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Los enigmas del 11M

Bandera blanca, corbata negra

La dimisión de Piqué al frente del PP catalán constituye una excelente noticia, por muchos motivos. Vaya por delante que Piqué me parece una persona de gran inteligencia y preparación, y que estoy seguro de que debe de ser un tío estupendo y simpatiquísimo en el cara a cara. Lo cual no quita para que considere que su labor como líder del PPC ha sido nefasta desde todos los puntos de vista.

En clave exclusivamente catalana, Piqué ha intentado, con un éxito notable, posicionar al PPC como el Partido Campesino del régimen social-nacionalista, instaurado por esa casta corrupta que lo mismo prospera con Franco que con Suárez, con González que con Aznar, con Pujol que con Maragall... Piqué ha tratado de convertir al PP catalán en una excusa del régimen, en un tapón destinado a impedir una contestación organizada y firme a la imposición totalitaria nacionalista. Intentó mimetizar al PPC con el mobiliario del palacio y acabó inventando el concepto de partido-felpudo, cuya única vocación era la de ser pisoteado. Ni los militantes ni la mayoría de los cuadros del PPC, que se baten el cobre día a día contra el asfixiante nacionalismo catalán, merecían ese lento estrangulamiento, esa inmisericorde jibarización a la que Piqué, que había dado la espalda a su base social, estaba sometiendo a su organización.

En el terreno nacional, la caída de Piqué augura importantes cambios estratégicos en el Partido Popular. Elimina, en primer lugar, uno de los apoyos del ala arriolista del partido, ese submarino amarillo que pretendía repetir a escala nacional la misma experiencia catalana de mimetización con el régimen, lo que habría terminado por garantizar un nuevo gobierno Zapatero.

En segundo lugar, la salida de Piqué y del sector entreguista del PPC despeja los obstáculos para la obtención de una mayoría absoluta para Rajoy, porque no hay mayoría absoluta que valga si el PP no saca una buena tajada de los escaños catalanes en juego, y no hay forma de que el PPC obtenga un resultado digno en las generales si no es capaz de capitalizar el descontento contra ese fascismo catalanista que la mafia local usa como herramienta de alienación.

En tercer lugar, la salida de Piqué es sintomática: indica que la correlación de fuerzas ha cambiado dentro del PP, y que la dirección del partido está en condiciones de imponer, frente a los intentos de maripaujanerización, la estrategia que ha de seguirse en los próximos meses, que van a ser críticos. Se avecina una confrontación a cara de perro. El intento de domesticación del PP ha fracasado, lo que provocará, a su vez, movimientos en el bando gubernamental: la recuperación de Bono por parte del PSOE no sería ajena a ese viraje, a ese cambio en la dirección del viento.

Finalmente, la salida de Piqué me alegra de manera especial porque representa la desaparición de uno de los personajes que más ha intentado, desde el PP, que se legitimara el golpe de régimen del 11-M. No sólo con sus declaraciones públicas: en conversaciones de pasillo, Piqué no se privaba de decir que el PP debía deshacerse de "la corbata negra", en clara (y bastante poco elegante) alusión al tema de los atentados.

¿Corbata negra? Pues sí: yo llevo una corbata negra virtual desde hace tres años. Es lo que me pide el cuerpo. Como muchísimas otras personas, que llevan el luto en el corazón y no van a descansar hasta que se haga justicia. Pero Piqué no: Piqué decidió sustituir la corbata negra por la bandera blanca.

Envolviéndose en ella, pretendió rendirse en nombre del PP, o al menos del PPC, pero ha fracasado. Y tres años después, harto ya de rendirse solo, hace mutis por el foro arrastrando su bandera, mientras que las corbatas negras continúan ahí.

La función no ha hecho más que comenzar, aunque ahora siga sin Piqué.

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