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Javier Gómez de Liaño

Pedro Sánchez en Cuelgamuros

Lo malo no son los muertos en sus fosas, sino algunos vivos paseándose con los cadáveres.

Lo malo no son los muertos en sus fosas, sino algunos vivos paseándose con los cadáveres.
Sánchez visita en Cuelgamuros las labores para identificar a víctimas del franquismo. | EFE

Como el lector podrá suponer por el título, este comentario viene a cuento de la visita que el pasado jueves el presidente del Gobierno, acompañado del ministro Ángel Torres y un par de forenses, todos ataviados con un mono blanco elegido para la ocasión, giró a la basílica del Valle de los Caídos. Fue una iniciativa que aun cuando nos dijo que respondía a su deseo de revisar los trabajos de exhumación que se están realizando en aplicación de la Ley de Memoria Democrática, en el fondo obedecía a esa obsesión que Pedro Sánchez padece por desenterrar a los muertos de la Guerra Civil y, lo que es peor, por reavivar un cainismo que creíamos superado desde la Transición, aquella obra política maestra que consistió en pasar de la dictadura a la democracia sin caer en el revanchismo ni enrojecer el paisaje.

Siempre estuve al lado de quienes sufren la historia, noble expresión acuñada por Albert Camus, y me opongo a quienes quieren reescribirla a base de brochazos desdichados y delirantes. Lo pasado, pasado está y de nada vale resucitar lo que ya es carne de archivo. Pretender rentabilizar políticamente aquellos sucesos que bañaron a España en sangre y nos traumatizó a todos, me parece un síntoma grave, aunque más grave todavía resulta el diagnóstico, pues mucho me temo que el problema del presidente Sánchez rebasa los cauces históricos y los políticos –errados, ambos, sin duda–, para entrar en los de una mentalidad que no acaba de madurar. Afortunadamente somos muchos los que nos negamos a participar en la agria locura de hacer memoria de aquella media España contra la otra media y propugnamos enterrar de una puñetera vez esa calamidad que acabó hace ahora 85 años.

Franco murió hace 49 años y medio y con él murieron también el franquismo y el antifranquismo, aunque el reciente sainete montado en Cuelgamuros por el presidente del Gobierno pudiera llevar a sostener lo contrario. La política no se mueve en el mundo de los espectros y de la lucha contra los fantasmas a la caza de brujas no hay más que un paso. A estas alturas, exhibiciones como la que da pie a este comentario sólo contribuyen a reabrir llagas y a enconar viejos resentimientos. Una exposición de los restos óseos de quienes fallecieron en aquella contienda fratricida no cabe en una sociedad que aspira a tener conciencia de su realidad cotidiana.

La política es el arte de encauzar la inercia de la historia, nunca el muro desde el que se intenta frenar la marcha de un pueblo. La frase es vieja, tanto como el axioma de que mirar demasiado al pasado conduce al estancamiento. Digo esto porque para muchos, incluidos, naturalmente, los buenos socialistas, escarbar en la Historia es un peligro y lo recomendable es guardar en el desván de la memoria aquella España negra. Lo malo de cierto sector de la izquierda, afortunadamente minoritario, a la que, obviamente, Pedro Sánchez pertenece, es la propensión a remover cadáveres y el placer que les produce excitar las pasiones más vanas. Es verdad que al ser humano le encanta aplastar la ira propia sobre cabeza ajena, pero alimentar el ánimo de venganza es tan insensato como estúpido. Para mí tengo que las heridas no se restañan con fuegos artificiales como el protagonizado por el presidente Sánchez con su impúdica visita al Valle de los Caídos. Nunca es saludable atizar la pira donde ardieron tantos inocentes. Menos en una España moderna como la que vivimos.

Es hora de borrar esas tres palabras amargas: Guerra Civil Española. Yo hace muchos años que las tengo suprimidas de mi vocabulario y de mi pensamiento. Nuestra guerra civil fue una enfermedad, más bien, una epidemia, cuyo recuerdo no alimenta sino que debilita. Neguémonos a reescribir las páginas de aquel tiempo enloquecido en el que los españoles, rojos y nacionales, se mataron entre sí vilmente y con las técnicas más dispares y disparatadas. El olvido, pasado ya un más que prudente plazo, puede que sea la terapia más recomendable. No se trata de volver la espalda a la Historia, sino de asumirla y digerirla consciente y serenamente. En política quien mira para atrás y a destiempo acaba convirtiéndose en estatua de sal, como la mujer de Lot. Lo mejor que Pedro Sánchez podría hacer es dejar a los muertos en su tumba y conservar el Valle de los Caídos tal y como está sin caer en la tentación de construir un lugar de recreo que siempre será artificial. Los decorados de cartón piedra ya no sirven. Demasiadas cosas y demasiadas vidas se dilapidaron.

En fin. La frívola exhibición en color sepia que el presidente Sánchez ofreció el otro día a los españoles no es un reflejo de vida, sino una gélida fuente de dolor. Lo malo no son los muertos en sus fosas, sino algunos vivos paseándose con los cadáveres a cuestas o debajo del brazo. Y que cada cual haga su propio examen de conciencia.

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