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José María Marco

Los objetivos de Qatar

En estas semanas se ha comprobado hasta qué punto la influencia de un país o una familia como la catarí puede ser nefasta.

Qatar es un país de 11.586 kilómetros cuadrados, situado en una península del Golfo Pérsico y lindante con Arabia Saudita, con la que comparte 60 kilómetros de frontera. La población es de algo más de 2.100.000 personas. El Producto Interior Bruto (2013) es de 198.700 millones de dólares y el PIB per cápita alcanzó en 2013 los 102.000 dólares. Su riqueza procede de sus gigantescas reservas de gas y petróleo.

Qatar es un emirato, una monarquía absoluta gobernada por la familia Al Zani desde hace más de siglo y medio. Desde junio de 2013 está gobernado por el emir Tamim ben Hamad al Zani, un hombre joven, nacido en 1980, que accedió al trono tras la abdicación de su padre, el emir Hamad ben Jalifa al Zani.

Alan Dershowitz ha escrito, en un artículo reciente, forzando un poco –pero no demasiado– las cosas, que Qatar, donde no existen elecciones ni alternancia política ni nada parecido a un sistema liberal,no es un país sino una familia. Una familia con inmensas cantidades de dinero a su disposición. Le permiten comprarse cosas, cosas variadas y llamativas, todas ellas muy caras. A través de la Qatar Foundation, el emirato es socio del Fútbol Club Barcelona. Es dueño del Paris Saint Germain FC, e invierte en los sectores inmobiliario y educativo, en particular en Estados Unidos. También ha irrumpido en el mercado del arte, con compras como el de un cézanne por 250 millones de dólares. Se ha comprado incluso el Mundial de Fútbol, que se celebrará allí en 2022.

Qatar quiere comprar igualmente un papel en la escena internacional. Lo viene haciendo desde 1996 con la cadena Al Yazira, que, además de proporcionar una (excelente) información, tiene una influencia relevante en la opinión pública de los países de mayoría musulmana y fue de capital importancia en las revueltas de la Primavera Árabe, revueltas que Qatar apoyó en Egipto o en Libia. También es la sede de la base aérea de Al Udeid, por lo que mantiene unas relaciones estratégicas con Estados Unidos.

Qatar ha encontrado una forma para hacerse valer en la escena internacional con el apoyo a Hamás, la banda terrorista que controla la Franja de Gaza y que se ha embarcado en un enfrentamiento abierto con Israel, con la población civil de la zona como arma principal, destinada a ser sacrificada a fin de ganar el apoyo de la opinión pública internacional.

Hamás, fundada en 1987 como una organización terrorista, yihadista y antisemita, se mostró muy activa en Siria, donde gozaba del apoyo de Irán, hasta que el estallido de la guerra entre el régimen y los sublevados, a raíz de los levantamientos que sucedieron a la Primavera Árabe, le llevó a tomar partido contra el régimen de Bashar al Asad. A partir de ese momento, Hamás se retiró de Siria y perdió las subvenciones que hasta entonces le daban Damasco y Teherán.

Hamás ya se las había arreglado para enfrentarse a la Autoridad Palestina en la guerra interna con Fatah de 2007. Desde el derrocamiento de Mubarak, mantenía una excelente relación con Morsi y los Hermanos Musulmanes, de los que Hamás es una rama.

El derrocamiento de Morsi en Egipto llevó al aislamiento en la Franja de Gaza de Hamás, privada de los apoyos externos de Siria, Irán y Egipto. Al rescate acudieron los cataríes. Hamás, con su líder Jaled Meshal al frente, trasladó su sede de Damasco a Doha. Desde entonces, Qatar ha ayudado a Hamás con donaciones (menos que Irán, en cualquier caso) y tecnología, como la que se está descubriendo en los túneles de Gaza, bien preparados para responder a los ataques israelíes. También ha aprovechado la situación en la Franja para intentar ampliar su papel internacional, habiéndose ofrecido como mediador entre Hamás y el Gobierno israelí, algo que este ha rechazado a pesar de las veleidades de John Kerry.

La evolución de la guerra aclarará la nueva situación de Qatar, pero en estas semanas se ha podido comprobar el papel relativamente limitado que puede desempeñar como actor internacional. El dinero no lo puede todo, y Qatar no tiene el tamaño suficiente para adoptar el rol protagónico que desea. La relación especial con Estados Unidos también le impone ciertos límites. Los demás países árabes, en particular Egipto y Arabia Saudí, han demostrado que tienen escasa confianza en Qatar.

El emirato ha proporcionado a Hamás cierta relevancia internacional y, dado que el apoyo que podía proporcionar a los terroristas era más limitado que el que le daban Siria e Irán, por un momento hubo quien pensó que la relación con Doha podía llevar al Movimiento de Resistencia Islámico a ir abandonando en parte su carácter violento.

No ha sido así, y en estas semanas se ha comprobado hasta qué punto la influencia de un país o una familia como la catarí puede ser nefasta. Se puede soñar con lo que se podría hacer con todo ese dinero y esa ambición puestos al servicio de la libertad, la prosperidad, la convivencia, el conocimiento y la tolerancia. Lo que Qatar ha buscado en su relación con los terroristas de Hamás es exactamente lo contrario: la pobreza, el atraso, la ignorancia, el fanatismo, la muerte.

Ni los cézanne, ni los clubes de fútbol, ni el Mundial de 2022, ni las universidades ni todo el glamour del mundo pueden disimular eso.

© elmed.io

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