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Julián Schvindlerman

De Lula a Dilma

Es evidente que Rousseff se ha apartado de la diplomacia populista del último Da Silva, particularmente en lo relacionado con Teherán.

La relación de Brasil con Irán ha causado una gran sorpresa en algunos lugares. Como potencia regional y referente mundial emergente –junto a China, la India, Rusia y Sudáfrica–, Brasil pretende ejercer de nexo constructivo entre el Primer y el Tercer Mundo. En el periodo 2005-2010, Brasil concedió 3.200 de millones dólares en préstamos y cancelaciones de deudas a países pobres y 1.900 millones en ayuda humanitaria, becas de estudio, capacitación técnica y demás. En el plano doméstico ha cosechado logros apreciables: su economía ha crecido notablemente, y tanto Lula da Silva como su sucesora, Dilma Rousseff, son muy populares: Lula abandonó el poder con un 80% de aprobación, y Rousseff contaba con el respaldo del 73% de sus compatriotas al cumplir cien días de mandato. La proyección internacional del gigante suramericano queda reflejada en el hecho de que será la sede del mundial de fútbol de 2014 y de las Olimpíadas de 2016; ¡incluso Walt Disney Company ha ambientado uno de sus últimos films animados –Rio– en Brasil!

En el tramo final de su segundo mandato, Lula dio un brusco giro, llegando a desafiar los intereses de los Estados Unidos en la región en varias áreas y consolidando un vínculo con Teherán que parecía inconcebible poco tiempo antes. Al igual que Chávez, Lula respaldó los dudosos resultados electorales de Irán, invitó al presidente Ahmadineyad y visitó Teherán. También apoyó el derecho de Irán a tener un programa nuclear "civil", se opuso a la aplicación de sanciones contra el régimen de los ayatolás y abrió un diálogo con Teherán que fue seriamente cuestionado por varios actores globales. En 2007, durante la asamblea que celebró Interpol en Marruecos, Brasil se abstuvo en la votación que validó la emisión de "notificaciones rojas" contra figuras prominentes del Gobierno iraní por su relación con el atentado contra la AMIA. En 2009, Brasilia se abstuvo cuando se debatió en el seno de la Organización Internacional para la Energía Atómica (OIEA) la cuestión nuclear iraní. En mayo de 2010, Brasil se unió a Turquía en un intento de proteger diplomáticamente a Irán de las sanciones que pretendía imponerle Washington. Incluso en aspectos simbólicos desvinculados de la cuestión iraní, como el visitar la tumba de Yaser Arafat en Ramala pero no la de Theodor Herzl en Jerusalem durante su visita a la zona en 2010, puede apreciarse la orientación ideológica que Lula dio a su política exterior.

Lula llegó a definir a Chávez como "el mejor presidente venezolano de los últimos cien años". Lula, cuyo Partido de los Trabajadores fue uno de los creadores del Foro Antiglobalización de Porto Alegre, evitó ser premiado en el Foro de Davos alegando en el último momento razones de salud. Lula contrarió a la Casa Blanca al apoyar la reincorporación de Cuba a la Organización de Estados Americanos (OEA), cuya Carta Magna explicita que sólo los países democráticos pueden ser miembros de la misma. Lula dio cobijo diplomático al depuesto presidente de Honduras –y aliado de Chávez– Manuel Zelaya, condenó los acuerdos militares suscritos entre Estados Unidos y Colombia y adoptó una retórica tercermundista que contrastaba con su imagen anterior, más moderada.

Al asumir la presidencia a comienzos de 2011, Dilma Rousseff despertaba dudas por su pasado guerrillero y marxista. Su cercanía con Lula, quien la eligió como su sucesora, podía sugerir una continuación de las políticas controvertidas de su mentor. Pero sus primeros pasos en la arena internacional han resultado ser mucho más centristas que los de aquél. Su pasado feminista y de militante torturada por los militares la llevó a condenar ataques a los derechos humanos en Cuba e Irán, y, en un giro respecto de las últimas votaciones en la ONU, hizo que su país votara a favor de crear un relator de derechos humanos para Irán. Nombró como canciller a Antonio Patriota, reputado exembajador en Washington. Por su parte, Estados Unidos ha dado señales claras de su interés en rescatar a Brasil. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, estuvo presente en la ceremonia de investidura de Rousseff, y el presidente Obama cursó visita al país sudamericano en marzo, en una gira que sólo incluyó a otros dos países, Chile y El Salvador. Por cierto, Lula fue el único expresidente brasilero en no asistir al almuerzo ofrecido en honor de Obama en el Palacio de Itamaraty.

En el Consejo de Seguridad, Rousseff condenó el bombardeo de la OTAN sobre Libia y obstaculizó durante meses una condena a Siria auspiciada por Washington. En cuanto a Obama, no ha apoyado las aspiraciones brasileras de obtener una banca permanente en el Consejo. Este par de ejemplos ponen de manifiesto que, por mucho que Rousseff haya girado, las relaciones entre Brasil y EEUU no van a estar exentas de tensión. No obstante, es evidente que Rousseff se ha apartado de la diplomacia populista del último Da Silva, particularmente en lo relacionado con Teherán.

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