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Jonathan S. Tobin

¿Qué Estado palestino quiere la paz?

Ni Hamás ni Fatah están interesados en ni son capaces de llegar a una paz permanente con Israel.

Ni Hamás ni Fatah están interesados en ni son capaces de llegar a una paz permanente con Israel.

En uno de esos giros aparentemente inexplicables que hacen el Medio Oriente tan inexplicable para los ingenuos occidentales, parece que, al menos de momento, Hamás está más interesado en la paz con Israel que la Autoridad Palestina (AP). Por supuesto, Hamás no quiere verdaderamente aceptar la existencia de Israel o poner fin a su cruzada religiosa contra el Estado judío. Según parece, los gobernantes del Estado palestino de facto existente en Gaza están sondeando el reforzamiento del alto el fuego vigente desde el final de la guerra del pasado verano. El líder de la AP, Mahmud Abás, y el resto de su partido Fatah están horrorizados al respecto y han dado carpetazo a su Gobierno de unidad con Hamás, temerosos de que el grupo islamista continúe ganando terreno en la Margen Occidental. La yuxtaposición de estos dos asuntos suscita algunas cuestiones sobre los tratos de Israel con Hamás y la AP. Pero también una pregunta dirigida a quienes vienen agitando en pro del reconocimiento internacional de un Estado palestino y urgen al boicot contra Israel: ¿qué Estado palestino defienden, y qué implica para la paz en el Medio Oriente?

La disposición de Israel a implicarse en negociaciones extraoficiales con Hamás para asegurar la estabilidad del alto el fuego será utilizada por algunos como un argumento para que EEUU reconozca o al menos hable con el grupo islamista. Hay cierta lógica superficial en la acusación de que los defensores de Israel están siendo hipócritas cuando llaman al aislamiento de Hamás mientras que los israelíes negocian, al menos a cierto nivel, con los islamistas. Pero el argumento no vaya más allá, dado que Israel no está reconociendo el derecho de Hamás a gobernar Gaza más de lo que los islamistas están dispuestos a aceptar a Israel como un Estado legítimo incluso en las fronteras de 1967. Lo que está sucediendo en esas conversaciones indirectas es que las partes están asegurándose de que no va a reiniciarse la guerra lanzada por Hamás el pasado verano.

El Gobierno israelí entiende que no hay buenas opciones con respecto a Gaza. El precio de desalojar a Hamás puede ser muy elevado en términos de bajas israelíes y condena internacional. Por tanto, la siguiente mejor opción es mantener la relativa calma existente desde la contraofensiva que puso fin al lanzamiento de miles de cohetes por parte de Hamás sobre los pueblos y ciudades israelíes, así como al empleo de túneles para llevar a cabo actos terroristas contra las comunidades radicadas en la frontera.

Uno podría pensar que la AP aplaudiría la continuación del alto el fuego, habida cuenta de que la reanudación de los combates llevaría más muerte y devastación a los palestinos de Gaza. Abás aún se considera el presidente de Gaza, aunque Fatah fue expulsada de la Franja en el golpe de 2007. Pero su principal preocupación es que su tiránico yugo sobre la Margen Occidental se ve amenazado por la popularidad de Hamás. La preocupación de Abás por el alto el fuego es hasta cierto punto contraintuitiva, dado que las aclamaciones a Hamás han sido siempre fruto de su disposición a derramar sangre judía mientras Fatah dialoga con Israel. Pero Abás está claramente preocupado por que un alto el fuego de largo aliento fortalezca al quebrado régimen de Hamás. Si tal acuerdo se produjera, quizá contribuyera a mejorar la situación en Gaza y a la reconstrucción de viviendas, lo que se sumaría a los fondos invertidos en la reconstrucción de los arsenales y fortificaciones de Hamás. A su vez, esto podría reducir la presión para que Israel haga concesiones a Abás en unas conversaciones de paz, si bien la AP no ha mostrado interés en volver a la mesa de negociaciones desde que reventara la última ronda de contactos al suscribir un pacto de unidad con Hamás.

Aunque esto parece confuso, la explicaciones para estas maniobras es fácil de entender. Fatah y Hamás no sólo tienen diferentes objetivos a corto plazo. Hamás quiere retener Gaza. Fatah quiere que Occidente reconozca la AP como un Estado independiente sin forzarle previamente a firmar la paz con Israel. Ni Hamás ni Fatah están interesados en ni son capaces de llegar a una paz permanente con Israel, pero ambos quieren que el Estado judío tolere sus respectivos regímenes, aunque las dos organizaciones sean corruptas, opresivas y no estén interesadas en mejorar la vida del pueblo palestino.

Como no le es posible acabar con la AP o con Hamás sin pagar un precio inaceptable, el Gobierno de Netanyahu debe jugar con las cartas que tiene. Lo cual significa tratar de seguir trabajando con la AP en materia de seguridad (en lo que Abás tiene tanto o más interés que Israel) mientras confía en que algún día la política cultura palestina cambie lo suficiente para que sean posibles el compromiso y la paz. En cuanto a Hamás, Israel debe confiar en que algún día la gente de Gaza (quizá ayudada por el vecino Egipto, que ve en Hamás un aliado de los Hermanos Musulmanes que amenazan su seguridad) se libre por sí misma de sus tiranos islamistas. Hasta entonces, Israel debe sujetar a esos terroristas mediante la disuasión o mediante acciones militares que generen un alto el fuego de larga duración.

En vez de forzar a Israel a que haga concesiones a una AP que aún no reconoce la legitimidad del Estado judío, con independencia de las fronteras de que se hable, la Administración Obama debería respaldar los esfuerzos de Israel por mantener el alto el fuego. Y dejar de mimar a la AP y empezar a hacerla responsable por su obstrucción de las conversaciones de paz.

Igualmente importante es que todos aquellos que abogan por el reconocimiento unilateral del Estado palestino saquen algunas conclusiones de estos acontecimientos. Ya hay dos entidades palestinas rivales que pretenden la soberanía, pero ninguna de ellas es representativa ni está mínimamente interesada en poner fin al conflicto. Así, la AP, que es tenida por la Administración Obama como un campeón de la paz, se revela incluso menos entusiasmada que Hamás por evitar un nuevo baño de sangre. Si están ustedes abogando por la constitución inmediata de un Estado palestino sin que haya paz con Israel, la cuestión sigue siendo la siguiente: ¿qué es lo que quieren, una cleptocracia corrupta incapaz de firmar la paz por razones ideológicas y por temor a verse superada por los islamistas o una tiranía islamista corrupta y terrorista? Estas son las únicas opciones ahora y en el futuro previsible.

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