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Javier Somalo

España contra Venezuela

España, que debería ser el ariete europeo en la defenestración de Maduro, se está convirtiendo en el principal escollo para la libertad en Venezuela.

Juan Guaidó juró su cargo como "presidente encargado" ante el único poder que tiene legitimidad en Venezuela, la Asamblea Nacional, y amparado por preceptos de la propia Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. No estamos pues, ante un derrocamiento fruto de una autoproclamación porque, además, Nicolás Maduro no es un presidente electo. De alguna manera, podríamos decir que Guaidó es presidente siguiendo un camino que al Gobierno de España debería resultar familiar: de la Ley a la Ley, aunque la primera sea antidemocrática. Formalmente, bastaría con esto para que España liderara con verdadero entusiasmo el reconocimiento de esta presidencia que desaloja al tirano Maduro del poder. No hay razón alguna para ralentizar el cambio político en Venezuela.

Pero España –por desgracia, lo que hace un presidente nos representa a todos– sí las tiene: la supervivencia de Pedro Sánchez, un presidente del Gobierno llegado al poder sin elecciones. Es tan sencillo como vergonzoso.

La primera razón es Podemos. Como suele ocurrir en momentos de crisis, lo único que cabe agradecer al enemigo es su sinceridad: Podemos, socio principal del Gobierno de Sánchez, se ha declarado pro-chavista desde su fundación. Negarán tal o cual ingreso de capital extranjero que pueda acarrear problemas de cuentas públicas pero la adhesión ideológica siempre ha sido inquebrantable hasta el punto de sentirse parte, que lo son, del chavismo. No importa que se documenten palizas, humillaciones, secuestros o asesinatos: es la Revolución y el comunismo siempre ha requerido Terror previo para poder implantarlo después como régimen. Aunque Podemos parece desintegrarse a la vez que Maduro, sigue siendo el socio de referencia de Pedro Sánchez, su única vía para permanecer en el poder.

Por otro lado, José Luis Rodríguez Zapatero, que es lo más parecido a Pedro Sánchez, se erigió en mediador –reconocido por el gobierno Rajoy– pero ejerce de negociador de una parte: la de Maduro. La afición le viene de lejos. Baste recordar que fue Zapatero quien levantó la mano al entonces rey Juan Carlos para amortiguar en lo posible aquel contundente "¡Por qué no te callas!" que el monarca espetó a un insoportable Hugo Chávez que no paraba de insultar a España. Hoy, el ex presidente español está descaradamente en ese lado, dando alpiste al pajarito, probablemente tras uno de esos generales que grita ridículo la jaculatoria "¡Chávez vive!" para que le contesten "¡La lucha sigue!", imitando siempre la entonación del muerto, como hace Maduro, al que ni los suyos reconocen liderazgo suficiente.

Así las cosas, España, que debería ser el ariete europeo en la defenestración de Nicolás Maduro, se está convirtiendo en el principal escollo para la libertad en Venezuela. Todo un hito. De hecho, la semana próxima el presidente Sánchez girará visita al México de Andrés Manuel López Obrador, otro valedor del chavismo que niega la legitimidad del proceso iniciado por Guaidó ante la Asamblea Nacional de Venezuela.

El Gobierno de Sánchez, llegado al poder por una moción de censura y que no quiere someterse a elecciones aunque las prometió "en meses", recomienda elecciones en Venezuela. No apoya a Guaidó, no apoya el llamamiento de millones de venezolanos respaldado por casi todo el mundo civilizado. Lo importante son las elecciones. Lo explicó este viernes el ministro de Exteriores, Josep Borrell, revistiéndose de tal conocimiento que llegó a recomendar a un periodista "hacer un máster en derecho internacional" para formular ciertas preguntas y comprender las respuestas.

Tras decir que "se reconocen estados, no gobiernos" y negar la legitimidad de Maduro sin consecuencia alguna, el ministro dijo que "la pregunta es de qué manera puede expresarse el pueblo venezolano en unas elecciones homologadas. Cómo se consigue eso". Llegado el caso de que Maduro no convocara esas elecciones con todas las garantías democráticas, cosa que Borrell quiere intentar, "habrá que buscar otros procedimientos en los que jugará un papel Guaidó". ¿Cabe mayor estulticia si no es colaboracionismo?

Ante la impaciencia vital de los venezolanos que pueden morir asesinados por su exposición, Borrell dice que el proceso "no puede ser en mucho tiempo pero tampoco de la noche a la mañana y con la UE haciendo seguidismo de otros países. Tendría que ser un plazo corto pero no le sabría decir. Hay que buscar consenso. Somos 27 y eso lleva algún tiempo pero el impulso de España es muy claro". Para mayor burla, Borrell añadió que Sánchez ha hecho "contactos en Davos".

El mensaje es claro: España no reconoce a Guaidó como presidente pese a apoyarse en la única institución legítima de Venezuela y se limita a pedir algo imposible: que un sátrapa garantice unas elecciones libres. Por algo les apoya Bildu, procedente de una banda terrorista; golpistas catalanes, separatistas vascos y un partido chavista. ¿Qué esperábamos?

Después de la "master class" del viernes, Borrell dijo que "España es un gobierno líder en la búsqueda de soluciones en el área iberoamericana" y que "si no hay acuerdo no vamos a permanecer inactivos". Quizá para entonces hayan muerto unos cuantos venezolanos más. Pero por mucho que Borrell quiera complicar la situación, la postura de España sólo puede ser la de reconocer a Guaidó y llevar a la UE a hacerlo en bloque. Se lo han dicho con meridiana claridad dos ex presidentes: Felipe González y José María Aznar. Algo sabrán de Europa y de toma de posturas ante la Unión Europea cuando uno fue el que introdujo a España en Europa y el otro, el que la dotó del peso que merecía. González y Aznar no tardaron un minuto en reconocer el proceso de cambio en Venezuela y, si de ellos hubiera dependido, España ya habría marcado una postura común reconociendo a Guaidó como presidente de la necesaria Transición venezolana hacia la democracia.

Pero hace tiempo que ha quedado claro que, en los momentos difíciles, Borrell hace lo contrario de lo que dice, ya sea por Cataluña o por Venezuela. En definitiva, por la libertad.
En cuanto a Pedro Sánchez y su ilegítima permanencia en el poder tampoco cabe sorpresa. Su gobierno es incompatible con la democracia a uno y otro lado del océano.

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