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Los enigmas del 11M

¿Cuánto pican los pimientos?

Editorial del programa Sin Complejos del 9/6/2012

Pimiento, guindilla, chile, paprika, ají, rocoto... Existen innumerables variedades y nombres de pimientos a lo largo y ancho del mundo, desde que los españoles difundiéramos por Europa y por Asia esa planta que originalmente era americana.

Todos los tipos de pimiento pertenecen a un par de docenas de especies de un género de plantas denominado Capsicum, cuya característica más sobresaliente es el sistema de defensa que emplean: los pimientos tienen un componente químico denominado capsaicina, que causa picor a los mamíferos que se comen esos frutos. Curiosamente, las aves no se ven afectadas por el picante de los pimientos, pero los mamíferos sí.

Hay pimientos que no pican, otros que pican un poco y hay pimientos que pican muchísimo. Por ejemplo, ¿quién no ha sentido arder la boca alguna vez al comer un pimiento de Padrón? En México, donde hay pimientos mucho más picantes que los nuestros, suelen decir que los chiles (como ellos los llaman) se clasifican en dos tipos: los que pican una vez (al comerlos) y los que pican tanto, que pican dos veces (al comerlos primero y al ir al baño después, unas horas después de haber comido).

Cada variedad de pimiento es más o menos picante según la cantidad de capsaicina que contiene. Y, como a los seres humanos nos gusta siempre medir las cosas, existe una escala que permite cuantificar el picor de los pimientos: se denomina escala Scoville y fue desarrollada exactamente hace un siglo por un farmacéutico americano.

Los típicos pimientos dulces que comemos en ensalada o que usamos para gazpacho no pican en absoluto, por lo que su índice de picor en la escala Scoville es 0. A partir de ahí, el índice Scoville será tanto mayor cuanto más pique el pimiento. Por ejemplo, un pimiento picante de padrón tiene un índice Scoville de aproximadamente 2.500, un poquito menos que la salsa de tabasco suave, mientras que los famosos chiles jalapeños, que seguro que muchos de ustedes habrán degustado en algún restaurante mexicano, suelen picar algo más, con un índice Scoville de 5.000. Esos son picores soportables.

Vayamos con algunos pimientos más fuertes. Los chiles serranos de México pueden llegar hasta los 20.000 en la escala Scoville, la guindilla de Cayena a los 40.000 y las guindillas tailandesas normales pueden puntuar hasta 100.000. Eso quiere decir que comer una de esas guindillas tailandesas es como meterte en la boca, de una sola vez, cuarenta pimientos picantes de Padrón.

Algunas guindillas jamaicanas llegan a los 200.000; algunos rocotos peruanos, a los 250.000 y algunos chiles habaneros de México, a los 350.000. ¿Verdad que parece una barbaridad? ¡Pues eso no es nada! De la misma forma que hay gente que se dedica a desarrollar variedades de tomates cada vez más grandes o más sabrosos, hay gente también que vive de desarrollar pimientos cada vez más picantes.

Por ejemplo, la variedad Infinity Chili, desarrollada por un inglés, alcanza un índice Scoville de 1.000.000; la Naga Viper de la India, 1.300.000; y el récord Guiness de picante lo tiene, desde febrero de este año, una variedad de Trinidad y Tobago denominada Trinidad Moruga Scorpion, con un índice Scoville de 2.000.000. ¡Comer una guindilla de esta variedad equivale a comerse de golpe 800 pimientos picantes de Padrón!

Tan picantes son algunas de estas variedades de pimientos, que para cultivarlas es necesario protegerse las mucosas, las manos y la piel con el fin de evitar quemaduras, porque tienen un índice de picante equivalente a los sprays de pimienta utilizados para defensa personal.

Ayer nos hemos despedido todos de la semana laborable con la noticia de que la Unión Europea está presionando cada vez más fuerte a España para que acepte dinero para tapar los agujeros de los bancos españoles.

