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Itxu Díaz

El arte de insultar bien

A menudo, la derecha no insulta por razones de higiene. Y en la izquierda, desde que se jubiló Guerra, no saben insultar.

A menudo, la derecha no insulta por razones de higiene. Y en la izquierda, desde que se jubiló Guerra, no saben insultar.
MADRID, 25/08/2022.- Los ministros de Hacienda, María Jesús Montero, y de Interior, Fernando Grande-Marlaska (d) durante la sesión extraordinaria en el Congreso de los Diputados, que debate la convalidación del real decreto-ley sobre las medidas de ahorro energético entre otras cuestiones. EFE/ Mariscal | EFE

El buen insulto no descalifica, sino califica. Los hay más o menos certeros; por ejemplo, el "tonto" sin apellido es demasiado genérico y se pierde en el cosmos de la idiotez. Los hay irónicos, como llamar "sincero" a Sánchez. Los hay groseros, como "soplapollas"; divertidos como "tragaavemarías"; y con derechos de autor, como "abrazafarolas", que si lo dices tres veces seguidas se te aparece José María García haciendo el cero con el pulgar y el índice.

Insultamos poco y mal. Cuanto más al norte, peor. En la Andalucía de mi abuelo te caen seis "hijoputas" por frase, y eso facilita la camaradería. En el norte, en cambio, el insulto es visceral. Cuando un vasco te llama "hijo de perra", suena metálico, parece que te está dando con un martillo en la cabeza.

A menudo, la derecha no insulta por razones de higiene. Y en la izquierda, desde que se jubiló Guerra, no saben insultar. No digo que no lo hagan, digo que no saben. El buen insulto requiere lecturas, sentido del humor, y poco apego al debate. Dice Leo Harlem que es imposible debatir con alguien que, para decir no, dice "sí, por los cojones". Y con los insultos pasa un poco lo mismo. El insulto debe aspirar siempre a zanjar una contienda.

El español es riquísimo en insultos y lo estamos perdiendo. La estrategia de los ministros de guardia de este verano, insultar cada día a Feijóo, está resultando ineficaz, quizá por la simpleza de los epítetos elegidos. "Vago" es aburrido y revela en el emisor lo mismo que acusa, incapaz de vencer la pereza de buscar una ofensa más elaborada; tiene más sonoridad "holgazán". "Ignorante" es insulto de 7º de EGB, eso que ya ni existe, cuando aprendes la palabra y te crees con la soltura suficiente como para utilizarla en el recreo. "Extremista" está más manoseado que el "Quédate" de Quevedo, el de la voz de boca del metro; además, llamar "extremista" a Feijóo siembra dudas sobre si es afrenta o ironía. Y "sectario", en boca de un socialista, suena como Obélix llamando "gordo de mierda" a Astérix.

"Egoísta", llamado por un político a otro, señala más al emisor por cínico que al receptor; toda mi desconfianza hacia los políticos que presumen de ser generosos, que siempre practican la caridad con dinero de lo demás. "Populista" parece insulto redactado por un editorialista de El País, mientras que "cínico" no tiene por qué ser ofensivo, si consideramos que es lo que fueron hombres talentosos y carismáticos como H. L. Mencken o Cioran. "Negacionista" hoy es cualquiera, mientras que "insolvente", dentro de un par de meses, gracias al Gobierno, seremos todos.

Me dicen que la portavoz del Gobierno añadió a la colección uno de su cosecha, llamando también "paticorto" al líder del PP. A la ministra Chiqui le gustó esa línea y aseguró que "no está dando la talla", algo que en todo caso debería juzgar Eva Cárdenas.

Mención aparte merece el calificativo elegido por Pezzi, presidente del PSOE andaluz, que no hace mucho llamó "tontopollas" a Feijóo, después de hacer el popular un comentario inmensamente paleto comparando la puesta de sol de Granada con la de su Finisterre querido. En mi opinión, en esa ocasión, Pezzi se quedó corto. No dan una.

La elección del insulto es algo personal. Si se trata de ser preciso, incisivo, y eficaz, yo habría elegido golpes más brillantes como caravinagre, baldragas, apagaluces, destripaterrones, pocacosa, resbaloso, tunante, tumbaollas, o incluso el gaditano enciclopédico Juan Cojones, que es afrenta prácticamente invencible. Si llamas "Juan Cojones" a alguien, le acabas de ganar la partida para siempre.

Sea como sea, el insulto en retahíla, en política, siempre es señal de impotencia, de modo que el insultado está feliz de recibir la ristra de vituperios, porque sabe que está sacando de sus casillas al rival. El insulto cuando procede del Gobierno y se dirige a la oposición, sitúa a la opinión pública del lado del insultado, de modo inconsciente, tal vez instintivo. A la gente le encanta simpatizar con el futuro ganador, y no con el que vocifera a la desesperada contra el que ya le viene pisando los talones en las encuestas.

En definitiva, esta campaña de insultos contra el líder del PP no es más que una confesión demoscópica, un gatillazo, el comienzo de la fiesta de despedida de esta panda de vagos, ignorantes, extremistas, sectarios, populistas, cínicos, negacionistas, egoístas, insolventes y, por qué no decirlo, también un poquito tontopollas.

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