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José Carlos Rodríguez

Furiosa democracia

Los políticos sólo pueden cumplir sus promesas si los empresarios crean riqueza. Cuando no es así, todo su tinglado se viene abajo. Los mercados son los que sufragan las carísimas medidas de los políticos.

Los furiosos han vuelto a salir a la calle por miles y en muchas ciudades de España y del mundo. Siempre se dijo que la estolidez no tiene fronteras. Pero estólido es el carente de razón y de discurso. Y a falta de otras cosas, discurso tienen los furiosos para aburrir a cientos de escribidores de los discursos de Castro. Ahora que Castro no es ya ni Fidel, ahora que la izquierda se ha encontrado sin genocidas, sin ni siquiera un vulgar asesino en el poder que enarbolar como modelo de liderazgo para la sociedad futura, se echa a la calle. Los furiosos, insisto, son los guardianes del sistema. "Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo", dice uno de sus carteles. El miedo es libre, pero lo demás ha de ganárselo cada uno con su esfuerzo. Pero ellos se sientan diciendo ¿qué hay de lo mío? Como si los demás tuviésemos una deuda con ellos por el simple hecho de existir.

¿En qué consiste su mensaje de renovación democrática? Los políticos sólo pueden cumplir sus promesas si los empresarios crean riqueza. Cuando no es así, todo su tinglado se viene abajo. Los mercados son los que sufragan las carísimas medidas de los políticos. La política consiste en un proceso por el que el poder redistribuye la renta y la riqueza de una parte de la sociedad a otra parte, que es políticamente influyente, y hacia sí mismo. Ese juego se sostiene por la capacidad de la economía de mercado de generar riqueza. Pero cuando éste implosiona (y lo hace precisamente por la intervención estatal en la moneda), todo el teatro de la política, por el que unos profesionales de lo ajeno cumplen sus promesas con dinero de los demás, se viene abajo.

Entonces, cuando el Estado tiene que sacar la pata, cuando tiene que hacer ver que lo que se había prometido no es ya posible, los que se ungían a sí mismos como proveedores de bienes sin término para la sociedad, se ven obligados a reconocer que no lo pueden todo. Señalan al mercado como responsable y es aquí donde entra el mensaje falsamente democrático de los furiosos. Dicen que se ha suplantado la democracia por el mandato de los mercados. Y que hay que restituir la primacía de la política. Como si la política, su política, no hubiera que sufragarla con la riqueza de los mercados. Y quieren participación ciudadana siempre que los ciudadanos sean ellos. Aunque luego los ciudadanos son ellos y muchos más. Los que van a llevar a Mariano Rajoy a rozar los 200 diputados en las próximas elecciones generales. Pero esa democracia, la que incluye a los demás ciudadanos, no la aceptan.

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