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Los enigmas del 11M

Aprenda usted de Boris

Editorial del programa Sin Complejos del domingo 16/12/2012

Boris Skosirev nació en 1896 en Vilna, la capital de Lituania, que por aquel entonces formaba parte del Imperio Ruso.

Al parecer, Boris pertenecía a una familia de buena posición, y al estallar la Revolución Rusa en 1917, buscó asilo político en Inglaterra. Allí, su carácter simpático y su tremendo desparpajo harían que terminara colaborando con el servicio secreto británico, que le envió a varias misiones a Japón y Estados Unidos. Sin embargo, por motivos que desconocemos, en 1925 abandona su trabajo de espía y se traslada a vivir a Holanda, donde comienza a utilizar el inexistente título de Conde de Orange.

Como buen vividor, se propuso encontrar a alguna mujer que lo mantuviera y, efectivamente, en 1931 se acabó casando con una acaudalada francesa de Marsella diez años mayor que él. Y a la que pronto, como cabía esperar, comenzó a engañar con otras mujeres de menos edad.

Y siguiendo los pasos de una de esas mujeres, una joven inglesa, Boris trasladó su residencia a Andorra, donde continuó viviendo del cuento y haciendo ostentación de su inexistente título nobiliario. Pero, convencido de su propia facilidad para engañar a todo el mundo, cometió el error de ponerse a conspirar con algunos importantes andorranos para que le nombraran rey, lo que hizo montar en cólera al obispo de la Seo de Urgel, co-regente del principado. Por ello, el Consejo General de los Valles de Andorra decretó su expulsión del territorio el 22 de mayo de 1934.

Sin embargo, ni corto ni perezoso, Boris Skosirev empezó a moverse frenéticamente, concediendo entrevistas a medios europeos y americanos; trabando relaciones con los legitimistas franceses; imprimiendo folletos monárquicos que hizo distribuir por Andorra; redactando un proyecto de Constitución andorrana que definía al principado como un paraíso fiscal (al estilo de Mónaco o San Marino) y haciendo correr el bulo, entre sus contactos andorranos, de que contaba con grandes inversores internacionales que estaban dispuestos a convertir el diminuto país en un gran centro de negocios europeo.

Con lo que el 7 de julio de 1934, menos de dos meses después de la expulsión de Boris, el propio Consejo General de los Valles de Andorra decidió hacer caso omiso de las advertencias del obispo y, por votación casi unánime, acordó nombrar a Boris Skosirev rey, con el título de Boris I de Andorra. El nombramiento se hizo oficial diez días más tarde.

Todo esto que les cuento, que parece el argumento de una novela cómica, es rigurosamente cierto: en 1934, Andorra fue una monarquía independiente y tuvo un rey con el título de Boris I.

"¿Y cómo acabó la historia?", se preguntarán ustedes. Pues muy sencillo: cuatro días después de la proclamación de Boris como rey, se presentaron en Andorra dos parejas de la Guardia y un sargento, y detuvieron al flamante monarca en aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes. Lo llevaron detenido a Barcelona, y de ahí a Madrid, donde fue juzgado.

Poco antes de emitirse la sentencia, Boris se larga a Portugal, no se sabe bien si para huir de la cárcel o porque el gobierno de la República lo expulsó del país. El caso es que el 22 de noviembre de 1934 la policía portuguesa lo detiene cuando intentaba entrar en aquel país.

A partir de ahí, la pista de Boris se vuelve confusa. Dicen que terminó volviendo a Francia a reunirse con su mujer y que allí fue internado en un campo de prisioneros tras la invasión alemana. Algunos afirman que murió en 1944. Otros, sin embargo, sostienen que luchó junto al ejército alemán contra el ejército de Stalin en el frente ruso y que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial. Nadie sabe con certeza qué fue de él.

Lo que es indudable es que fue rey de una Andorra independiente durante cuatro días, episodio éste que ilustra hasta qué punto de demencia pueden llegar las cosas cuando alguien se empeña en echarle a los asuntos la jeta suficiente.

Si traigo a colación la historia es, por supuesto, porque aquí en España también tenemos nuestros propios aprendices de Boris, empeñados en autonombrarse reyes del mambo de algún estado ficticio.

Les recomiendo a esos buenos muchachos que se echen un vistazo a la historia de este falso noble de origen ruso, para ver cómo acaban algunos aventureros. Más que nada, porque el final de su breve reinado ilustra algo importante: que para detener a quienes decretan independencias artificiales saltándose la ley, no hace falta enviar ningún ejército.

Basta con mandar una pareja de la guardia civil y aplicar a los delincuentes la Ley de Vagos y Maleantes.

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