la "desobediencia civil" ante lo clamorosamente injusto.
Obviamente se trata de verdades fragmentarias, desconectadas de un sentido último que les dé consistencia. Pero es que el mundo pagano en que vivimos es esencialmente fragmentario, es decir, "nihilista"; las cosas no hacen referencia a nada absoluto. Quiero decir que la película no se entiende "contra" la fe, sino que la ignora absolutamente. Por ello no es nociva para un cristiano. Los primeros cristianos no perdían la fe por contemplar los templos paganos o las estatuas de Júpiter. Nuestro reto no es soplar sobre unas presuntas ascuas –inexistentes a mi modo de ver– para que vuelvan a prender. Hay que volver a encender el fuego de nuevo. Reunir otra vez la madera para que arda con todo su ímpetu de novedad. Como los primeros cristianos.