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José García Domínguez

Comprar votos, eternizar la pobreza

Los genuinos populistas, así el PSOE andaluz, necesitan la pobreza (de los demás) tanto como el aire para respirar.

Los genuinos populistas, así el PSOE andaluz, necesitan la pobreza (de los demás) tanto como el aire para respirar.

Otra historia sórdida y cutre en la prensa, la enésima, de compra de votos rurales para el PSOE a cambio de algunas limosnas a cuenta de los presupuestos municipales. Lo de siempre en Andalucía, aunque no solo en Andalucía. Desde la irrupción de Podemos en la escena española, se ha convertido en un lugar común usar y abusar del término populismo a fin de describir ciertas formas particularmente demagógicas de la acción política. Como si el genuino populismo, un añejo invento sudamericano que carga con más de un siglo de historia a sus espaldas, se redujera a una simple cuestión formal, de estilo. Demagogos y charlatanes prestos a embaucar a la plebe ignara con quincalla retórica que seduzca sus oídos los ha habido toda la vida, como toda la vida los habrá. Pero el populismo, el genuino populismo, es otra cosa. El populismo verdadero es lo que lleva haciendo el PSOE de Despeñaderos para abajo, aunque no solo de Despeñaderos para abajo, desde hace cuarenta años. Porque el populismo, el auténtico populismo, es un modo específico de concebir la acción política e institucional indisociable de la pobreza.

Los genuinos populistas, así el PSOE andaluz, necesitan la pobreza (de los demás) tanto como el aire para respirar. Y es que un cuasi régimen fundamentado únicamente en la corrupción no hubiera durado tantos años como el que apenas acaba de ser desalojado del palacio de San Telmo, en Sevilla. Aquí y en Lima, cuando el electorado perdona el nepotismo y la inmoralidad generalizada en la cosa pública, diríase que de modo sistemático, es siempre por algo y a cambio de algo. Porque, a diferencia de la simple y vulgar corrupción, en los sistemas políticos populistas, verbigracia el imperante en el campo andaluz, pero no solo el imperante en el campo andaluz, el saqueo general e institucionalizado de los fondos públicos posee una dimensión comunitaria y redistributiva. El verdadero populista, así tantos socialistas meridionales, pero no únicamente los meridionales, no solo hurta los caudales públicos para sí mismo y su familia más directa, sino que reparte el botín con su clientela electoral.

De ahí la muy íntima e indisociable asociación entre el genuino populismo y la pobreza. También de ahí su éxito contrastado en las urnas pese a las inútiles denuncias de sus prácticas delictivas. Porque comprar a los pobres sale siempre muy, muy barato (un trabajito temporal de poca monta en algún ayuntamiento, una subvención de cuatro perras con la excusa que sea, la promesa de un enchufe para algún hijo en la Junta…). Los ricos, en cambio, tienen un precio prohibitivo. El voto de los ricos se cotiza en todas partes a unas tarifas demasiado onerosas para el populista pata negra. Y ese es el único secreto, porque no hay otro, de que el populismo clásico funcione solo en determinados territorios y no en otros. Me gustaría equivocarme, pero va a resultar en extremo difícil que el nuevo Gobierno regional logre expulsar del cuerpo social y político de Andalucía esa enfermedad crónica sin antes caer en ella. Esperemos errar, no obstante.

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