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Javier Gómez de Liaño

La dignidad de la toga

Acabo de oír la amarga noticia de que ha muerto asesinado el magistrado José María Lidón. No lo conocía más que por el escalafón de la carrera judicial, pero me dice un colega suyo que, además de juez, era un hombre decente que, lo mismo que otros jueces, amaba profundamente su profesión. Al cabo de las horas, he sabido más cosas de él.

José María Lidón Corbi, nacido el 28 de febrero de 1951, casado, con dos hijos y casi cuatro trienios, fue un hombre de bien, empecinado en la verdad y la justicia, aunque, a veces, una y otra, igual que a casi todos, se le presentaban oscuras y disfrazadas.

Está claro que los jueces y fiscales también mueren a manos de quienes la violencia es su medio de desarrollo personal. Años ha que el terror amenaza y se ciega con quienes hacen de la Justicia su profesión y honor.

Al buen juez José María Lidón lo ha matado ETA, una organización que, al saberse derrotada, se conforma con querer demostrarnos que no será vencida y que, si algún día llega a serlo, el coste será muy elevado. Éste es, en mi opinión, el peor de los dramas de ETA. Pese a sus monsergas, la violencia que practican es el envés de la razón, y su obsesivo entusiasmo por seguir vertiendo sangre, la nota que mejor les define: “El la llama razón; mas tan sólo la emplea para ser más bestial que cualquier bestia”, nos dice Goethe.



Yo creo que el panorama es bastante alentador; que, tal como van las cosas, hay motivos suficientes para ser tenaces y seguir, en línea recta, hacia delante. No cejemos en el empeño, sigamos la dirección que nos indica la brújula de la ley y esgrimamos, quienes sentimos repugnancia ante el crimen, la saludable herramienta de la Justicia.

En Italia se dice que una vida ejemplar honra y hace bella una muerte. No sé si el aforismo es aplicable al caso, pero lo que sí creo posible es apelar a la inmortalidad. Ningún juez, como ningún servidor público, muerto en acto de servicio, en verdad muere, pues siempre formará parte de nuestras vidas. Muertes como la del juez José María Lidón son las que hacen de la memoria un espejo en que se muestra la faz sana de una justicia que todos deseamos.

José María Lidón ha muerto en esta confusa hora de la justicia española, derramando su sangre sobre el dolor de todos los compañeros. Es muy probable que hombres como el juez Lidón nos son arrebatados cuando más los precisamos. Siempre que fallece un buen juez, la justicia pierde el alma de un justo y la conciencia de su más hondo sentir. José María Lidón no verá la cosecha de la semilla que plantó con su trabajo, pero, quizá desde el otro mundo, llegue a saber que no entregó su vida inútilmente. Descanse en paz, y que su siembra germine en el corazón de los españoles amantes de la justicia, que son muchos más de lo que a veces se piensa.

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