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CINE

Los falsificadores

El cine germanófono prosigue su imparable carrera de autoinculpación histórica, aunque en este caso se trate de una coproducción y el director, Stefan Ruzowitzky, sea austriaco. Los falsificadores, de hecho, ha sido premiada con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa representando a Austria.

El cine germanófono prosigue su imparable carrera de autoinculpación histórica, aunque en este caso se trate de una coproducción y el director, Stefan Ruzowitzky, sea austriaco. Los falsificadores, de hecho, ha sido premiada con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa representando a Austria.

El hundimiento, El último tren a Auschwitz, El noveno día o la coproducción Sin destino son antecedentes de esta enésima aproximación a la barbarie nazi en general o a la Shoah en particular. Pero si la anterior en estrenarse, El último tren a Auschwitz, era irritante por su insistencia en los mismos temas de siempre, sin asomo de novedad o perspectiva original, lo cierto es que Los falsificadores suponen aire fresco en la ya cansina representación cinematográfica del holocausto.

Es aire fresco como argumento, como apuesta formal y como tratamientos de fondo. Como argumento, Los falsificadores se aproxima a la historia real del judío ruso Salomon Sorowitsch, el más importante falsificador de billetes y documentos de su época. Tras su detención como delincuente en 1939, y con el estallido de la guerra, los nazis le mandaron a un campo de concentración. Cuando supieron su identidad, los nazis le ofrecieron, a cambio de salvar la vida y ciertos privilegios, colaborar con el Tercer Reich en la mayor operación de falsificación de billetes de la historia, con la que se pretendía contribuir a la financiación de la guerra. Se le trasladó con su equipo de ayudantes –todos judíos prisioneros– al campo de Sachsenhausen, donde imprimieron 130 millones de libras esterlinas. Era la denominada Operación Bernhard. El conflicto comienza cuando, tras el desembarco de Normandía, los falsificadores se dan cuenta de que si cesan de hacer su encargo pueden precipitar la caída del nazismo.

El protagonista de 'Los falsificadores'La película nos muestra a unos delincuentes con capacidad de tener ideales, e incluso de principios morales, interesante paradoja que está en el centro del conflicto de los personajes: ¿qué debo hacer si ayudarme a mí mismo y ayudar a los míos son opciones excluyentes? Cada personaje se pondrá frente a esta cuestión de forma diferente, y la mayoría harán un camino de progresiva humanización. Pensemos por ejemplo en un personaje que no es el protagonista, Adolf Burger –interpretado por August Diehl–, que, por cierto, es el autor del libro The devil's workshop, en el que se basa el guión. Se trata de un personaje al que no le importa sacrificarse por una causa justa. También entre los nazis vamos a encontrar con el oficial Friedrich Herzog, de moral ambivalente, y que nos va a recordar al teniente Gebhardt de El noveno día, que curiosamente representaba el mismo August Diehl. Herzog está encarnado por Devid Striesow, que obtuvo por este papel el premio de la academia alemana al mejor actor secundario. Por su parte, el Festival de Valladolid premió a Karl Markovics, protagonista del film en el papel de Salomon Sorowitsch, como mejor actor.

Los conflictos recuerdan a veces a los de El puente sobre el río Kwai: Salomon Sorowitsch, como el personaje de Alec Guiness, ve estimulado su amor propio en el éxito de su trabajo, que le convierte en el mejor falsificador del mundo, alabado incluso por sus enemigos; Adolf Burger tendría semejanzas con el personaje de William Holden, entregado a la causa de su pueblo, por encima de intereses particulares.

Formalmente, la película cuenta con una inquietante fotografía de Benedict Neuenfels, con un montaje muy eficaz y con un trabajo del sonido excelente, al que se añade una interesantísima y sorprendente banda sonora de Marius Ruhland. En fin, sin llegar a la hondura y estilo de La vida de los otros, Los falsificadores es una gran película.

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