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Julia Escobar

San Baudelio de Berlanga

La ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga está situada en la Extremadura soriana, en pleno territorio del vacío. No es un lugar con el que uno se tope de repente. Hay que ir. Es un lugar extraño, entre apartado y expuesto, pero desde luego retirado. Hoy es nuevamente noticia por lo mismo que lo fuera hace setenta años, por sus hermosas pinturas murales, entre románicas y mozárabes. La diferencia es que ahora se celebra una restauración y en 1925 se lloraba un expolio.

Esta extraordinaria construcción, tan sencilla por fuera como abigarrada por dentro, fue edificada a fines del siglo XI sobre un antiguo eremitario con cueva y fuente, como es de rigor, y quedó adscrita a San Baudelio, mártir galorromano del siglo IV. A lo largo de su historia, perteneció a distintas diócesis hasta que, tras la desamortización, pasó a manos de particulares. Doce fueron los vecinos de Casillas, aldea próxima al lugar, que la adquirieron a finales del siglo XIX y que vendieron sus maravillosas pinturas a un coleccionista americano.

Ocurrió en el año 1922, siendo su repercusión de tal magnitud que tuvo que intervenir el Estado para prohibir su venta. Vendedores y compradores recurrieron y, en 1925, el Tribunal Supremo falló a su favor. El vacío legal en la materia hizo posible esta transacción, aunque también dio pie a la legislación de protección del patrimonio histórico español que se plasmó en la ley de 1933. Pero el caso es que la mayor parte de las fastuosas pinturas que decoraban por entero la ermita partieron a América donde están repartidas en diferentes museos. La ermita quedó expoliada. Sólo algunas partes de difícil acceso se salvaron de la rapiña. Del resto no quedaron más que las huellas, que dan una fantasmal idea de lo que debió de ser aquello, aunque basten para dejarnos con el ánimo en suspenso.

La historia no termina aquí. En 1957 el Museo Metropolitano de Nueva York hizo una extraña oferta al Estado español que fue aceptada de inmediato: cambiar algunas de las pinturas de San Baudelio (las de tema profano) por el ábside del siglo XII de la iglesia de Fuentidueña de Segovia. El intercambio se hizo en calidad de depósito indefinido de ambos patrimonios y sigue en vigor. Las pinturas “cedidas” están ahora expuestas en el Museo del Prado y el ábside románico de Fuentidueña en el Museo de los Claustros de Nueva York.

Aún así, quedaban todavía in situ aquellos fragmentos pictóricos que, dado el mal estado de conservación de la ermita, fueron rescatados en 1965 por el Instituto Central de Restauración de Obras de Arte para su protección y restauración. Hoy, el Instituto del Patrimonio Histórico Español (I.P.H.E.) ha reintegrado esas 87 piezas que decoraban la bóveda de la nave principal de la ermita para que sean instaladas nuevamente en su emplazamiento original. Mientras tanto y, desde ahora mismo, 33 fragmentos se exponen al público en el Museo Numantino de Soria hasta el mes de octubre. Ahí se pueden ver todas las fases de la compleja y larga restauración que todavía está en curso y que aún habrá de proseguirse cuando los frescos estén en la ermita.

Todo el mundo se congratula, y no es para menos, de que San Baudelio haya recuperado parte de su antiguo esplendor. La ermita pertenece ahora al Museo Numantino de Soria, mejor dicho, es ella misma un museo. Parece, por tanto, completamente lógico que se complete su maltrecho contenido y no sería descabellado esperar que el Museo del Prado, cumplida ya su misión de protección y custodia, reintegrara también, como ha hecho el Ministerio de Cultura, los fragmentos que tiene en sus salas. Y puestos a pedir, tampoco sería ninguna locura que el Estado español negociara con los Estados Unidos la compra de los fragmentos restantes, esta vez sin tener que despojar a ningún pueblo castellano de sus monumentos, por muy abandonados y deteriorados que estén.

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