"¡Hombre!", dirán ustedes, "¿cómo que la Unión Europea nos presiona para que aceptemos dinero? ¿Por qué hace falta que nos presione? ¿Es que no queremos cogerlo?".

Obviamente, el gobierno español - y toda nuestra clase política - por supuesto que quiere el dinero. Pero lo que no quiere es que le impongan desde Bruselas ninguna condición. Y Bruselas, por su parte, está dispuesta a dar el dinero (porque sabe que nuestro sistema financiero está catatónico), pero con una serie de condiciones que garanticen que vamos a poder devolver el préstamo y que no vamos a necesitar más inyecciones en el futuro.

Podemos llamar a la cosa como queramos: ayuda a los bancos, rescate, intervención...lo que ustedes prefieran. Pero lo cierto es que España necesita una inyección de dinero y que Europa está dispuesta a inyectárnoslo, pero queda por cerrar la lista de condiciones que tendremos que cumplir y, sobre todo, la manera de garantizar que esas condiciones se cumplan.

Europa ya no se fía de nuestra simple palabra. ¿Cómo fiarse de un país en el que las cuentas no son lo que parecen y en el que los gobernantes se desdicen hoy de cada número que dieron ayer?

Para poder supervisar las cuentas españolas, Europa necesitaría poner a sus hombres a controlarlas: esos a los que se llama popularmente "los hombres de negro". Pero claro, eso implicaría que el gobierno español quedara ante la opinión pública como un simple títere, manejado por los funcionarios de la comisión encargados de tomar las decisiones. Y en esas estamos: en el tira y afloja de la negociación entre el gobierno español y Bruselas.

Desde mayo de 2010, cuando se encendieron las primeras alarmas sobre España, los mercados financieros y Europa han estado intentando hacer entrar en razón a nuestra clase política, aumentando poco a poco ese picante llamado prima de riesgo. Primero con dosis suaves; más tarde, a medida que la clase política española demostraba insensibilidad al tratamiento, con dosis más fuertes, a base de salsa de tabasco.

La elección de Rajoy pareció dar a entender a Europa que España iba a reaccionar, pero fue una falsa alarma: nuestro país ha continuado engañando, destapando agujeros financieros por fascículos y perdiendo el tiempo de mil y una maneras, sin querer acometer unas reformas que son cada vez más urgentes.

Con lo que Europa se ha dejado de contemplaciones y nos ha hecho tragar en las dos últimas semanas unas cuantas guindillas de Cayena, elevando nuestra prima de riesgo por encima de los quinientos puntos, lo que parece haber provocado al fin que al gobierno español se le salten las lágrimas.

Pero habrá que ver qué es lo que pasa en este fin de semana y, sobre todo, en esta semana entrante. Habrá que ver si al final el rescate se concreta. Porque las elecciones griegas están a la vuelta de la esquina y Bruselas necesita cerrar la llaga española antes de enfrentarse al problema de cómo echar a Grecia del euro. Con lo cual, existe el riesgo de que a algún lumbreras de nuestra clase política se le ocurra la idea tratar de forzar la negociación, aprovechando que Europa tiene prisa.

En cuyo caso, como la jugada salga mal, nos vamos a encontrar con que Bruselas nos va a obligar a tragarnos una ración completa de guindillas jamaicanas, de rocotos peruanos y de chiles habaneros. Y esos, les recuerdo, pican muchísimo al entrar, pero todavía más al salir, con lo que la digestión de los errores de nuestra clase política nos podría resultar dolorosísima.

Y nos podría resultar dolorosísima a nosotros, los españoles de a pie. Porque a los miembros de nuestra clase política, en el fondo, les da igual ocho que ochenta, ya que están jugando al póquer del rescate con un dinero que no es suyo.

La capsaicina que causa el picor de los pimientos afecta, como ya les dije antes, a los mamíferos, pero no a las aves. Y lo que Bruselas no sabe es que nuestra clase política - con algunas honrosísimas excepciones - está compuesta por auténticos pájaros.

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